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Columna
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Arte después de la orgía

Alrededor de 50 óleos de Bonifacio (San Sebastián, 1933) se muestran en la galería bilbaína Juan Manuel Lumbreras (Henao, 3). Hacía muchos años que no se veían cuadros de este particularísimo artista, fuera de la exposición de dibujos -asimismo soberbia- presentada en la misma galería dos años atrás. Las obras expuestas en esta ocasión abarcan veinte años de trabajo.

Va a sorprender sobremanera esta fulgurante aparición de sus obras. Se trata de pedazos de intuición elevados a la máxima potencia. Arte después de la orgía. Negrura, disloque que dejó la víspera. Metafóricamente detrás de algunos cuadros hay una amalgama de vómitos horizontales, atmósfera prostibularia, nauseabundos orines, adobado todo ello por un sinnúmero de resacas. Su pintura es exacta a su vida. Y su vida ha estado sumergida en el buceo oscuro de los placeres, al modo de un Pantagruel de los sentidos, y siempre como un sempiterno náufrago en tierra. Bonifacio ha vivido los años a mordiscos, bajo horas de alcohol barbarizado, entre otras experiencias tremebundas.

Todo esto es cierto e innegable. Pero también es cierto que a la hora de pintar su mundo, el talento de artista que lleva dentro de sí se ha alzado por encima de su vida. Detrás de cada obra vive la intensidad suprema por expresar su yo mediante la acción de pintar. Ahí salta imparable su intuición a borbotones. Los puñales de ceniza en cada ojo, que atraviesan los deshechos de objetos y seres que pudieron ser, se tornan mundos de hermosura infinita gracias al dinamismo concentrado que rige la estrella luciente de su mano.

Primario y claro como un canto rodado, no sabe qué pinta ni cómo pinta. Mas lo que puede tenerse por ignorancia se ve superada por una acción pictóricamente sabia. Él no sabe. Su mano es la que sabe. Cada trazo que pinta tiene su réplica en el arrepentimiento. Pinta y quita, pinta y quita, pinta y quita. En un azaroso instante el pintor traza un garabato y lo coloca en el lugar más visible y preeminente de la tela; a continuación suelta unas pinceladas que parecen negar el garabato anterior; acto seguido otras pinceladas tratan de defender al garabato de esa negación... Vuelve a negar, y a afirmar, sugiere, muestra, guarda, vuelve a enseñar y a guardar. En ese trasiego de gesticulaciones va encontrando formas nuevas , además de relaciones entre formas y colores. Eso en cuanto a la deriva refinada de su mano. Respecto a lo enigmático de la mayoría de sus cuadros, nadie como Jung para dar con la médula bonifaciana: "El hombre tiende a llenar lo inexplicable y misterioso con los contenidos de su inconsciente". Amén.

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