Se busca asesino solitario
Su barba y su peluca, aunque falsas, han ido envejeciendo con él, y lo han hecho al mismo ritmo que las bolsas de sus ojos, quizá el único rasgo auténtico de la fotografía que ilustra esta página. La imagen del criminal más buscado es una paradoja en sí misma. Por un lado, los investigadores de la Guardia Civil confían en que su divulgación sirva para detenerle. Por otro, saben que se trata de una imagen construida por él mismo, sin prisas, delante del espejo, sabedor de que todos los bancos que ha atracado disponen de cámaras de seguridad. Quienquiera que se oculte tras ese disfraz fue capaz de atracar 22 bancos en cinco años y conseguir un botín de 550.000 euros. Su plan, siempre el mismo, nunca le falló. Quizá por eso -o tal vez por superstición- no cambiaba nada: el mismo coche, el mismo maletín, la misma barba e idéntica peluca falsa. Sin embargo, el pasado 9 de junio algo se torció. Fue en el kilómetro 78 de la carretera N-113, justo en el límite entre Navarra y La Rioja. A eso de las seis de la tarde.
Algo les debió llamar la atención de tal manera que se montaron en su Renault Laguna y salieron en persecución de un Suzuki: "¡Deténgase a la derecha!"
Las dos primeras balas entraron por el parabrisas y el resto se coló por la ventanilla. Los agentes recibieron 14 balazos. Murieron en el acto
Dos guardias civiles de Tráfico, Juan Antonio Palmero Benítez, de 29 años, y José Antonio Vidal Fernández, de 31, esperaban junto a una señal de stop la llegada de un convoy con palas de aerogeneradores al que tenían que escoltar. Sin embargo, algo les debió llamar la atención de tal manera que abandonaron la espera, se montaron en su Renault Laguna y salieron en persecución de un Suzuki Vitara de un color azul verdoso. "¡Deténgase a la derecha! ¡Deténgase a la derecha!". El intenso tráfico y las características de la carretera, de sólo un carril por sentido, no les permitían otra opción que utilizar el altavoz, la sirena y los destellos de luz azul. Según algunos testigos, la persecución se prolongó durante tres kilómetros, justo hasta la entrada del pueblo navarro de Castejón. Allí, una maniobra del conductor del Suzuki hizo pensar a los agentes que deponía su actitud. Frenó hasta casi parar. El guardia civil que conducía redujo a tercera, y a una velocidad estimada de 30 kilómetros por hora adelantó al vehículo infractor por la izquierda con la intención de pararse delante de él. En ese momento, justo cuando los dos coches se situaban en paralelo -el Suzuki parado, el Renault Laguna oficial a 30 kilómetros por hora-, la boca de un subfusil automático del calibre 45 asomó por la ventanilla del todoterreno.
Una ráfaga de 23 disparos
"Le voy a decir una cosa, de usted para mí, ninguno de mis hombres es capaz de disparar así, con tanta precisión". La frase es de un oficial de la Guardia Civil, jefe de una unidad de élite. Y la conclusión se produce después de estudiar la trayectoria de los proyectiles que aquella tarde salieron del Suzuki. El vehículo de la Guardia Civil recibió 23 disparos. Las dos primeras balas entraron por el parabrisas y el resto se coló por la ventanilla del acompañante. Los agentes recibieron 14 balazos. El conductor se desplomó muerto sobre el volante y su pie derecho apretó el acelerador. El vehículo recorrió dando tumbos 269 metros hasta estrellarse, a 85 kilómetros por hora, contra una señal. El otro guardia también murió prácticamente en el acto. Sus armas reglamentarias continuaban en sus fundas. Nadie sabe qué les hizo emprender la persecución del Suzuki Vitara, pero lo que sí parece claro es que en ningún momento llegaron a percibir el peligro que estaban corriendo. "Un guardia civil de tráfico", explica uno de los agentes implicados en la investigación, "nunca saca su arma para multar a alguien que se ha saltado un stop".
Al principio, una confusión sucedió a otra. Primero se pensó en un accidente; enseguida, en un atentado de ETA; luego, en asesinos llegados de países del Este. Sin embargo, los investigadores de la Guardia Civil no tardaron en relacionar el crimen con un viejo conocido. O, mejor dicho, con un viejo desconocido. El análisis de la munición empleada fue determinante. Las balas utilizadas para matar a los guardias, del calibre 45 y de la marca Geko, salieron de un fusil que ya tenía ruina, que es la forma con que en el argot policial se define a las armas con crímenes en su historial. El 10 de mayo de 2000, un policía municipal de La Vall d'Uixó (Castellón) murió y otros tres fueron heridos durante el atraco a un banco. El delincuente, un hombre disfrazado con una peluca y una barba falsas, no se lo pensó dos veces cuando se vio rodeado. Un revólver Magnum 44 y un subfusil del calibre 45 le sirvieron en aquella ocasión para abrirse paso a tiro limpio, sin miramientos.
Así que era el mismo hombre. Un tipo cuya fisonomía, aunque falsa, había ido quedando registrada en los 22 bancos que había desvalijado. Nada de terroristas de ETA ni de delincuentes importados de la ex Yugoslavia. Se trataba de un hombre solo, un español sin acento, un tipo de entre 1,70 y 1,75 metros de altura, nariz prominente, cejas anchas y ojos azules (aunque es posible que use lentillas de colores), de complexión fuerte, aunque tal vez aumentada por un chaleco antibalas y ropa de relleno para parecer más grueso. Todos estos datos, unidos a los de su forma de actuar, sirvieron para que los investigadores llegaran pronto a una conclusión: sería difícil, muy difícil, echarle el guante.
Su currículo así lo atestigua. Sólo en uno de sus 22 atracos tuvo problemas con la policía. En el resto, su conocimiento de las costumbres bancarias y del tiempo de respuesta policial lo pusieron a salvo. "Se trata", explica un agente de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, "de un delincuente muy seguro y muy frío. Siempre actúa entre la una y las dos de la tarde, y con buen tiempo. Si observa algo raro en el banco, desiste y se va. Tarda un santiamén en hacer su trabajo. Nunca espera a la apertura de la caja fuerte. Y si hay problemas, se enfrenta. Ha sacado la pistola en muchas ocasiones, la ha utilizado muy pocas, y ha asesinado fríamente sólo una vez". El pasado 9 de junio. A eso de las seis de la tarde.
Tiritas en los dedos
SABEN QUE CAERÁ. Dicen los investigadores que, más tarde o más temprano, todos caen. También están seguros de que el día que lo pillen no faltarán quienes declaren su sorpresa en los telediarios. "Estamos ante un tipo de delincuente", explica un agente del equipo de investigación, "que a buen seguro tiene un trabajo normal y hasta una buena imagen entre sus vecinos". Cuando lo detengan, los agentes querrán despejar dos incógnitas que les corroen. La primera es por qué los guardias de Tráfico le dieron el alto. ¿Se saltó el stop? ¿Descubrieron quizá que el Suzuki llevaba matrículas falsas? La otra interrogante es por qué disparó hasta matarlos. ¿Qué temía? El hombre de la peluca y la barba falsas ha demostrado ser un buen conocedor de las costumbres policiales. Por tanto, tenía que saber que una patrulla de Tráfico se limita a poner una multa y no suele registrar los coches de los infractores. Entonces, ¿por qué cometió un crimen que, de forma automática, pondría a toda la Guardia Civil en su búsqueda? Un oficial de la Unidad Central Operativa sostiene que una de las posibilidades es que el atracador fuera del entorno, conociera a los agentes y ellos a él. Si es así, añade, no puede andar muy lejos. Otra posibilidad es que estuviera reconociendo el terreno, preparando un golpe inminente y por ello llevara en el vehículo -y de forma muy visible- toda la artillería. En este caso, puede ser de cualquier parte. De hecho, sus 22 atracos conocidos se distribuyen entre Galicia, Aragón, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Andalucía y La Rioja. Nunca ha dejado una huella en su huida. De hecho, se sospecha que lleva tiritas en los dedos para no dejar marcas. Utiliza un coche -el Suzuki Vitara que cambia de color y de matrícula- difícil de rastrear, por cuanto hay 40.000 en las calles, y además puede ser robado. Su forma de disparar suscita una duda: ¿un ex militar o ex policía?, ¿un aficionado al tiro deportivo?
Los investigadores -más de 40 dedicados en exclusiva- no ocultan que una de sus mayores esperanzas es un número de teléfono. El 900 10 12 12. Todas las llamadas se comprueban con absoluta discreción. Hasta el 9 de junio, el tipo del disfraz y el maletín era un atracador ciertamente habilidoso. Desde ese día a las seis de la tarde, un asesino.
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