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Inmigración y ciudad

Barcelona forma parte ya de ese extraordinario tejido humano de la multiculturalidad. Nuestra ciudad es un mosaico de acentos y colores que estalla en cada esquina. Diversidad que constituye hoy el principal factor de enriquecimiento humano y dinamización de nuestra sociedad. En torno al 13% de la población de Barcelona, unas 210.000 personas, son hoy nuevos vecinos llegados en gran parte de ese sur social, reflejo de la globalización desigual. Algunos clichés nos hablan de guetos urbanos y amenazas religiosas. Sin embargo, en Barcelona la inmigración se distribuye de forma cada vez más homogénea. Predomina la pluralidad de lenguas y religiones de procedencia. Y el porcentaje de titulados universitarios entre la inmigración reciente está por encima del de la población autóctona.

Una sociedad receptora debe trabajar a fondo tres grandes dimensiones de cohesión: la política, es decir, el acceso a la residencia, la ciudadanía y el derecho de voto con independencia del origen de cada persona; la social, que pasa por palancas sólidas de inclusión en los servicios públicos, la vivienda y el mercado laboral, y la cultural, que conecta con el reconocimiento y la acomodación de las diferencias. El papel de los gobiernos locales debería ser intenso en estas dos últimas dimensiones: desde redes potentes de servicios de primera acogida, hasta planes comunitarios dinamizadores de las relaciones vecinales en barrios multiculturales, como factores clave para articular ciudades solidarias.

En Barcelona tenemos un plan de inmigración forjado a partir de la negociación y el acuerdo que ha operado, sin embargo, en el marco de una ley de extranjería excluyente y de una nefasta gestión del hecho inmigratorio por parte del anterior Gobierno del Estado. Hace falta una reforma legal a fondo, que elimine los factores generadores de marginación, y un giro sustancial en las políticas públicas, que abra vías estables y sólidas de integración. Se están dando pasos significativos: desde el plan de respuesta al colapso heredado en la renovación de permisos hasta los nuevos planteamientos en torno a aspectos clave del futuro reglamento. El horizonte debería fijarse en la plena regularización sobre la base del arraigo social, idea que va más allá de la vinculación entre inmigración y mercado laboral, por muy relevante que ésta sea. Además, los elementos de diálogo y la voluntad de acuerdo deberían ser predominantes, tanto entre administraciones como entre éstas y el tejido asociativo, enterrando las vías autoritarias y represivas. Todo ello configura una realidad determinada por variables de amplio alcance, pero con impactos directos sobre el ámbito local. En los ayuntamientos nos vemos empujados a abordar las consecuencias cotidianas de dinámicas sociales y decisiones públicas sobre las que no hemos podido incidir. Sin embargo, ahí estamos, sin renunciar a afrontar una cuestión clave en al que nos jugamos buena parte de nuestro empeño por hacer de la ciudad un espacio cotidiano de inclusión social. En Barcelona, el Plan Municipal nos exige abordar la inmigración desde valores de integración e interculturalidad. Y lo estamos haciendo, de forma a menudo poco visible, pero con altos niveles de compromiso: mediante una política de empadronamiento activo que permite el acceso a los servicios públicos con independencia de cualquier otra circunstancia; la red de recursos formada por el Servicio de Atención a las Personas Inmigrantes, la atención primaria y los dispositivos de cobertura de necesidades básicas; un programa potente de acogida lingüística y un servicio de traducción en 34 lenguas; los equipos de mediación interpersonal y comunitaria; las escuelas públicas y los programas de empleo de Barcelona Activa; convenios de colaboración con ONG...

Forjar una ciudad inclusiva e intercultural es un reto apasionante. La confluencia de actores públicos y asociativos comprometidos con los valores de la acogida y la convivencia adquiere una importancia fundamental. Queda mucho camino. En él estamos, dispuestos a tejer acuerdos políticos y complicidades ciudadanas, para convertir el objetivo de la Barcelona diversa, mestiza y solidaria en múltiples realidades cotidianas y palpables.

Ricard Gomà es concejal de Bienestar Social del Ayuntamiento de Barcelona.

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