Hablar
Canal Sur estrena el programa Mejor lo hablamos con una especie de debate sobre la televisión y la telebasura. El presentador lanza la pregunta: ¿vale todo en televisión? Esto es lo primero que impacta, de verdad, del nuevo programa. ¿Alguien en Canal Sur tiene la menor duda de que ni en televisión ni en ningún sitio vale todo? Pero la pregunta se lanza; pasan imágenes con respuestas dadas en la calle (todavía esas encuestas) y el público envía mensajes ininteligibles que aparecen en el faldoncillo de la pantalla. Imaginemos que el público respondiera que sí, que vale todo. ¿Qué haría Canal Sur, qué tendríamos que hacer todos? En todo caso, la impresión que dejó esta primera entrega es que el programa se agotaba en el envoltorio: televisión sobre la televisión, televisión que se toma en serio e incluso se cuestiona a sí misma, pura redundancia para autolegitimarse. No puede usted vivir sin ella, debe usted opinar sobre ella, regáñele si es preciso, pero no se le ocurra sacarla de su vida.
Alguien dijo enseguida que los límites de la televisión los pone el espectador con su uso soberano del mando a distancia: estaba claro que, tarde o temprano, la responsabilidad se iba a endosar al que está al otro lado, a otro. Alguien más fino dijo que sí hay unos límites que son las leyes vigentes: todo lo que pase de ahí es censura. Pero otro añadió: lo que sucede es que las leyes no se cumplen. En realidad -creo yo- la cosa es más grave. Desde luego, no se entiende que no haya fiscales a pie de pantalla a determinadas horas. Pero si las barbaridades pueden sucederse en televisión ad nauseam en la mayoría de los casos es porque las personas perjudicadas por esas barbaridades no ponen en marcha el mecanismo legal que podría llevar a su sanción. ¿Prescindir de estos programas? La pelota pasa entonces al tejado de las cadenas públicas. Y un responsable de Canal Sur acepta el desafío: "hay que defender a los telespectadores de determinadas prácticas televisivas". No es la censura, pero sí el paternalismo, igual de humillante.
Un "abogado de famosos" dijo algo importante: vivimos en una sociedad de confidentes, gente que por cuatro cuartos está dispuesta a contar lo que sea donde sea. Pero los "confites" no son de ahora. En la España de Franco fueron columna esencial del régimen y los de ahora son igual de reaccionarios y desagradables. Y también circulan, con la misma impunidad vigilada, por las alcantarillas de la sociedad, que ahora están iluminadas como un plató: eso es la obscenidad. Algunos parecen convencidos de tener un oficio digno, pero como los de antes, son nada -una nada que mancha, desde luego- en las manos de un poder policiaco que los usa y los tira.
Imagino que este programa no se va a dedicar siempre a hablar de la televisión. Pero sería de agradecer que no hablara siempre como la televisión. Se puede evitar esa forma de hablar que parece una carrera de interrupciones en la que todo vale si es a voces, pisándose la palabra unos a otros, con un prurito de saltar continuamente de un tema a otro, de un invitado a otro, del plató a la calle, de la parte de arriba de la imagen a la de abajo, etcétera. Para empezar, el presentador podía sentarse. A hablar, naturalmente.
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