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EXAMEN EN LAS CORTES
Columna
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A falta de conejos, toro

Miquel Alberola

El que avisa no es traidor, y Francisco Camps lo había hecho. Dijo que iba a aburrir a la oposición con un caudal de datos, y no defraudó. Ayer, para demostrar que había hecho los deberes desde que llegó a la presidencia del Consell, desató una catarata estadística en el hemiciclo que le acabó engullendo, mientras en el comprimido banco azul sus consejeros reducían el consumo energético de su organismo e hibernaban durante una hora y tres cuartos bajo una inexpresión muy zoológica.

El discurso de Camps llegaba a las Cortes destripado, con pocos rincones y precedido de un fotograma propio de El ala oeste de la Casa Blanca, que había inspirado unos días antes Ana Michavila, con la complicidad del propio Camps, para dar lustre a su protagonismo cristiano con el señuelo de la transparencia. En ella, más que a los presentes (en su mayoría, a excepción de Mariano Vivancos, pinches ágrafos en mangas de camisa), perseguía poner de relieve quién no estaba en la cocina del discurso. Y este perfume orgánico apuntaba como una bala hacia Esteban González Pons, sin cartera y sin cocina,que sin embargo estuvo hasta la noche del martes en el asunto.

Aunque, para el caso, mejor no tener nada que ver con esa letanía de porcentajes, que condensaba en su vaho la consecuencia del valium. Y allí estaba Camps, como un correcto comercial de gesto simétrico con los datos empollados y con el mismo tono que si estuviese opositando a notarías, dibujando la radiografía estadística de un paraíso feliz, perfecto y, por consiguiente, huero, pero sin conseguir borrar la tensión de raíz estomacal inscrita en las caras que ocupaban los escaños populares. El presidente explicó que la Comunidad Valenciana era líder en tratamiento de fangos, habló de casas, de coches y de hipotecas, de la presencia en China, redujo la crisis de los sectores tradicionales al diagnóstico de "cuestiones coyunturales" y a través de los éxitos agrarios llegó adonde le interesaba incidir, que era el botijo.

Camps agitó el botijo del trasvase, lo lanzó por el hemiciclo como un botafumeiro muy a menudo, pero ni siquiera su zumbido logró arrancar más que el rumor de la oposición, que sólo braceó y se indignó cuando el presidente proclamó que había reducido las listas de espera en un 55%. Tras agotar la retahíla de farolas y bombillas cambiadas se pasó al valenciano, se puso el yelmo de Jaume I y dio a entender que iba a hablar de política. Había llegado el momento de poner la chistera sobre la tribuna y de sacar conejos. El hemiciclo se desperezó, pero Camps sacó el botijo de nuevo y la oxidada esfera armilar. Y sólo cuando sus propios consejeros estaban a punto de quedarse pajaritos dio por concluido el rosario.

Tras media hora de refrigerio subió Joan Ignasi Pla y sacudió directo a la crisis interna del PP y a sus repercusiones en el Consell. El líder de la oposición, con un discurso acústico y una interpretación no exenta de sobreactuación, convirtió la acuarela de Camps en una pintura goyesca negra. Le llamó triste, apático e indeciso, incluso lo comparó con Franco por su paranoia con el enemigo externo, lo acusó de haberse quedado en el Penyagolosa, le recriminó su tendencia natural a la mentira y su obsesión por enfermar de melancolía con el trasvase, mientras Justo Nieto, ajeno, trabajaba sin parar en sus asuntos. Era evidente que Pla había entrado con el pico y la pala, y enseguida le comunicó el dictamen: "Usted y su equipo no dan más de sí".

Era un resultado contra pronóstico y Camps subió a darle la vuelta al marcador tan encendido que se abrasó en su propia indignación, derivando su réplica hacia un emocional mitin de casino que se alejaba de la defensa de gestión de un presidente. Entonces hubo alborotos y aspavientos, incluso Julio de España, en cabestrillo, tuvo que sacar la maza. Le replicó Pla que había subido "fet un bou", y Camps dijo que sí, que estaba fuerte como un toro, pero continuó embistiendo más con el corazón que con la cabeza, lo que permitió al maletilla Pla convertirse en un torero muy aclamado por los suyos. Camps se encerró en su propia herida, la elevó a categoría autonómica, se enredó con la centralidad y alcanzó el clímax agónico tratando de resumir el debate con golpes silábicos ("in-for-ma-ción contra des-in-for-ma-ción"), lo que sin embargo le valió aplausos muy deportivos de los suyos, acaso como una añoranza de los años de buen rollito, pero entonces el debate ya se le había ido de las manos. Camps había tropezado con su propia previsibilidad.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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