La tentación
La tentación vive arriba, abajo, en el centro y adentro. Así es ella de licenciosa y barragana. Existen variados tipos de tentaciones. Todo depende de la circunstancia. A lo mejor está usted tan tranquilo ante el ordenador cuando, de repente, se le infiltra un virus de esos que andan por ahí como terroristas. Entonces usted se olvida hasta de la lujuria y la gula, y le vienen tentaciones de estampar en el monitor todas las baterías de la cocina o de arrojarlo al vacío. Eso es lo que le está ocurriendo a un servidor de ustedes en el momento de escribir esta columna. Tengo una sartén en la mano y el demonio me está incitando a cometer un desatino con el jodido ordenador, que no es que sea mal chico, no, es simplemente impresentable.
Les juro a ustedes que era mi intención escribir alguna cosa bucólica y pastoril, pero preveo que me va a salir un pasquín contra el alcalde. Alguien puede pensar que el señor Gallardón no tiene culpa alguna de lo que les pasa a los ordenadores. Pues, miren ustedes, depende de por dónde se mire. Algunos estamos empezando a sospechar que los virus se multiplican con el ruido, la contaminación, el polvo, la suciedad y las calles levantadas. Ahora bien, todo ello es competencia directa del alcalde. Luego, bien claro está que nuestro regidor propicia el desarrollo de los virus informáticos y del mal café de los ciudadanos. (Sigo empuñando la sartén y esto va a acabar como el rosario de la aurora; creo que voy a acudir al veterinario más próximo.)
Le entran a uno ganas de pertenecer a la familia de los gorriones, que ni siembran ni recogen, pero se los ve bien gordines y todo el día de juerga. Y no tienen trato con las entidades bancarias ni con el fisco ni con la informática ni con la Conferencia Episcopal ni con el alcalde. Y nadie se lo echa en cara. ¿Por qué se permiten esas licencias a los pájaros, mientras nosotros estamos con la sartén en la mano? Todas estas cuestiones deben ser solucionadas por el alcalde o por el Papa. No nos dejes caer en la tentación.
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