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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El equilibrio de García Lorca

La ingente literatura crítica sobre Lorca ha sobrepasado hace tiempo la capacidad de absorción del lector especialista. Fábula de fuentes es un libro particularmente valioso porque, en vez de añadir otra cara al multifacético poliedro lorquiano, despoja de faramalla y prestidigitación retórica el enigma de su poesía, con la intención no tanto de resolverlo cuanto de reducirlo a su nervadura esencial, tarea sin la que cualquier afán hermenéutico es arar en el mar.

Con este propósito Andrés Soria Olmedo ha actualizado y reescrito los trabajos originarios de este volumen, dispuestos ahora con un argumento intelectual: el que arranca de la tradición heredada, indaga en su apropiación a través de su sensibilidad genética y de la cultura adquirida, y analiza los textos en que mejor rinde la dialéctica entre lo recibido y lo generado, o -usando, pro domo mea, el título del libro tomado de un verso de Guillén- entre la tradición (fuentes) y la poetización (fábula) que se nutre de ella tras enriquecerse del humus ambiental.

FÁBULA DE FUENTES (Tradición y vida literaria en Federico García Lorca)

Andrés Soria Olmedo

Residencia de Estudiantes Madrid, 2004

456 páginas. 25 euros

Tradición y vida literaria forman la encrucijada donde se aclara la poética de Lorca, aunque ninguno de ambos vectores tenga una interpretación unívoca. La tradición permite al artista ser él mismo (Eliot); pero ya Croce había advertido que la obra literaria está donde no están las fuentes, pues no en vano el poeta da un quiebro a lo esperable y burla la codificación del lenguaje heredado. Semejante desencuentro respecto de la tradición se da con la vida literaria, una realidad ambiental que contribuye a forjar, a despecho de los defensores de una "literariedad" que vive sólo en el texto, la personalidad del escritor en contacto con los otros. Pues así como un autor puede resultar succionado por la tradición elegida -el andalucismo profesional del que abominó sin éxito Villalón, o el alhambrismo que Juan Ramón imputó a Villaespesa y, con notoria injusticia, al propio Lorca-, también puede ser engullido por un entorno tan rico como la Edad de Plata (1898-1936), acotada simbólicamente por los años de nacimiento y muerte del granadino. He ahí Dámaso Alonso, quien confesó haber necesitado la sacudida de la guerra para liberarse de la asepsia purista de los años veinte.

Aparece aquí Lorca en el punto de equilibrio entre implicación y alejamiento, como un diestro que mantiene las distancias arrimándose, empero, cuanto es debido "al recortado toro de lo cursi, al viejo toro de lo popular, al toro imponente de lo culto, al abstracto toro de la vanguardia". Andrés Soria cree que lo consiguió y empeña con lucidez y erudición su pluma en demostrarlo. Dalí, Buñuel o el desembarazado Borges, entre otros de menor fuste, no lo vieron así, según lo evidencian los ya antiguos ataques a su Romancero gitano, o la más reciente atribución de su popularidad a la sublimación de su muerte. Pero no importa: "Lorca vive en boca de sus detractores", subraya el autor. No sólo, sino también. Lo cual no deja de ser una bendición que contados poetas han merecido.

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