_
_
_
_
CULTURA

CosmoCaixa pone la ciencia a prueba de niños

El museo ha costado 100 millones de euros y ocupa cuatro veces más que el anterior - El proyecto acoge 52 especies animales y 80 vegetales del Amazonas

"¿Cuál es el mejor museo del mundoooooooo?". La pregunta ha logrado silenciar a los primeros niños que llegan al centro. "¿Cuál es el mejor museo del mundoooo?", repite. Aquel señor de pelos a lo Einstein y aire de pirado no se iba a ir de allí sin su respuesta. El más pequeño, Luisito, saca del apuro a los demás con una respuesta empíricamente correcta, aunque políticamente no. "Señor, para contestar deberíamos viajar por todo el mundo". Jorge Wagensberg abandona su fe científica por su vena publicitaria y grita: "¡Éste, hombre; éste!" y el director del museo se pierde entre obreros y cacharros para ordenar el caos a pocos días de la inauguración de su gran juguete, el CosmoCaixa.

Más información
Experimentar en casa
El Museo CosmoCaixa organiza una observación del cielo de verano
CosmoCaixa muestra la 'carrera de armamentos' en la naturaleza

La visita al museo se inicia, como el universo, con el Big Bang, cuando se crearon la energía, el espacio, el tiempo y las leyes de la naturaleza, pero en el que aún no existían las galaxias, las estrellas ni los planetas. Durante 10.000 millones de años el universo era estéril, no había ningún tipo de vida. A esta parte del museo se le llama la Materia Inerte. El recorrido seguirá por la Materia Viva (aparición de los primeros organismos unicelulares en la Tierra), la Materia Inteligente (evolución de la vida a partir de la neurona y la aparición del cerebro) y la Materia Civilizada (desde el inicio de la Humanidad hasta la llegada de estos niños a CosmoCaixa).

No es un museo para contemplar, sino para comprobar. Los niños lo saben y lo exprimen, poniendo a prueba al museo y a la misma civilización. Incluso en la parte de la Materia Inerte, donde el universo es la nada, en CosmoCaixa se puede actuar con 67 módulos, entre ellos el de la propagación del sonido, escuchando la voz del visitante con un segundo de retraso después de recorrer un tubo de 340 metros. La mayor inversión es un muro de 65 metros de largo donde se han colgado trozos de roca para enseñar cómo era la Tierra en el momento de su formación.

Pese al esfuerzo de traerse trozos de montañas, a los niños no les impresionan las moles de pizarra de León ni que hayan cumplido sus 450 millones de años, ni las 10 toneladas de lago glaciar de Brasil. Si acaso les reta la roca potásica de Súria, que se podrá desgastar a lametazos.

Los niños se van a los clásicos. Como en el parque de atracciones son las montañas rusas, en el museo de la ciencia es la electricidad estática o las descargas eléctricas. Un par de chavales rodea una bombilla gigante. El primero que la toca siente un calambrazo, pero el susto, lejos de cambiar de experimento, anima al resto. Por sí solos descubren que con una mano en la bombilla y con otra en el cuerpo del amiguete, el calambrazo lo recibirá éste. Es el único momento en que hay que poner orden antes de que el museo comience a temblar.

Los conservadores no se apuran. "No hay problema", asegura Julio Lara, técnico de producción. Si la ciencia está en el museo, la tecnología está detrás de él. "Hemos implantado un sistema tecnológico propio de las plantas de producción. Esto nos permite saber al instante si un expositor se ha averiado, o su número de visitas y el tiempo que se para la gente".

Sólo ocho personas se ocupan de que funcionen tecnológicamente los 50.000 metros cuadrados, tres personas más que en el anterior museo, aunque era cuatro veces menor.

El Amazonas

El caramelo del museo es una gran cristalera que envuelve mil metros cuadrados de Amazonas. La guía les reta a que adivinen qué planta es natural y cuál es de plástico. Es difícil distinguirlas, aparte del gigantesco cebia. La reproducción llega a los sonidos y al clima, agobiantemente húmedo (80% de humedad y 28º de temperatura), pero sólo así podrán sobrevivir las plantas, las hormigas atta, los pájaros, los macacos, los yacarés y la sigilosa anaconda, con su cueva para ocultarse del espectáculo.

Tras el jolgorio de la Amazonia, mitad zoo mitad herbolario, los excitados niños necesitan un poco de chill out. El planetario es perfecto. Su misteriosa oscuridad amansa al grupo infantil, que mira el techo esperando que les caigan las estrellas. Han pasado dos horas recorriendo 13.700 millones de años, están cansados, pero no se han quejado. CosmoCaixa garantiza científicamente el entretenimiento.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_