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Tribuna
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El Maestro

Daniel Barenboim

Edward Said fue muchas cosas para mucha gente, pero, en realidad, su alma era el alma de un músico, en el sentido más profundo de la palabra.

Escribió sobre temas universales importantes, como el exilio, la política, la integración. Sin embargo, lo más sorprendente para mí, como su gran admirador y amigo, fue comprobar que en muchas ocasiones él llegaba a formular sus ideas y conclusiones a través de la música y, paralelamente, veía a la música como un reflejo de las ideas que tenía sobre otros temas.

Es ésa una de las razones principales por las que creo que Said era un personaje importantísimo, ya que su tránsito por este mundo se produjo precisamente en un momento en el que la humanidad de la música, su valor humano, así como del valor del pensamiento, la trascendencia de la idea escrita en sonidos, son conceptos que estaban, y lamentablemente siguen estando, en baja.

Su antiespecialización feroz lo llevó a criticar muy fuertemente, y a mi modo de ver muy justamente, el hecho de que la educación musical se hacía cada vez más pobre, no solamente en los Estados Unidos, que al fin y al cabo importó la música de la vieja Europa, sino en los mismos países que produjeron a las más grandes figuras de la música. Por ejemplo, en Alemania, donde surgieron Beethoven, Brahms, Wagner, Schumann y muchos otros, o en Francia, con Debussy y Ravel. En todos estos países que fueron la cuna de la creación musical, la educación musical descendía aceleradamente. Además, advertía un signo que le molestaba sobremanera, percepción que fue la que nos unió muy rápidamente: inclusive cuando había educación musical, ésta se hacía de modo muy especializado. En el mejor de los casos, se brindaba a los jóvenes la oportunidad de practicar un instrumento, de adquirir conocimientos inevitablemente necesarios acerca de teoría, de musicología y de todo lo que un músico necesita profesionalmente, pero, al mismo tiempo, se generalizaba una incomprensión creciente del problema a la vez simple y complejo que es la imposibilidad de articular con palabras el contenido de una obra musical. Al fin y al cabo, si fuera posible expresar en palabras el contenido de una sinfonía de Beethoven, no la necesitaríamos más. Pero el hecho de que exista esta imposibilidad de explicar en palabras el contenido de la música no significa que no haya contenido. Por eso afirmo que la cuestión es simple y compleja a la vez.

Esta tendencia es la que conduce a una especialización empobrecedora y estrecha, tanto en el caso de talentos fulgurantes, que los lleva a una mecanización del instrumento que ejecutaban como en la creación, como en el caso de los compositores, en una incapacidad de expresar esa riqueza que el ser humano descubrió poder expresar a través de los sonidos.

La paradoja consiste en que la música es sólo sonido, pero el sonido por sí mismo no es música. Allí reside la idea principal de Said como músico, quien, como detalle biográfico, fue además un excelente pianista. En los últimos años, debido a su enfermedad terrible, no pudo mantener el nivel de energía física necesaria para poder ejecutar el piano. Recuerdo muchísimas ocasiones en las que pasamos ratos inolvidables tocando obras de Schubert a cuatro manos. Hace dos o tres años, yo tenía un concierto en el Carnegie Hall en Nueva York y él estaba atravesando un periodo muy difícil de su enfermedad. El concierto era un domingo por la tarde. Aunque sabía que yo llegaba esa misma mañana de Chicago, se apareció muy temprano en el ensayo con un volumen de obras de Schubert para cuatro manos. Me dijo: "Hoy quiero que toquemos al menos ocho compases, no por el placer de tocar, sino que lo necesito para sobrevivir". Como es fácil imaginar, en esos momentos, recién llegado del aeropuerto y con una hora de ensayo previa al concierto de la tarde, lo que me proponía era lo último que podía interesarme. Pero como siempre en la vida, cuando se enseña se aprende y cuando se da se recibe. Y se aprende cuando se enseña porque el alumno hace preguntas que uno ya ni se las plantea porque son parte del pensamiento casi automático que cada uno de nosotros desarrolla. Y de pronto, es el interrogante acerca de algo lo que nos fuerza a repensarlo desde el origen, desde la esencia misma. Por eso, de igual modo, cuando se da se recibe, porque es cuando no se espera. Recibir algo cuando se espera recibirlo es mucho menos interesante. ¿Por qué digo esto? Porque estaba allí y realmente lo último que quería era tocar Schubert a cuatro manos. Naturalmente que lo hice con el mayor placer porque me lo pedía mi amigo íntimo, a quien admiraba y quería tanto. Pero cuando tocamos con él esos pocos minutos de un rondó de Schubert, bellísima obra que no era sin embargo la más profunda ni trascendente del mundo, me sentí musicalmente enriquecido de una manera completamente inesperada. Eso era Edward Said.

A él le interesaba el detalle. Efectivamente, comprendió perfectamente bien que el genio musical o el talento musical requiere una preocupación desmesurada por el detalle. El genio se ocupa del detalle como si fuera la cosa más importante. Y al hacer eso no pierde la gran línea, es más, consigue trazar esa gran línea. Porque la gran línea, tanto en la música como en el pensamiento, debe ser el resultado de la articulación de los pequeños detalles. Por eso, cuando él escuchaba música o hablaba sobre ella, detenía su atención en los pequeños detalles que muchos profesionales ni siquiera han descubierto.

Tenía un conocimiento acabado del detalle del compositor, de los detalles de orquestación. Sabía que en el segundo acto de Tristán e Isolda, los cornos en cierto momento se retiran detrás de la escena y, un par de compases más tarde, la misma figura musical reaparece en los clarinetes de la orquesta ubicada en el foso. ¡Con cuántos cantantes he tenido el honor y el placer de trabajar con esa obra que ignoran ese detalle y miran hacia atrás para descubrir de dónde viene el sonido! No saben que esa figura ya no está más detrás de la escena, sino que surge desde el foso. Él se interesaba en esas cosas, le preocupaba el detalle aislado del valor de la totalidad porque entendía que este interés minucioso confería a la totalidad una grandeza que no puede adquirir aislada de esta preocupación desmesurada por el detalle.

Sabía también diferenciar muy bien entre el poder y la fuerza, lo que constituyó una de las ideas principales de su lucha. Sabía muy bien que, en la música, con fuerza no hay poder, algo que muchos dirigentes políticos en el mundo no perciben. La diferencia entre el poder y la fuerza equivale a la diferencia entre volumen e intensidad en la música. Cuando se habla con un músico y se le dice: "Lo que estás haciendo no tiene suficiente intensidad", la primera reacción es hacerlo a mayor volumen. Y es justamente lo contrario, cuanto menor es el volumen, mayor es la necesidad de intensidad y cuanto mayor es el volumen es más necesaria una fuerza tranquila en el sonido.Son éstos algunos ejemplos que ilustran mi convicción de que su concepción de la vida y del mundo se originaba y residía en la música. Otro ejemplo se encuentra en su idea de interconexión, de vinculación. En música no existen elementos independientes. ¡Cuántas veces pensamos, tanto a nivel personal, social o político, que hay ciertas cosas independientes y que, al hacerlas, no tendrán tener influencia en otras o que esta vinculación se mantendrá oculta! Esto no sucede en la música porque en ella todo está interconectado. La melodía más simple que tenga una armonía compleja cambia drásticamente de carácter y de intención. Eso se aprende de la música, no de la vida política. Así surge la imposibilidad de separar elementos, la percepción de que todo está conectado, la necesidad de unir siempre el pensamiento lógico a la emoción intuitiva. ¡Cuántas veces cada uno de nosotros piensa que debe meditar algo fríamente! Sabemos muy bien, pero nos olvidamos que la emoción no nos permitirá hacerlo. ¿Cuántas veces sucumbimos a la tentación de abandonar toda lógica por una necesidad emotiva, por un capricho emotivo, por la seducción de la emoción? En la música eso es imposible, ya que no se puede hacer música exclusivamente con la razón o con la emoción. Voy más allá: si esos elementos se pueden separar, ya no se trata de música, sino de una colección de sonidos. Si el oyente al oír algo puede afirmar que "tiene una lógica impresionante pero emocionalmente no me convenció" o, en cambio, "cuánto me atrajo, que emocionante fuerza emotiva tiene, aunque no era muy lógico", para mí eso a lo que se refiere ya no es música. Para Said tampoco lo era.

También surgían de la música su concepto de inclusión opuesto a la exclusión, así como el principio de integración, aplicable a toda clase de problemas. Lo mismo se podría aplicar al comentar su libro Orientalismo. Él habla de la idea de la seducción oriental enfrentada a la producción occidental. En música no hay producción sin seducción. Hay seducción sin producción, pero no producción sin seducción. Por productiva que sea una idea musical, si carece de la seducción del sonido necesario, no llega. Por eso digo que Edward Said era para muchos un gran pensador, un luchador por los derechos de su pueblo, un intelectual incomparable. Pero para mí fue siempre realmente un músico en el sentido más profundo del término.

Para mí, personalmente, la pérdida de Edward Said ha sido un golpe muy fuerte, porque me afecta en tantas áreas diferentes. Su amistad representó una estimulación intelectual como no he tenido ni seguramente volveré a tener, una amistad profunda como rara vez he conocido, la posibilidad de compartir tantos placeres serios y banales y no tanto, como la gastronomía, el fumar puros. En tantas maneras diferentes, luego de la pérdida de Said, me siento mucho más pobre de lo que quisiera sentirme e imaginar.

El pueblo palestino perdió con su muerte uno de sus abogados más lúcidos, aunque fue y es muy criticado en su propio país. Para Israel fue un adversario formidable, aunque advocó tanto un reconocimiento mutuo como también la aceptación del sufrimiento del otro. ¡Sin embargo, cuántos líderes israelíes hubieran preferido olvidarse de la existencia de Edward Said!

que falleció el 25 de septiembre de 2003.

Daniel Barenboim es pianista y director, fundador de la Orquesta East Western Divan junto con el ensayista palestino Edward W. Said

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