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MÚSICA

Los otros divos

LA PROFESIÓN de director de escena, que fue de las últimas en incorporarse al tinglado operístico, goza hoy de muy buena salud, aunque a veces sea a costa de la equivalente salud mental de los públicos. En referencia exclusiva, a los dos mayores teatros nacionales, el madrileño y el barcelonés, el Real este año ofrece las esperadas oportunidades a la cantera patria, a profesionales ya probados en el medio con desigual incidencia pero con reconocido provecho. Así el Macbeth encargado en múltiple labor a Gerardo Vera (suyos son también los decorados y el vestuario) ofrecerá el buen hacer y la sutileza a que nos tiene acostumbrados, que tampoco nos sorprenderá con sobresaltos, algo extensible a La Dolores de José Carlos Plaza, previsiblemente desmitificadora de una España tópicamente tradicional, y a El barbero de Sevilla de un Emilio Sagi que está viviendo un excelente momento creativo. Quizá la mayor atención se centre en La flauta mágica de La Fura dels Baus, en capítulo Jaume Plensa, partitura bastante proclive a dar rienda suelta a la desbordante imaginación de este grupo, producción que vendrá después de dos respetados montajes ya conocidos, la afortunada Traviata de Pizzi y el decorativo Don Carlo de Hugo de Ana. Dieter Dorn con su habitual decorador Jürgen Rose, cuyo Buque fantasma de Bayreuth ha sido uno de sus mejores Wagner hasta la fecha, se encarga de la ópera de Henze La abubilla y el amor filial, con una puesta escénica que ya fue aclamada en su estreno salzburgués por su lujuriante diseño. Si el Lohengrin lleva la marca infalible de ese gran animal escénico que fue Götz Friedrich, tan asociado ya al escenario madrileño, La mujer sin sombra tiene sabor nipón, aires de Kabuki, al estar ideada por Ennosuke Ichikawa que viene acompañado como suele hacerlo siempre por el decorador Setsu Asakura y el figurinista Tomoi Mohri. Al Liceo este año no acude Calixto Bieito para dar que hablar meses antes de que dé a conocer su producto, pero sí aparecen decisivos nombres de la dirección de escena actual: Graham Vick, con su interesante Rigoletto no ajeno a discusiones cuando se ofreció en Madrid; Willy Decker, con el sencillo pero eficacísimo Boris Godunov que entusiasmó en Ámsterdam, donde este famoso director es presencia continua; Olivier Tambosi, con una Jenufa que ya triunfó en Hamburgo, Londres y Nueva York, entre otros motivos por la soberbia dirección de actores, o Dario Fo y su frenética La Gazzetta donde hay más del gran hombre de teatro que él es que del músico Rossini. Continúa la oferta Nikolaus Lehnhoff con su Parsifal evocando un Montsalvat apocalíptico tras un desastre puede que nuclear, algo que quizá soliviante al respetable que, en este caso (la acción transcurre en Cataluña, como se sabe), se sienta más directamente agraviado, y con el joven y listísimo canadiense Robert Carsen, dispuesto, sin duda, a sacarse la espina de la Tosca del pasado año con su excelente A midsummer Night's Dream, que desde que se estrenó en Aix-en-Provence en 1991 lleva conquistados los mejores escenarios franceses. La cuota nacional se la lleva la aparatosa producción de Turandot que reabrió el teatro tras el incendio, con el inadmisible suicidio final de la protagonista impuesto por la extravagante Nuria Espert, y Manuel Huerga que se responsabilizará del estreno de Gaudí, en torno al arquitecto que da cierto perfil a la ciudad y que quizá pronto veamos en los altares.

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