Los consejos de un gran editor
"Los editores beben champán en las calaveras de los escritores muertos de hambre". Esta frase viene de la época de Goethe y no resulta muy halagüeña para los editores. En 1913, la imagen del editor no mejoraba mucho; en palabras del gran novelista Alfred Döblin "el editor mira con un ojo al escritor y con el otro al público. El tercer ojo, sin embargo, el ojo de la sabiduría, está fijo en la bolsa del dinero". Los escritores son muy suyos, muy egocéntricos y siempre tienen dificultades económicas (salvo los campeones del best seller, género del que Unseld afirma que los éxitos del hoy son las lápidas del mañana), así que no cabe esperar compasión por su parte en lo que se refiere al editor; éste, por más amor que sienta hacia la cultura, la libertad y el conocimiento, regenta una empresa según el modelo capitalista, y ha de considerar al libro mercancía sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, a la ley del rendimiento y a la disciplina del trabajo. Es lo que Unseld llama un "conflicto de funciones".
EL AUTOR Y SU EDITOR
Siegfried Unseld
Traducción de Genoveva
y Anton Dietrich
Taurus. Madrid, 2004
272 páginas. 19 euros
Siegfried Unseld (1924-2002) ha sido un editor vocacional al que la cultura alemana y europea deben eterna gratitud. Sucesor del gran Peter Suhrkamp al frente de la editorial Suhrkamp, una de las cimas de la edición cultural en Europa, su importancia es semejante a la de nombres ya míticos como Samuel Fischer, Kurt Wolff, Gastón Gallimard o Giulio Einaudi. En 1959 se hizo cargo de Suhrkamp, que dirigió hasta su muerte. De Fischer y Suhrkamp aprendió a conocer el lugar del autor en una casa editorial; Unseld cuenta cómo en 1953, mientras Peter Suhrkamp, un relevante lector de la editorial y él mismo esperaban la visita de un joven autor, aquél les advirtió: "Recuerden que todo autor, incluso el más joven, como personalidad creadora, se halla muy por encima de nosotros tres". Tuve la suerte de tratar a Unseld y debo decir que su capacidad para hacer frente al "conflicto de funciones" fue modélica.
Hoy día las cosas han evolucionado al punto de convertirse en verdad la idea ya expresada en 1970 de que el editor tradicional daría paso a la nueva imagen del editor-ingeniero y, aunque no es toda la realidad, es ya buena parte de la realidad. La imagen del editor tradicional, consciente de su papel sociocultural, es la que Unseld defiende en estas páginas. El libro consta de una larga introducción titulada Las tareas del editor literario donde da cuenta de su idea de lo que debe ser un verdadero editor responsable ante sí mismo, ante sus autores y ante su tiempo y de cuatro conferencias sobre la relación entre autores y editores, tratos todo lo apasionantes, conflictivos e incluso excelentes que cabe imaginar. Los autores son Walser, Rilke, Hesse y Brecht, y al lector interesado en el mundo de la edición cultural han de atraerle no sólo por la relación autor-editor en sí, sino por lo que contribuye al conocimiento de los propios autores; también al modelo de concepción de una editorial como Suhrkamp, que sigue tan campante.
El modo en que los grandes grupos han devorado a las medianas empresas ha convertido el negocio editorial en un asunto bastante alejado de la creación cultural; ésta parece existir dentro del mundo editorial como una añadidura inevitable al negocio, considerado el verdadero y único fin en sí mismo, o como ese pariente de escasos medios al que hay que tratar, pero recordándole siempre quién es y hasta dónde puede llegar. El modelo de Unseld se resume en una idea muy sencilla: la tarea del editor es la de "estar preparado para recibir al autor, para aceptar la novedad que comporta su obra y contribuir a su difusión". Es un modelo amenazado, pero no periclitado. Y éste es un libro que lo defiende de un modo ameno, sugestivo, inteligente y lleno de convicción moral.
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