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Columna
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La esencia

La capacidad de aprender, de formarse o instruirse procedía, según algunos santos y teólogos en la Edad Media, de la curiosidad. Por eso, y misóginos como eran la mayor parte de ellos, la mujeres no debían de instruirse ni educarse: al cabo fue la curiosidad el pecado que llevara a Eva a probar el fruto prohibido. Cosas de San Bernardino y de los oscuros siglos medievales. Pues fue la curiosidad pecaminosa, que no un interés apasionado, y una obligada inmovilidad física lo que mueve a cualquiera a seguir atento y sin pestañear un debate sobre la situación política de los valencianos; un debate como el que ese otro día trasmitía el Punt 2 autonómico.

Y digerido el debate desde los saludos iniciales hasta la última frase del último representante del pueblo valenciano que en el mismo intervino, se pregunta uno por la esencia o lo esencial del mismo. La esencia, dicen los diccionarios, puede ser un perfume líquido muy concentrado o el conjunto de caracteres invariables que hacen que un debate sea un debate y sin los cuales no lo sería.

Lo del perfume líquido no se apunta a propósito de la letanía monótona de cifras con que comenzó su discurso Francesc Camps; sino al gesto ejemplar de rectificar y pedir excusas después de tropezar con la lengua y las palabras. Para aquellos lectores que no pudieron o no tuvieron curiosidad por seguir el debate, el gesto se resume en lo siguiente: Tras una primera intervención de Camps, cargada de realizaciones y promesas cumplidas traducidas en cifras, intervino el representante del primer partido de la oposición valenciana Joan I. Pla, que convirtió la felicidad bucólica del presidente autonómico en un desierto de carencias y desaguisados. La intervención de Pla fue dura, árida, vehemente, brusca, enérgica o como ustedes quieran denominarla; pero no faltó en la misma el improperio o la alusión dañina como el adjetivo "mentiroso". La réplica de Francesc Camps no se hizo esperar. Salíó de nuevo a la palestra y con tono brusco enérgico, árido, vehemente, duro o como ustedes quieran denominarlo le contestó al socialdemócrata Pla. Y en esa réplica tropezó con sus palabras y con el jefe del primer partido de la oposición mediante una frase referida al comportamiento de Pla durante el incendio reciente de la Serra Calderona. En los bancos de la oposición debió de haber algún tipo de rechazo verbal o mímico de sus palabras, que no mostró las cámaras, puesto que el presidente de todos los valencianos cortó su discurso; cambió la vehemencia, la dureza, la brusquedad, la grandilocuencia o lo que ustedes quieran, primero con el silencio y luego, y en un tono más bien coloquial, retiró la frase ofensiva que le había dirigido al representante de la oposición, pidiéndole excusas. Un gesto poco usual en la vida pública, poco esencial en ese tipo de debates. No perdió nada el presidente electo de todos los valencianos mediante dicho gesto. Dados los usos y costumbres a que estamos acostumbrados en la vida pública y televisiva, fue incluso un gesto ejemplar para quienes estos días inician un nuevo curso en las escuelas.

Rectificar, cuando se tropieza, no empequeñece a nadie y menos a un presidente autonómico. Si nuestros políticos, si nuestros representantes rectificaran con más frecuencia ante el tropiezo, el error o la obcecación, algo mejor nos vendría a la mayoría de sus electores. Pero eso al parecer no suele ser esencial ni en la vida pública ni en los debates. Los debates, como el de marras, siguen el ejemplo del blanco y del negro, y se olvidan de la trama político-empresarial de Carlos Fabra.

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