Valverde está entero
El líder del Kelme podrá afrontar la etapa reina tras su caída del martes
En los años sesenta y setenta, los equipos italianos elegían sus gregarios según la fortaleza de sus brazos para poder empujar a los líderes en apuros durante las largas ascensiones del Giro. Los árbitros y comisarios, que no querían enfrentarse con los deseos de los organizadores, hacían la vista gorda ante el trato de favor que recibían las figuras. A Marco Pantani se le cruzó un gato negro en una etapa del Giro del 97 por la Costa Amalfitana. Se fue al suelo en dolorosa caída y sólo gracias a la ayuda de sus compañeros de equipo -Siboni, Conti, Garzelli...-, que, con el consentimiento de los comisarios, lo empujaron, lo arrastraron, lo acompañaron a cola de pelotón, fue capaz de terminar la etapa. Al día siguiente abandonó.
Tampoco en la Vuelta, ayer, nadie criticó que ante el carácter de drama nacional que tomó la caída del favorito Valverde, los comisarios permitieran que sus compañeros del Comunidad Valenciana le ayudaran de todas las maneras posibles a llegar a Caravaca de la Cruz. Y ni siquiera se comentó más allá de los círculos privados cómo Floyd Landis, el líder, se hizo el sordo cuando el pelotón, después de obedecer su orden de levantar el pie hasta que Valverde volviera al grupo y se recuperara del susto, le solicitó que pidiera a su compañero fugado, Zabriskie, que también desacelerara y no aprovechara la ocasión para triunfar en solitario. Ayer se hablaba más de la gran etapa de hoy.
En la playa de Aguadulce, escasos topless, Manolo Saiz ha instalado los rodillos para que su equipo en pleno sude, estático, bajo el sol que obliga a cerrar los ojos, que quema la piel. "Es que la etapa del Calar es muy dura", explica. "Y no nos valía con una salida en bicicleta de hora y media. Después había que trabajar más". Saiz tiene en su equipo a Heras y Nozal, los dos corredores más fuertes de la primera mitad de la Vuelta, y ya se prepara para una posible gestión triunfal del dúo si Valverde, el tercer favorito, se duele más de la cuenta de la caída del martes. "Llegado el momento, ya sabré lo que debo hacer", dijo el técnico que no confió en 2003 lo suficiente y a tiempo en Nozal y que, quizás por ello, perdió la Vuelta.
A apenas 300 metros del tenderete del Liberty, Vicente Belda es incapaz de parar quieto. Ante los periodistas exhibe, sobrado, dos teléfonos móviles que no paran de sonar y que cuelga sin contestar. Aunque una llamada sí que responde. Es la de la médico del equipo, Yolanda Fuentes. Llama desde el hospital de Almería, adónde ha ido por la mañana con Valverde. El murciano, que se acostó con dolores en una rodilla -una infiltración redujo la inflamación y el dolor- se levantó cojo por una cadera. Para salir de dudas, acudió a que le hicieran una resonancia magnética. Fuentes llama contenta: "Vicente, ni fisura, ni fractura, ni nada..." Media hora después, vuelve Valverde al hotel. "He dormido bien", dice, "porque no me duele el cuerpo, apenas me arrastré por el suelo y no tengo abrasiones. Sí, la etapa del Calar es dura, pero haré lo posible para estar delante, yo no soy de los que tiran la toalla. Aún no he dicho mi última palabra". A varios kilómetros, en un hotel del centro de Almería, sin curiosos, sin prensa, sin fotógrafos, Paco Mancebo, tercer clasificado, añade una hora de rodillo a su salida matinal. También sueña con Calar Alto.
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