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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Tozudamente

De niña creía que en cada comienzo de curso empezaba una vida nueva. Aún recuerdo el olor de los libros recién comprados. Y el misterio de aquella caja de madera que se abría al girarla de costado descubriendo sus lápices de colores. Pero este septiembre lo encuentro todo como envejecido. Un presidente Zapatero con arrugas en el rostro del tamaño de una legislatura. Un ex presidente Aznar, con el alma avejentada, divagando sobre el siglo octavo, en busca de lo que ha perdido o lo que le ha "robado" Al Qaeda. Pero en cuanto a lastres del tiempo perdido, nuestro lehendakari les gana a ambos; tanto en sonrisa hecha cicatrices como en la voluntad de no regresar del pasado.

Hasta nuestros terroristas locales parecen haber saltado de la adolescencia a la senectud. O sufrir a la vejez viruelas, descubriendo el viejo placer de derribar las altas torres de suministro eléctrico. Un tremendo arcano el que deben ocultar las torres. ¿Será el electromagnetismo la causa de que los vascos hagan cada vez menos caso a los etarras? O tal vez la modernidad de las torres desafía a la voluntad ancestral del "pueblo". Podrían subirse los chicos a colgar en la punta de cada torre una ikurriña, como hacían sus abuelos. Pero ya nadie se juega la vida por una ikurriña más o menos. Efecto del exceso de oferta.

Por suerte para los demócratas, la última generación de etarras encuentra crecientes dificultades para recorrer el camino iniciático desde el cóctel de gasolina a la dinamita. Apuesto a que antes de que logren derribar una de esas torres va a desgraciarse alguno. Pero ya que no hacen sus experimentos con gaseosa, como mal menor, que sigan poniendo los explosivos en el monte y cuando no haya nadie cerca. Quizá esta mendigoizale preferencia de los etarras por lo rural y foramontano tiene que ver con la fortaleza de las fuerzas de seguridad y con el enjambre urbano de escoltas, que van con la moral bien alta desde que les pagan varios kilos por irse unos meses a Irak. Efecto éste del exceso de demanda.

Pero empieza a obsesionarme la convicción de que, al día siguiente de que consigamos jubilar a los terroristas locales en las cárceles que se merecen, seguiremos amenazados de morir de aburrimiento por causa de un lehendakari que carga sus espaldas de tiempo infinito. Y una vez muertos o dormidos de aburrimiento, la mitad de los vascos nos olvidaríamos de ir a votar, como aquellas vírgenes necias que esperando al novio se quedaron sin aceite. Y en ese caso tendríamos lehendakari para otros diez mil años.

Es un peligro real que lleguemos al desestimiento por el cansancio. Si quieren comprobar lo que digo, repitan ustedes sin parar la ilusionante estrofa: "...tropecientos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña y como veían que no se caían fueron a buscar a otro elefante...". ¿Verdad que agota?

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