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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La democracia de los muertos

No, en contra del célebre verso de Jorge Guillén, el mundo no está bien hecho. Al menos, ése es el juicio que le merece a muchos de sus habitantes. Entre ellos -huelga recordarlo a quienes hallan sus libros- al colombiano Fernando Vallejo, sin duda uno de los más grandes escritores vivos en lengua castellana. Desde los años del denominado boom de la novela latinoamericana, no aparecía en Suramérica un autor tan extraordinario como este colombiano, biólogo y cineasta además de novelista, nacido en Medellín y radicado actualmente en México, tras haber vivido en Roma y en Nueva York, detestado y adorado en su país natal, con el que tiene una relación de amor-odio que no admite parangón con las establecidas entre Joyce e Irlanda, por ejemplo, o entre Thomas Bernhard y Austria: lo que sentían estos dos grandes novelistas por sus respectivos países se queda en contradicción adolescente en comparación con los infernales vínculos existentes entre Vallejo y Colombia. De hecho, Fernando Vallejo (como varios millones de colombianos) no perdona a Colombia que dejara de ser el paraíso de su infancia para convertirse en una aberración histórica, política, sociológica y, en definitiva, humana. No perdona a instituciones, políticos y poderes económicos y eclesiásticos del mundo entero su colaboración en fabricar podredumbre con ese material noble que, en principio y fuera de las maquiavélicas manos del poder, era el ser humano, ya sea en Colombia como en el mundo entero. Ni tampoco perdona a quienes, no perdonando, no han atinado a evitar, o reparar aunque sea mínimamente, la pérdida de ideales a cuya sombra agonizan.

MI HERMANO EL ALCALDE

Fernando Vallejo

Alfaguara. Madrid, 2004

176 páginas. 12 euros

Con nostalgia, con rabia, con desgarramiento, con lenguaje desenfadado y pataleante, este escritor iconoclasta ha ido publicando una obra en verdad ejemplar: el ciclo novelístico autobiográfico titulado 'El río del tiempo' (compuesto por El fuego secreto, 1986; Los días azules, 1987; Los caminos de Roma, 1988; Años de indulgencia, 1989, y Entre fantasmas, 1992), El desbarrancadero (2001), La Rambla paralela (2002), más el ensayo Logoi, una gramática del lenguaje literario (1982) y los estudios biográficos Barba Jacob. El mensajero (1984) y Chapolas negras (1995), en torno a la vida y figura de José Asunción Silva.

En su última novela, Mi herma-

no el alcalde, Vallejo mezcla, como sus anteriores entregas narrativas, autobiografía y ficción. Pero, a diferencia de las anteriores, nos encontramos con una voz que, siendo como siempre inconfundiblemente suya, presenta nuevos registros, o mejor dicho, los acentúa, como es el caso de la comicidad. Su humor, tremendamente corrosivo en ocasiones anteriores, pierde en parte sus negras tonalidades para incitar más a la carcajada que al escalofrío. En el relato de las peripecias de la aventura de su hermano Carlos, primero como candidato al cargo de alcalde del municipio de Támesis, y, después, como primera autoridad ya electa, el lector no deja de reírse de la primera a la última página. En clave de farsa, el delirio político de Carlos, hermano homosexual del autor, y su campaña y victoria electoral rebosan la ironía y la carga desmitificadora del Vallejo de siempre. La parodia de las elecciones de las que surgen dos alcaldes (Carlos, candidato electo, y Memo, su amante, alcalde cívico), gracias al voto de las putas, de las monjas y de los muertos del lugar, no tiene desperdicio. ("Con los muertos lo que sí hay que hacer, una vez por la cuaresma, es sacarlos a votar. Te lo agradecen mucho porque se orean. Alcalde de los vivos, Carlos fue a la vez alcalde de los muertos pues por ellos fue elegido. El interior del cementerio amaneció con esta leyenda: 'Muerto: no dejes que otras decidan por ti, vota'. Y firmado: Campaña Carlista".) Carlos, víctima del desvarío político debido al dengue, aparece en estas páginas como un personaje memorable, exuberante, que, pese a los beneficios que su proyecto municipal aportan a Támesis, está destinado a sucumbir bajo los putrefactos tejidos hilados por las trampas de las democracias, siempre más favorables a los intereses de los traidores. Entre sus indudables mejoras urbanísticas, educacionales, sanitarias, forestales, etcétera, el alcalde brilla por tres iniciativas descollantes: el megaproyecto hidráulico, proveer a cada anciano y escolar de un ordenador, creando una web en la red para convertir a Támesis en "municipio estrella del ciberespacio", y crear espacios lúdicos para los niños en el cementerio "para que los niños le pierdan el miedo a la muerte y se acoracen contra el dolor, sobre las tumbas que invaden el olvido y la hiedra, Carlos les da clases de vida y les enseña la reproducción sexual y asexual: cómo se reproducen los hombres, los políticos. Los curas, los mafiosos, las abejas..."). Con todo, el carácter burlesco de la aventura municipal del hermano del autor no oculta la ternura de Vallejo por algunos temas, como los seres queridos y los paisajes de la infancia (en este caso, la figura del hermano, y Támesis, que conoció a los siete años y donde se ubica La Cascada, casona familiar propiedad de sus abuelos), los animales (tampoco esta novela se salva de una justa diatriba contra los mataderos) y los muertos, ni su animadversión por políticos ("¡Qué desastre fue Pastranita para Colombia! ¿Dónde andarás ahora, Pastranita, hijueputica, mierdecica de paloma? Me dicen que seguís en la isla bella, escribiendo tus memorias que te va a prologar Castro") o instituciones: "Dicen 'par' y 'andan' y 'cacorros' en plural, refiriéndose a mi hermano, el alcalde elegido, y a Memo, el alcalde cívico. ¡Miserables! Decirle así a Memo, un alma de Dios, con esa palabra tan fea. Que tengo que explicar porque la Real Academia Española de la Lengua, que es realista y lambecuras y tiene un alma gazmoña que extiende como tapete rojo para que la pisen las infantas reales, no quiere oír, no quiere saber, no quiere entender, no quiere ver. 'Cacorro', señorías, en Colombia quiere decir homosexual activo, siendo 'marica' el que hace el papel pasivo").

Con trepidante ritmo narrativo,

Vallejo dirige al lector como quiere por sus páginas ("Volvamos entonces atrás para seguir adelante..."), haciéndole dialogar con él y contestando a sus preguntas: "¿Y no habría la posibilidad de contar esa historia con palabras menos altisonantes?". "No, si no son mías, yo no hablo así. Aquí los deslenguados son los personajes... Eso sería como echarle en cara a Dios las fechorías de Atila". O: "¿Y nos podría describir el cerro, por favor?", pregunta el lector cuando el autor está describiendo los alrededores de Támesis. "Sí, pero no, está en Internet. Búsquelo en Yahoo en la página web que barrió mi hermano catapultando a Támesis en la era de la informática. Doble u doble u doble u punto paraíso punto támesis punto com". Y, sí, el autor lleva razón: si el lector se conecta con dicha web -como acabo yo de hacer- aparecerá Támesis, sus instituciones, sus paisajes, sus escuelas, sus recursos económicos, etcétera. Y entre los nombres de sus alcaldes aparecerá el de Carlos Alberto Vallejo Rendón, creador -podrá leer en pantalla- de la web que está consultando. No se pierda el lector esta novela (ni la web: www. paraíso.támesis.com).

El escritor colombiano Fernando Vallejo.
El escritor colombiano Fernando Vallejo.MANUEL ESCALERA

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