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SOMBRAS NADA MÁS | Soraya Sáenz de Santamaría, de la ejecutiva del PP

Una muchacha de Valladolid

Juan Cruz

Soraya Sáenz de Santamaría, vallisoletana y géminis (del 10 de junio), de 33 años, tiene un motivo más para no olvidar jamás el día 29 de junio, el del cumpleaños de su madre. Ese día le entrevistó en Madrid Francisco Villar, mano derecha de Mariano Rajoy, para optar a un puesto jurídico en la vicepresidencia del Gobierno que entonces desempeñaba el ahora líder del Partido Popular.

Había venido a Madrid en autobús, y en autobús se fue, a esperar el resultado de la prueba, que fue positivo. Desde entonces no ha hecho otra cosa que ganarse la confianza de Villar y de su jefe, y con éste no sólo ha compartido papeles, que él lee con avidez y simpatía, y que luego interpreta en público casi al pie de la letra, sino que ahora es la estrella ascendente en el firmamento que él se ha podido hacer.

Tan intensa ha sido esa colaboración que ha proseguido ya con el PP fuera del poder y ha dejado de ser una mera contribución profesional a la organización que le dio trabajo jurídico para ser también una obligación política. Esa intensidad ha tenido su recompensa el 2 de octubre de 2004, cuando Mariano Rajoy la nombró en público como una de las mujeres de su ejecutiva, como responsable de política autonómica y local.

Su preocupación ahora es cómo halla el equilibrio con su vida personal. Hasta ahora no ha parado y, sin embargo, ha hallado tiempo para leer y para viajar, y sobre todo para ir al cine. Esta mujer es una hija de la Seminci vallisoletana; en el cine pequeño que hay debajo de su casa se ha hecho la cultura cinematográfica que tiene. Últimamente vio películas como Kandahar y El señor Ibrahim y las flores del Corán. Siempre lee varios libros a la vez, uno en español, que ahora es Desgracia, del premio Nobel surafricano J. M. Coetzee, y otro en inglés, que en este momento es Middlesex, del británico Jeffrey Eugenides. Y está leyendo la biografía de Carlos V, de Manuel Fernández. Aquel tiempo se le parece a éste. Una gata, Catalina, hallada por una amiga suya en un supermercado, le alegra el tiempo. Está soltera.

Cuando le llamó Rajoy a la vicepresidencia, ella era abogada del Estado en León; había empezado como tal cuando tenía 27 años, llevando un pleito de mucha envergadura: una suspensión de pagos de 21.000 millones de las pesetas de entonces. Con causas así se aprestó en la vida a coger el toro por los cuernos, y no le ha ido mal. En el Congreso, donde ocupa el sitio de Rodrigo Rato como diputada popular, su presencia es veloz y ubicua: es portavoz adjunta de la Comisión Constitucional, pertenece como vocal a la Comisión de Justicia y hace lo mismo en la Comisión de Control Parlamentario.

Cuando anda con papeles de un lado al otro del Parlamento no lo hace sólo con instrumentos legales propios de su oficio; también elabora discursos, intervenciones, preguntas, con las que ella misma y los colaboradores que hay a su alrededor le ayudan a Rajoy a hacerse un lenguaje propio en el partido y en el Parlamento.

Así que detrás de muchos de los discursos de Rajoy, en medio del rumor de chaquetas oscuras, a veces se cuela y se la ve también. Ahora se la ve más, pero ha estado siempre, en los momentos buenos y en los momentos peores. El partido le debe, por ejemplo, esa iniciativa que le acercó a las demandas de igualdad de los homosexuales, y fue ella misma quien dijo que el PP estaba de acuerdo en asegurar la "máxima libertad de las personas que desean constituir una unión sentimental

máxima protección por parte del Estado".

En este tiempo ha desarrollado un acusado olfato político, del que Rajoy se fía a ciegas; cuando acabó la manifestación del 12 de marzo, convocada por José María Aznar, tras los atentados de Madrid, y ella vio el clima que había alrededor, se dirigió a sus compañeros: "Chicos, hemos perdido las elecciones". Había trabajado en la campaña con una dedicación imparable, y el 14-M por la noche, cuando Rajoy había hecho el discurso (probablemente de Soraya también) de aceptación democrática de la derrota, la joven vallisoletana que ahora se sienta en la ejecutiva lloraba con desconsuelo. El líder del partido se le acercó: "Sorayita, no te pongas triste, que esto ha sido muy bonito".

Ahora inician juntos otras batallas.

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