De la clandestinidad al incendio
Elche se encuentra en una comarca caracterizada por la economía sumergida, con empleados de más de 45 años y escasa formación
La vida en Elche, la tercera ciudad de la Comunidad Valenciana, con 200.000 habitantes, gira en torno a los pares de zapatos desde hace 50 años. Y giraba con una alegría cifrada en 1.200 millones de euros en ingresos en 2002, según estimaciones de la patronal local. Ya se atisbaban algunos problemas. Un año antes, el mercado español había acogido 36 millones de pares fabricados en China. En 2002, fueron 46 millones. En 2003, las importaciones superaron, por primera vez, a las exportaciones.
Fabricar un par de zapatos requiere varias horas destinadas a abrir costuras, refinar correas, doblar correas, pegar forros, coser forros, pasar hebillas, coser talones y un largo etcétera de oficios. Labores que se desarrollaban en el taller, en casa y, en temporada, en naves sin señas exteriores donde el dinero corría con facilidad en el sobre semanal. Los vecinos de Elche acuñaron el término clandestinaje, símbolo de una cultura, para referirse a la economía sumergida. La mano de obra supone casi la mitad del coste de producción de un par.
Los americanos que optaron por convertir Elche en la capital europea del calzado hace cinco décadas se desplazaron años después a Portugal. Más tarde a Brasil. Ahora producen en la India.
Pero sembraron una cultura que impulsa la vida económica de toda la comarca del Baix Vinalopo. Desde curtidores a fabricantes de embalajes, en 25 kilómetros a la redonda cualquier negocio gira en torno al calzado.
La posibilidad de trabajar en temporada, en casa, y en ocasiones mucho, disuadió a muchos ilicitanos de otras preocupaciones. Un estudio demográfico de la ciudad elaborado por José Antonio Larrosa, revela que en 1991 el porcentaje de población de edad superior a 15 años con estudios de segundo grado finalizados -entonces BUP o Formación Profesional- era del 10,8% sobre el total de vecinos. Cinco años más tarde, la situación era peor. Apenas un 10,3% de los vecinos mayores de 15 años habían cursado estudios de secundaria.
Así, la inmensa mayoría de los trabajadores contratados en empresas de calzado tienen una edad media superior a 45 años y escasa o nula formación.
La reconversión no es fácil. El traslado de la producción, sin embargo, funciona de maravilla. Los trabajadores de las grandes marcas que levantan naves lujosas en el polígono de Torrellano-Saladas visten batas impolutas. Revisan el producto fabricado en China, lo embalan y colocan en la caja una lata de betún. El mismo par multiplica el precio en el proceso. La distribución es la salida natural para los grandes empresarios. Otros subsectores, como los fabricantes de componentes, desde tacones hasta borlas, están empeñados en proveer a los fabricantes chinos. El mayor fabricante mundial de espuma para suelas, otro empresario ilicitana, hace años que fabrica en México, en China o en la India.
Los negocios de los fabricantes chinos son también de un importante volumen. Hace tres años empezaron a comprar naves en el polígono del Carrús, más discreto pero mucho más próximo a la ciudad. La capital europea del calzado es un punto magnífico para ofrecer el producto.
La convivencia no había generado mayores problemas hasta la fecha, más allá de la expresión de sorpresa ante el volumen de los contendores que las firmas chinas descargan en sus almacenes, en muchas ocasiones en plena noche.
Autoridades municipales y autonómicas han aludido siempre al carácter cíclico de los problemas del sector del calzado. Los mayores recuerdan la caída de exportaciones a raíz del alza de la peseta hace 20 años. Pero el incendio de dos naves en el polígono del Carrús apunta a otra cosa.
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