"Traté de destruir la leyenda en que se basaba el nacionalcatolicismo. Buscaba el contramito"
La cita era en el hotel Oriente, en La Rambla, donde se aloja Juan Goytisolo cuando está en Barcelona. El barrio del Raval le entusiasma. "Es como si dieras la vuelta al mundo cinco veces sin moverte del sitio". A Josep Maria Castellet también le gusta el antiguo barrio chino. "De hecho lo descubrí cuando Grup 62 [del que es presidente del Consejo de Administración] se trasladó aquí, en 1997".
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) y Josep Maria Castellet (Barcelona, 1926) quedaron para celebrar que hace 50 años coincidieron en París. Castellet obtuvo una de las becas Ruiz Jiménez para escritores jóvenes y se fue a París, donde ya estaba Goytisolo. "Le escribí y él me reservó una habitación en la pensión donde se alojaba". "No era una pensión, era una casa de huéspedes. Recuerdo que había presentado Juegos de manos al Nadal. Alguien prestó un aparato de radio y por ella nos enteramos de que me habían eliminado". "Lo escuchamos juntos, era en 1954. Resultó que había ganado una tal María Luisa Forrellad. Te lo tomaste con mucha calma, Juan". "Estaba convencido de que no se publicaría, por razones obvias. Los de Destino no quisieron siquiera presentarla a la censura. Se la di a Lara y él la pasó".
"Si yo me llamara Perico de los Palotes y enviase ahora a los editores el manuscrito de Don Julián, estoy seguro de que lo rechazarían" (Goytisolo)
"La España eterna ha vuelto a resurgir con el PP, lo que quiere decir que no estaba muerta" (Castellet)
"Me llamaron gánster de la pluma, gigoló internacional. Era más conocido en las comisarías que en las librerías" (Goytisolo)
Goytisolo y Castellet hablaron sobre todo de Tríptico del mal (El Aleph), un volumen que reúne Señas de identidad (1966), Don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). La idea de publicarlas en un solo volumen fue de la editorial, que también eligió el título. "Me gustó. Si le hubieran puesto Tríptico del bien les hubiera demandado".
La trilogía salió en México. Seix Barral pudo imprimir en España Juan sin Tierra, pero no se autorizó su distribución y la sacó en Latinoamérica. La misma editorial la publicó en España en 1976.
JOSEP MARIA CASTELLET. Para mí, estas tres obras son fundamentales en la historia de la literatura española, porque no se encuentra nada parecido y lo digo sin crítica ni demérito de nadie. Es una visión personal de un territorio que hablaba una determinada lengua y tenía una determinada vida y todo esto visto por alguien que siente un extrañamiento, que es absolutamente subjetivo pero que se encuentra ante una manifestación objetiva que es la dictadura militar. Se puede llamar exilio o extrañamiento o soledad. Pero es la visión de alguien que voluntariamente se ha desterrado. La gran literatura se produce desde los márgenes. Es muy difícil estar implicado dentro de un territorio, dentro de un grupo social, y hacer una literatura que tenga valor creativo sobre el extrañamiento.
JUAN GOYTISOLO. Quiero señalar que también sentía un profundo descontento respecto a mí mismo. Me di cuenta de que estábamos cumpliendo nuestra función de crítica del franquismo pero que yo no estaba a la altura de una exigencia estética. Hubo dos ejemplos que influyeron de manera directa o indirecta en la génesis de Señas de identidad: la poesía de Cernuda, el tú cernudiano, y Tiempo de silencio, que era otra manera de ver la novela. Escribí Señas de identidad en un momento en que me vi metido en el conflicto interno del partido comunista, cuando la expulsión de Semprún y Claudín. Y además, a raíz de los incidentes de Milán, toda la prensa española me insultaba, me llamaba gánster de la pluma. Era más conocido en las comisarías que en las librerías.
PREGUNTA. ¿Qué pasó en Milán?
J. G. Fue en la presentación de Campos de Níjar. Estuvieron dos chicos que habían hecho un documental sobre las zonas pobres del sur de España. De repente estalló como una bomba de humo, aparecieron unos supuestos camilleros que se llevaron a un presunto herido y cuando nos dimos cuenta el filme había desaparecido. Dos días después, era proyectado por TVE y me atribuyeron la autoría. Me llamaron gigoló internacional, gánster de la pluma... una cosa tremenda. Cuando me vi atacado a derecha y a izquierda, decidí que ya no escribiría más sobre política española. Había recibido palos de todas partes y me sentía muy aislado y esto coincidió con un viaje a Tánger que fue la génesis de Don Julián.
P. ¿Cómo se recibieron las novelas en España?
J. M. C. Yo trataba con gente bastante afín a Juan y nos gustó, pero sólo a unos cuantos. Don Julián cayó como una bomba. Molestó al pensamiento del Régimen, pero también a toda una gente que se sentía muy española, cosa que es muy legítima. Lo más cutre del españolismo se manifestó contra Juan como novelista y también como persona. Además, hubo envidia. La recepción fue mala.
J. G. Hubo silencio. No se publicaron reseñas, pero recibí dos cartas muy significativas. Una de Américo Castro, que entendió muy bien lo que yo quería decir, sabía muy bien cuál era el objetivo de mi ataque: no se trataba de invadir España sino de destruir la España que se fundaba en el nacionalcatolicismo, y que yo partía de una lectura muy atenta del Romancero. Castro vio que yo estaba dando la vuelta a la leyenda. Max Aub también.
P. "La línea genealógica del senequismo, ya soterrada como el Guadiana, ora a flor de tierra no ha dejado de subsistir en España...", escribe en Don Julián.
J. G. Cuando me refiero a Séneca estoy parodiando a Ramiro de Maeztu, toda su obra. ¿Cómo podía ser Séneca español si España no existía en aquel tiempo? Era un disparate todo.
J. M. C. Con el Gobierno del PP ha vuelto a surgir la España eterna, los residuos del nacionalcatolicismo, lo que quiere decir que no habían muerto. Ha habido un renacimiento no ya de la Iglesia, sino de los obispos de la Conferencia Episcopal y, además, ahí está el propio pensamiento de Aznar... Creo que esto quiere decir que la transición se hizo a un precio muy alto. No hay posibilidad de rehacer la historia de esa España eterna, es imposible. Y eso es lo que Juan cuestiona a través del lenguaje y de la literatura.
J. G. Más que una crítica a la historia general de España, Don Julián es una crítica de la mitología española. Yo lo que pretendía era el contramito o como dijo un hispanista con mucha gracia, el sodomito. No hay datos históricos que hablen de la invasión árabe. Un historiador asturiano mostró que el primer testimonio sobre la batalla de Covadonga fue de un monje franco que lo tomó de la leyenda de Palas Atenea. Se trata de volver la leyenda al revés, como hicieron Zorrilla o Espronceda. El episodio de la Biblioteca de Tánger, en Don Julián, no era un ataque a los clásicos sino a la interpretación noventayochista y retrocastellanista de los clásicos, que es muy distinto.
J. G. Fue una lectura desastrosa. El Quijote se ha podido leer y rescatar a partir de la lectura descondicionada de Borges, que lo supo leer de manera magnífica, y de los ensayos de Américo Castro, cuando dice que es un libro que está deducido y extraído de la materia viva de otros libros, y también de Manuel Azaña.Es la parodia de la totalidad de los códigos literarios de su tiempo. Cervantes es el primero que entra en el territorio de la duda y con ello en el territorio de la novela.
J. M. C. Nadie perjudica nada que tenga un valor especial. Pero pasaron muchos años en que, como ha sucedido con tantas obras literarias, queda como escondida.
J. G. Tengo mucho respeto por Unamuno y por su poesía, pero su lectura de El Quijote me parece tremenda. Dice del capítulo ocho: "Trata de libros y no de vida. Pasémoslo por alto". Pues se pasó por alto El Quijote, que introduce la crítica literaria. Se pasó por alto lo que de verdad es la novela.
J. M. C. Sí, se pasó por alto una parte fundamental de lo que ha sido la literatura, la novela del siglo XX, que es la continua reflexión sobre ella, la introducción de la literatura dentro de la literatura.
J. M. C. Yo diría que Juan sin Tierra es de más difícil lectura, quizá de comprensión, que Don Julián. Es un punto de inflexión: la preocupación final de Juan por llegar al límite del lenguaje.
J. G. Tengo ciertas reservas respecto a Juan sin Tierra. La escribí en una época en que estaba totalmente metido en la lingüística. Durante dos o tres años, a raíz de los curso que daba en Estados Unidos, sólo leí obras de lingüística. Creo que se refleja demasiado mi interés por la lingüística en aquel momento.
J. M. C. No sé hasta qué punto podía preocupar en aquella época la economía de mercado. Lo que es seguro es que ahora los editores estamos absolutamente a merced de la economía de mercado.
J. G. Ahora los jóvenes lo tienen mucho más difícil. Hay escritores poco conocidos que están haciendo lo que yo entiendo por literatura, y no encuentran salida. Yo les digo que no se preocupen, porque si yo me llamara Perico de los Palotes y enviase el manuscrito de Don Julián ahora a las editoriales, estoy seguro de que lo rechazarían. Estoy seguro de que no encontraría ningún gran editor, me refiero a los grandes editores.
J. M. C. Hablas de los grandes editores...
Espero que los pequeños sigan existiendo. Es un proceso que se ha producido siempre y acaban bien o acaban mal, pero hay gente totalmente decidida a publicar este tipo de cosas. Cuanto mayor es la editorial, peor.
J. G. Voy a volver a Barcelona para apoyar públicamente a Ana Nuño, que saca una pequeña editorial, Reverso. También estarán Julián Ríos y Eduardo Subirats, que son dos personas que están al margen, que han quedado brutalmente silenciadas por la literatura oficial.
P. ¿Hay una literatura oficial?
J. G. Cuando digo oficial me refiero a la del mercado, pero es que a veces el mercado es mucho más duro que el Estado. La novela, la que entiendo como texto literario, corre el riesgo de convertirse en algo minoritario como la poesía. Lo que predomina es el producto editorial.
J. M. C. Estoy bastante de acuerdo en que ha surgido una literatura en la que hay escritores cultos que no arriesgan su vida, por decirlo así, en su literatura porque juegan a lo que manda el mercado. El escritor no arriesga, del mismo modo que los intelectuales en general ya no arriesgan. La noción de intelectual ha cambiado, ha quedado diluida.
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