_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Unión Europea y Turquía

La Comisión Europea ha decidido recomendar el inicio de las negociaciones con Turquía con vistas a su adhesión y entrada en la Unión. Son muchos los problemas de tipo político, económicos y técnicos que esta negociación va a plantear; muchos los recelos que la adhesión de Turquía suscita entre varios de los 25 países que hoy conforman la Unión Europea, poderosa la oposición de personalidades políticas y religiosas a tal adhesión; y no menos fuerte y poderosa la voluntad y el esfuerzo de Turquía y de sus Gobiernos, anteriores y actual, por superar los obstáculos y lograr esa adhesión, cumpliendo, ahora de la mano de un partido islamista moderado, la voluntad y el legado prooccidental y laico de Kemal Atartük, del que un turco piadoso mahometano me dijo que era "el padre de todos los turcos".

Dicen algunos que el mayor de todos los obstáculos procede de la indefinición en la que la Europa de la Unión se encuentra. ¿Qué es Europa? ¿Qué quieren los europeos que sea Europa? ¿Qué es, qué significa ser europeo? Durante cincuenta años estas preguntas, con las dudas y cavilaciones que comportan, se han repetido una y otra vez, y durante todo ese medio siglo la Unión de esa Europa por definir no ha dejado de crecer y de convertirse en la esperanza de los que estaban fuera de ella, que esperaban, si lograban entrar, alcanzar más prosperidad para sus ciudadanos y más seguridad frente a peligros externos e incluso frente a su propio pasado, al lograr con su entrada en la Unión la consolidación de sus democracias y de su libertad. Es cierto que en este momento la ampliación de 15 a 25 países ha puesto en cuestión las estructuras institucionales de la Unión; es cierto que todavía no se ha aprobado el Tratado Constitucional y su aprobación, no asegurada, no despejaría las dudas sobre lo que es Europa y, sobre todo, lo que los Estados que forman la Unión quieren que sea Europa, aunque suponga un paso importante en la consolidación institucional de esa Europa tan deseada como, de diversa manera, discutida y cuestionada. A mi juicio, está claro que las dificultades con las que hoy se encuentra, y se seguirá encontrando, la organización de la Unión en nada se complican porque se inicien las negociaciones con Turquía para su adhesión, en nada; que nadie intente ocultar sus prejuicios y temores con tan débil y falaz excusa. Todos saben que la negociación será larga, lo suficiente como para que los Estados y sus ciudadanos sigan preguntándose qué quieren que sea Europa y qué es ser europeo mientras dure y cuando acabe.

Ahora bien, lo que es más importante es que si Europa quiere seguir siendo, como es, una potencia económica y comercial tan grande como los Estados Unidos y pretende ser en el revuelto, trágico y peligroso mundo actual, la voz que defienda la legalidad internacional, en nombre de la libertad, de los derechos humanos, de la tolerancia y de la igualdad por encima de las diferencias de raza, sexo o creencias religiosas: ¿en nombre de qué podría oponerse a la entrada de Turquía en la Unión, del país de cultura islámica más prooccidental, y no de ahora, ni de cuando fue el más firme bastión europeo frente a la posible amenaza de la Unión Soviética en nuestro flanco oriental y en la estratégica región del Medio Oriente, sino desde principios del siglo pasado? ¿Si fue buena para formar parte de la OTAN, no lo es para ser miembro de la Unión? En cuanto a la cultura, ¿es que algún griego, chipriota, maltés, italiano de Sicilia o del mezzogiorno, húngaro, serbio, rumano o algún español de cualquiera de sus autonomías considera la cultura islámica como ajena? ¿Es que la historia de Europa no ha estado entrelazada y determinada por la del mundo islámico y la del Imperio Otomano? Y si alguien alega, como ha ocurrido, que luchamos contra árabes y turcos desde la primera Cruzada hasta bien entrado el siglo XIX, ¿es que los cristianos no ensangrentaron Europa durante siglo y medio, por lo menos, con sus guerras entre cristianos católicos y cristianos protestantes? Además, ¿es que la religión islámica no es una de las tres religiones del Libro, de nuestra misma Biblia, y en las tres Abraham es el patriarca por antonomasia?

Me parecería una aberración que, en este siglo XXI, la Europa actual levantara un muro cultural y religioso frente a un país y una sociedad islámica como Turquía. Me parecería ceguera y el peor de los errores políticos que los europeos podríamos cometer no darnos cuenta, que si se superan los obstáculos políticos, técnicos y económicos, ya la negociación y mucho más la adhesión de Turquía a la Unión Europea, se convertiría en el más poderoso impulso, sin guerras ni invasiones, para la causa de la moderación, adaptación a la democracia política e igualdad de las mujeres, y para el triunfo de lo mejor de la religión y cultura islámica en todo el Medio Oriente.

Turquía ha hecho una elección: convertirse en un país europeo. Si Turquía cumple las condiciones que la UE le exija, sería para Europa, si la rechazara, un fracaso que la empequeñecería como poder moral y político en el mundo globalizado en que vivimos. Claro que es un reto para la Unión Europea la entrada de un país como Turquía con más de 800.000 kilómetros cuadrados de extensión y 70 millones de habitantes, y 2.627 kilómetros de fronteras con Siria, Irak e Irán, Armenia, Georgia o Azerbaiyán, con un pueblo de fuerte personalidad y una gran cultura que hunde sus raíces en el fondo primigenio de nuestra propia cultura; pero si Europa es capaz, como muchos queremos y deseamos, de hacer frente a ese reto y superarlo, el mito del choque de civilizaciones, por un lado el islam por otro el mundo occidental, quedaría destruido. La respuesta entonces a la pregunta de qué es ser europeo sería: la de pertenecer a una Unión de países capaz de tender puentes y avenidas de unión, por encima del pretendido determinismo de la historia, por encima de lo que nos ha separado o todavía nos separa a Estados, naciones y culturas, porque ha sabido, desde las diferencias, edificar la renovada UE sobre todo lo que nos une.

Alberto Oliart ha sido ministro de Defensa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_