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El misterio de lo que nunca se encuentra

Soledad Gallego-Díaz

Los periodistas ingleses saben bien la relación que existe entre los excesos del llamado periodismo amarillo y la legislación que afecta a la prensa seria. Por un extraño misterio, cada vez que los políticos van a legislar contra el periodismo basura terminan aprobando mecanismos que obstaculizan el periodismo responsable. Los periodistas españoles deberíamos preocuparnos mucho menos por cómo limitar los excesos de los programas amarillos (que, al fin y al cabo, deberían ser responsabilidad de quienes dirigen el mundo del espectáculo) y luchar mucho más para evitar leyes restrictivas de la información. Y en todo caso, quizás sea bueno recordar que siempre ha sido menos perjudicial un espectáculo obsceno, o estúpido, que un intelectual fanático colocado delante de un micrófono o un político decidido a confundir la información en beneficio propio.

El problema del periodismo "serio" no son los espectáculos basura, por muy desagradables que resulten, sino, cada vez más, la manipulación de la información y las restricciones a que se está viendo sometida. El problema es que se nos pretende dirigir hacia misterios que nunca encuentran confirmación (las armas de destrucción masiva de Sadam, la implicación de ETA en el 11-M o la responsabilidad del moderado Masjádov en la brutal carnicería de Beslán).

Absortos en el debate sobre la televisión basura, los españoles vamos a terminar perdiendo de vista que todavía no se han hecho públicos los documentos relacionados con la cumbre de las Azores y con nuestra participación en la guerra de Irak. Que no sabemos donde están los 30.000 millones de dólares que dijimos que se habían recaudado en la Conferencia de Madrid para la reconstrucción de Irak. Que no se conocen las estimaciones oficiales de fraude fiscal, ni las memorias de la Agencia Tributaria ni los balances de las comunidades autónomas. Que ni tan siquiera es posible acceder a algo tan sencillo como los expedientes que se abren a grandes empresas por abusos ecológicos.

Ese es el problema de los periodistas, no el derecho de Carolina von Hannover a cenar fuera sin que la prensa amarilla alemana la abrume con fotos. Pero, nos guste o no, todos vamos a tener que leer con atención el fallo nº 59320/00 del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (www.echr.coe.int), porque es muy posible que tenga las extrañas consecuencias de las que se hablaba al principio: controlar al periodismo serio.

El Tribunal ha discutido el argumento de los jueces alemanes que rechazaron la queja de Carolina y alegaron una curiosa distinción entre "personalidades absolutas" y "personalidades relativas" de la historia contemporánea, a fin de dejar claro que las personalidades de la vida política que ocupan funciones oficiales, incluidos los miembros de familias reales, disfrutan de una protección "muy limitada" de su vida privada y de su derecho a la imagen.

El Tribunal europeo planteó tres conclusiones polémicas: el elemento determinante reside en la contribución que las fotos o artículos aporten a un debate de interés general; no es cierto que el público tenga un interés legítimo en saber dónde está o cómo se comporta de manera general en su vida privada la mencionada Carolina y, aunque así fuera, debería ceder el paso a la protección efectiva de su vida privada.

Puede parece razonable, pero no lo es: como han descubierto 43 directores de periódicos alemanes, entre ellos el muy serio Die Welt, el fallo del Tribunal Europeo no va a servir para controlar a los paparazzi sino para atar a los periodistas de todo tipo, porque, en la práctica, sólo permitirá informar sobre los personajes públicos "cuando actúen en sus funciones". Así que, si se les hace caso, no se podrá escribir sobre las vacaciones pagadas al presidente del Bundesbank por un banco privado o fotografiar al mismísimo y beodo príncipe de Hannover meando contra la pared del pabellón de Turquía. Los periodistas alemanes han pedido a su Gobierno que recurra el fallo, pero detrás de ellos deberíamos estar todos los ciudadanos, periodistas o no. En eso debe consistir también la Europa que vamos a votar el próximo mes de febrero: lo que les perjudica a ellos, nos perjudica a nosotros. solg@elpais.es

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