Nacionalismo de aquí
Afirma un ilustre narrador de la Ribera que el nacionalismo político valenciano ha fracasado por no haber tenido en cuenta los sentimientos del pueblo. Por haberse apartado de la gente, en una palabra. Esta tesis, preclara según la humilde opinión de uno, explica bien el hecho de que nuestra comunidad sea, de entre todas las que poseen dos idiomas oficiales, la única que carece de representantes nacionalistas en las Cortes Españolas. Y a ello se añade su desalentadora ausencia del hemiciclo valenciano.
El panorama es oscuro y de poco sirve argumentar que el socialismo local suple la clamorosa ausencia, merced a su predicado talante nacionalista. No dejan de ser paños calientes pues, a fin de cuentas, también los socialistas catalanes son nacionalistas (¡mucho!), los socialistas vascos muy vasquistas, y los gallegos galleguistas y no por ello deja de haber en el congreso un recrecido y ambicioso plantel de diputados de ERC, CiU, el PNV o el BNG.
Los nacionalistas valencianos de izquierda, los únicos durante años y también ahora, tras la ascensión, gloria y ruina del regionalismo lizondiano, no acertaron en su estrategia. Siempre aparecieron, sin duda a su pesar, bajo una cierta impronta de afectación y lejanía. Dieron y dan un tono entre profesoral y quimérico, matizado en ocasiones por una pincelada ruralizante que resulta ajena a la población que habita las grandes ciudades. El suyo es un radicalismo tan respetable como ayuno de votos. Por eso el nacionalismo valenciano está bajo mínimos, después de treinta años de sueños y luchas, esparcido todo ese caudal en un sinfín de formaciones sucesivas y extraparlamentarias. Con todo, aún podría tener futuro ese nacionalismo si supiera bajarse de sus rigideces mitológicas y cartográficas. Si empezara a pensar, por ejemplo, que también defiende los intereses de los seiscientos mil extranjeros, con papeles o no, que viven en la comunidad. Y es que tal vez el más noble futuro del nacionalismo sea el internacionalismo.
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