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Columna
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El jinete polaco

Para eso celebramos el centenario del nacimiento de Gombrowicz, quiero decir que difícilmente encontraríamos algo más luminoso que sus palabras: "Descansaba en una luz turbia y mi cuerpo sentía un temor mortal que me oprimía el alma, y el alma a su vez oprimía el cuerpo..., y hasta la menor de mis partículas se contorsionaba en el presentimiento atroz de que no ocurriría nada, nada cambiaría, nunca pasaría nada, y aun cualquier cosa que se emprendiese no sucedería nada y nada". ¿A que no hay mejor forma de describir las angustias de Ibarretxe en vísperas de dar comienzo al curso político con la puesta de largo parlamentaria de su plan? Porque ese presentimiento de que no pasará nunca nada retrata magníficamente las ansiedades de un lehendakari perdido en el laberinto de una solución que se presenta más bien como un problema.

Problema para que PP y PSE entren al trapo de la discusión de un proyecto en la que no pueden entrar so pena de legitimizarlo, ergo problema número uno para Ibarretxe: el coronel no tiene quien le escriba. Problema número dos, ni siquiera es seguro que Madrazo vaya a amadrinar el plan, con lo que Ibarretxe tendrá que pagar un plus para ganarse su apoyo porque Madrazo querrá, en última instancia, vender cara su piel (su doble piel o doblez ya que no puede no apoyarlo porque perdería su situación de favor en el tripartito de ahí que prepare el trágala mostrándose muy reivindicativo con el PSOE a fin de mantener ante sus bases la ficción de radicalidad ¡de izquierdas!). Y el problema número tres se llama Batasuna, al que Ibarretxe, con retorcida pasión, y algunos comentaristas, con las babas en la boca, quieren convencer de que o vota a favor del plan o seguirá muriéndose de frío, con la particularidad de que los susodichos augures ocultan que Batasuna no resolvería su situación si lo hiciera ya que para poder presentarse a las autonómicas, es decir, para poder regresar a la política, tiene que cumplir ciertos requisitos ante la Ley -en concreto la de partidos- y no ante Ibarretxe (ni sus hagiógrafos ni sus planes et circenses).

Sí, el rey está desnudo. Lo bueno es que no constituye ninguna novedad pero parece que no resultaba perceptible hasta que se visualizó -¡qué palabreja!-, en el Parlamento. Pues bien, ahora ya se ha visto y visualizado que no puede taparse las vergüenzas ni siquiera con todo ese laberinto que tiene por plan. Parecería lógico que para evitarse el sonrojo de una derrota aplazara la votación de su problema hasta después de las elecciones pero también puede obtener réditos del rechazo en el Parlamento: ¡no sólo estoy desnudo sino que me han dejado solo, luego tengo razón! De este modo puede utilizar la derrota como papel atrapamoscas en el que cazar a los constitucionalistas puesto que se siente una víctima de sus constantes picaduras, cagadillas y mosconeos. ¡Hay que ver qué a gusto se despachó poniéndolos a caldo de perejil y echándoles encima no sé cuantas metáforas ferroviarias!

Da la impresión de que lo demás es ruido, me refiero a los trompetazos sobre la consulta, ruido electoral: manteniendo la imperiosidad del plan o problema, apareciendo como el prestidigitador de referéndums y el san Francisco de las florecillas del campo, gana las elecciones y se le abren por delante cuatro añazos en los que poder ir dando largas a problemillas menores como el sopetón con el Estado cuando quiera convocar la consulta o cuando empiece a poner en marcha el invento que, lo que son las cosas, es anticonstitucional.

Pero no anticipemos. Y puesto que al comenzar estas líneas rendíamos tributo a Gombrowicz no estaría de más que nos rindiéramos, con mucha esperanza, a su grito de superar la polonidad, de "aflojar esa relación que nos vuelve esclavos de Polonia": "Les sugeriría lo mismo a las personas pertenecientes a otras naciones, ya que el problema se refiere no tanto a la relación entre un polaco y Polonia, sino entre un individuo y la nación". A ver si le oye nuestro jinete más polaco.

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