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Machacar el territorio

En la segunda quincena del ferragosto el sofocante calor debió insuflar en mi interior un acendrado pesimismo y el convencimiento de que la vuelta al cole sería este año especialmente dura a pesar de los corticoles. Quizá no fue sólo el calor sino el comprobar una vez más que lo de "cinco continentes, un mismo espíritu" era tan sólo una bonita frase de unos edulcorados Juegos Olímpicos con un tufillo inconfundible a circo romano. Panem et circenses. Que desfilaran cuatro palestinos y seis iraquíes era una sórdida ironía. Ni la tregua (en Irak, en Sudán, en...) se respetó. El dichoso espíritu olímpico -si es que estuvo presente- se tomó unas largas vacaciones el 30 de agosto y se fue al Olimpo a hacerle compañía en el exilio a la paloma de la paz.

Desgraciadamente, los hechos (globales y locales) confirmaron los malos presagios de mi augur particular. A los grandes temas de la, al parecer imposible, paz mundial (previsible reelección de Bush incluida) se le añadió la tragedia de Beslán, fruto de una deprimente gestión del conflicto checheno. En nuestra piel de toro, la longevidad política de Fraga, la santa alianza de los Rodríguez Ibarra y Vázquez, el confuso debate constitucional, la enorme chapuza de Trillo y el cabreo sin tregua de un PP que está lejos de asimilar la derrota han sido noticia en la primera quincena que, sin embargo, no han llegado a romper la tensa calma prevacacional. Como tampoco ha levantado pasiones la interminable escenificación de la pax romana entre Camps y Zaplana.

Pero, incendios y gotas frías aparte, lo que sí que nos ha traído septiembre es la constancia de que, lejos de acabarse, nuestros representantes políticos (regionales y locales) parecen seguir empeñados en machacar el territorio. Decía Felipe González en un artículo reciente en EL PAÍS (3 de septiembre de 2004) -a propósito del conflicto árabe-israelí- que "arar sobre el mismo surco lo ahonda sin abrir el espacio". Y dos días antes, Andrés García Reche se quejaba desde el mismo periódico de "esta pseudodemocracia que hemos construido entre todos; una democracia en la que decisiones que afectan al interés público se toman por unos munícipes que representan los intereses más directos y privados de la población local... en definitiva, una democracia en la que la única forma de garantizar la bondad y limpieza de la política es, precisamente, evitar que los políticos tomen decisiones, es una democracia en lo que algo sustancial está fallando".

Lo dicho por uno y otro se puede aplicar a un sinfín de temas pero no hay duda de que vienen como anillo al dedo para denunciar una vez más (hasta que el cuerpo aguante) la barbarie a la que nos conduce la insaciable voracidad de los promotores, la miopía o connivencia de políticos locales y regionales que degradan el significado de la política y la cultura productivista -ampliamente enraizada en las mentes- que sólo ve en el territorio una fuente de beneficios.

Lo de la Bega de Cullera es ciertamente paradigmático (Atila no lo hubiera hecho mejor) y no menos vergonzoso (¿qué narices pinta el IVSA promoviendo tan peculiar lindeza?). Pero no merecería mayor comentario si se tratara sólo de una ciudad en la que munícípes, consellers i promotores se han dado la mano para ofrecer la versión moderna de Delenda est Cartago. Pero, lejos de ser un caso excepcional, Cullera sólo es el más pintoresco: en Dénia no pueden garantizar el agua para el "plan de mínimos" de 10.000 viviendas; en la pequeña Atzúvia las 1.500 casas previstas harán que su población se multiplique por diez; en Canet d'En Berenguer siguen calificando polígonos excusándose en que así habrá "más zona verde"; en Elche se han propuesto superar a Alicante con 19.000 viviendas más y un techo poblacional de 399.000 habitantes; en Sant Joan de Alacant no quieren ser menos y se disponen a urbanizar dos millones de metros cuadrados; Mislata va a rematar la jugada y encementar los 200.000 metros cuadrados que le quedan de huerta protegida; en Mundo Ilusión son más decididos y se atreven con 35 millones de metros cuadrados y 20.000 viviendas; en... (Jesús, qué cruz). En total parece que están en juego unos 70 millones de metros cuadrados entre urbanizaciones y campos de golf a lo largo y ancho de nuestra sufrida geografía. Y la única directriz que se oye por doquier es aquella de ¡¡¡hagan juego, señores!!! ¡¡¡Viva la sostenibilidad bien entendida!!!

Menos mal que para juegos lingüístico-malabares tenemos a Rafa Blasco que siempre se saca de la manga un "plan piloto" como lo de la huerta de Alboraia y pone cara de medioambientalista. Mi augur y el augur de Blasco se llevan mal. Debe ser que observan el vuelo de aves diferentes. El de Blasco tiene predilección por las de rapiña y claro, así nos va. No sé que significa la sociedad de calidad residencial, esa tierra prometida a la que nos quiere llevar a toda costa nuestro Gobierno autónomo, pero lo que sí que me parece obvio es que la tan cacareada cohesión territorial prometida por Camps será una cohesión virtual porque territorio razonablemente urbanizado o dignamente preservado más bien no habrá. Quizá los habitantes de Albocàsser, Ayora o Fontanar dels Alforins tengan algún día la misma dotación per cápita de equipamientos que los afortunados de las zonas prósperas. Pero habremos dilapidado el territorio y los recursos y las generaciones futuras nos darán las gracias.

De todas formas, siempre nos quedará el cinismo. Que el Alto Consejo Consultivo de la Generalitat se adhiera al Manifiesto de la Sociedad Valenciana para un Desarrollo Sostenible impulsado por el Consell (leáse, de nuevo, Rafa Blasco y sus trucos de magia) es algo que a uno no puede sino llegarle al alma. Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Pues eso. Tal y como está el patio comprenderán ustedes mi pesimismo y que considere más que improbable que pueda iniciarse "un nuevo relato" (como pedía Felipe González para el conflicto árabe-israelí), una nueva forma más sensata y prudente de entender nuestra relación con el territorio, una actuación pública más acorde con lo que cabe entender como "interés general" aunque me da miedo sugerir el término porque igual éste se reduce al fútbol o, incluso, quien sabe, a maximizar (todavía más) la cuenta de resultados de las empresas inmobiliarias.

Como no puedo ser optimista, les sugiero una vía lúdica para abordar este pequeño problema que tenemos con nuestro territorio, este cotidiano aquelarre. Para exorcizar los malos espíritus propongo a nuestras autoridades que encarguen a artista reconocido el diseño de una procesión del Corpus civil en la que, en lugar de escenificar tanto Antiguo Testamento, desfilen, debidamente ataviados, los actores de nuestra reconversión urbanística (Generalitat, Ayuntamientos, empresas promotoras y de servicios, el sufrido comprador de viviendas, el vecino sin vistas, el peatón atropellado, el monumento desaparecido) y que cada municipio, con su alcalde a la cabeza, pueda mostrar en grandes pancartas los frutos de la civilización, o sea, el ayer y el hoy de su territorio, costero o no. Quizá la mofa, befa y escarnio sean el único antídoto. Y, además, nos lo pasaríamos en grande.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universitat de València.

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