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Columna
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De sol y playa

Como muchos de ustedes, he dedicado parte del verano a contemplar los cuerpos de mis conciudadanos y a reflexionar sobre el injustamente denostado turismo de sol y playa. Sé que hay cuestiones más preocupantes y profundas, como la posible reelección de Bush y la alarmante presencia de Michael Moore al frente de la oposición, o la desgarradora escalada terrorista en todo el mundo. Arriba y abajo del litoral, pues, y siempre de reojo, confieso haber huido de las catástrofes que nos rodean practicando, antes de que llegaran las lluvias, un voyeurismo de via estrecha dedicado, por partes iguales, a hombres y a mujeres. Primera conclusión, que no pasará a la historia de las conclusiones: abunda la desproporción. A ratos, todos los cuerpos parecían haberse puesto de acuerdo para tatuarse y, en otra zona, la arena se convertía en una pacífica exposición de fláccidas anatomías ajenas a esos planes que pretenden cargárselas en nombre del llamado turismo de calidad (una cruzada que aspira a destruir lo poco gratuito que nos queda: el sol y la playa). Por más que los discursos oficiales recomiendan no obsesionarse por la belleza ni ser esclavos de dietas, son muchos los que aparentan las horas de gimnasia y quirófano que, a juzgar por su aspecto, habrán invertido. Son monumentos, algunos tan obvios que parecen caricaturas con patas, otros merecedores de sinceros aplausos.

Cuando no sopla demasiado viento, en la playa también se puede leer. Por más que algunos de nuestros neointelectuales han confesado estas semanas haber descubierto El cuarteto de Alejandría o Bella del Señor, no he visto demasiada gente leyendo. Yo sí lo hice, y me zampé un libro sobre pechos femeninos. Que nadie se escandalice: lo ha escrito una mujer y es, por tanto, un guiño simpático y no un insulto misógino. Al terminarlo, noté que mis pechos, ya de por sí abundantes, habían crecido y que mi aspecto recordaba cada vez más al de Michael Moore. El libro se titula Histoire de mes seins y está ilustrado por el veterano dibujante Wolinski. La autora es Monique Ayoun, periodista, novelista, ensayista, autora de cuentos eróticos y biógrafa de la parte de su anatomía que más problemas y emociones le ha creado: sus pechos, parcialmente retratados en la portada. Tener los pechos grandes puede ocasionar, por lo que cuenta Ayoun, extrañas aproximaciones. Adoradores, fetichistas, especialistas, coleccionistas, todos se acercan al fenómeno con motivaciones distintas y no siempre respetables. Ayoun narra sus dificultades para encontrar ropa interior diseñada con gusto y no por ingenieros de diques de contención, las reacciones de sus amigas ante las proporciones de su busto (envidia, compasión, espanto), sus complejos, que aparecían y desaparecían en función de los éxitos y fracasos de una vida sentimental marcada por lo físico. Incluso llegó a elaborar una teoría interesante, llamada pecho-termostato: "Aprendí a utilizar mis pechos como una brújula. Huía por sistema de los hombres demasiado obnubilados por mis pechos. Se convirtieron para mí en un excelente barómetro de la sexualidad masculina. Todo dependía del grado de interés que mis pechos despertaban en ellos: ningún interés, mala señal; demasiado interés, sospechoso...". Creo que Ayoun explora un terreno literario muy interesante que tendrá, seguro, precedentes: la organografía. Ojalá Malcom Lowry hubiera podido escribir sobre su hígado, Adolfo Bioy Casares sobre sus testículos y algunos ilustres pensadores y mandarines de nuestro entorno sobre sus hiperactivas posaderas.

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