'Democracia' saudí
La monarquía saudí muestra todo menos prisa por reformar su carácter tribal y autoritario. En estas fechas debían celebrarse las primeras elecciones reales en la historia del país, con distintos candidatos -aunque no partidos- para proveer la mitad de los concejales en los ayuntamientos, pero el poder ha anunciado su aplazamiento a febrero del año próximo.
Las razones son fáciles de adivinar. Cuanto más sube el precio del petróleo, más baja la fiebre predemocrática entre los príncipes de la familia de Saud que gobiernan el país. Con el crudo a más de 40 dólares el barril, parece creerse que hay de sobra para engrasar el descontento, como se ha venido haciendo desde los años cincuenta, en vez de tratar de canalizarlo por la vía de la reforma. Igualmente, tres modestos revoltosos que en marzo pasado pidieron que el régimen se convirtiera en una monarquía constitucional, siguen en prisión, sin que hoy se sepa una palabra sobre ellos.
Pero los ingresos extraordinarios de la monarquía no pueden tapar eternamente una situación enrarecida. Desde la invasión norteamericana de Irak el número de atentados atribuible a la nebulosa de Al Qaeda ha ido en aumento, y tomando no sólo como objetivo los intereses occidentales en el país, sino a los propios colaboracionistas saudíes. Es, desde luego, argumentable si en esa tesitura una apertura política, aún tan sucinta como la que se contempla, contribuiría a calmar los ánimos o aún daría más fuerza a la protesta.
Conocido es el diagnóstico de Tocqueville sobre las revoluciones, que estallan en tiempos no tanto de represión como de apertura y expectativas de progreso no satisfechas. Pero la realidad saudí es contumaz en defraudar toda esperanza. Por eso, con riesgo o sin él, esa democratización es ya, probablemente, demasiado poco, demasiado tarde, pero no por ello menos urgente e imprescindible.
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