El hombre del que no se sabe demasiado
ES UNA DE LAS PERSONAS más expuestas de España. Está al menos siete horas diarias, de lunes a viernes, al frente de su programa, Hoy por hoy, de la SER, que esta semana cumplió 18 años. Este viernes le han dado un premio en Pontevedra; es el número 250 de su colección. La gente se refiere a él como Iñaki, y ese nombre, Iñaki, ya lleva aparejado tanto su apellido como su propia historia. Con él, la familiaridad del oyente alcanza niveles de cuarto de estar, y de cama incluso. Cuando hizo la emisión con la que Hoy por hoy celebraba la mayoría de edad, muchos oyentes le escribieron o le llamaron como si todos hubieran sido sus compañeros de pupitre, sus amigos de la adolescencia o los confidentes de la madurez.
Uno de los hombres más expuestos de España. Y sin embargo, poco se sabe de él. Juan José Millás, que quiso hacer un reportaje sobre él siguiéndole desde que se levanta, a las cuatro de la madrugada, hasta que se va a la cama, como las gallinas, a las diez de la noche, tiene una teoría: en realidad, Gabilondo no se oculta a las horas sociales para irse a la cama como un monje y levantarse al alba como un asceta porque tenga que hacer Hoy por hoy: hace el programa para poder hacer esa vida monacal. Va a la ópera o a los conciertos porque su vocación es la música, pero aun en esas ocasiones sale corriendo, literalmente, con el pretexto de que le esperan el sueño y su programa. Pero se va porque se va: algunos de sus allegados dicen que es el peor relaciones públicas de sí mismo, y ha debido tener un talento formidable (ésa es su palabra favorita, por cierto: formidable) para llegar al éxito que tiene, pues ni hace vida social ni responde llamadas, y cuando las responde se equivoca de número.
La ambición y la vanidad las mitiga como un franciscano. Al dinero también se ha negado; en este tiempo de cheques, nadie especula con las ofertas que recibe o rechaza. No es de ese mundo. Su relación con la vida cotidiana es un mecanismo de precisión: se levanta tan temprano para leer filosofía; por la noche lee novelas, o ensayos; jamás ha hecho una entrevista a un escritor cuyo libro no fuera leído por él. Y antes de ponerse delante del micrófono se concentra en el silencio de la música, que es su compañía total, después se despoja de los cascos y se abalanza al micrófono como si viniera en tromba. Su hermano el filósofo, Ángel Gabilondo, rector de la Autónoma, cree que cuando se indigna (y episodios de indignación ha protagonizado muchos en la última etapa de nuestro país: él lo ha dicho, ha sido una época excepcional que le ha enrabietado) se pone de manifiesto su disgusto por "las palabras desajustadas, y un adjetivo mal puesto puede ser para él como la ruptura del equilibrio".
De chico hacía programas de radio en su casa, o jugaba con las palabras. Su familia era de muchos hermanos; él, con 62 años (que cumplirá el 19 de octubre), siempre fue el mayor, y ejercía. Serio, grave, es también un bromista que disfruta con los chistes de baja intensidad. Su hermano Ramón me ha recordado elementos familiares que explican sus pasiones, el periodismo y la música: el abuelo paterno (Pedro Gabilondo Epelde, de Azkoitia) escribía artículos en la prensa local, y era también un gran conversador, y su padre practicaba la música con entusiasmo. Su héroe fue Robin Hood; esa cicatriz que tiene en el labio superior se la hizo a los cinco años con la lanza que le hacía parecer Robin de los Bosques.
Nunca tuvo agenda, pero ahora mantiene una; ajeno al ordenador siempre escribe a mano, y está muy atento a lo que le dicen los jóvenes de su alrededor. En el programa de los 18 años, su compañero Luis del Val dijo de él que es un hombre que se exige mucho a sí mismo, y es implacable con el entorno. Siempre se está yendo, excepto cuando se sienta ante el micrófono, cuando habla y escucha. Y cuando se va, ¿adónde se está yendo? Es melancólico y ciclotímico, como cualquier hiperactivo, así que cuando se va tan rápido de tu lado se va a encontrar con alguien que ha buscado siempre: Iñaki Gabilondo.
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