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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vida de judío

"No he matado, no he robado nada, a nadie he difamado, tampoco soy un estafador. Aun así, soy un criminal en fuga. Todo el mundo conoce ya mis señas de identidad: ¡Cazadlo, es un judío!". Así razonaba Jakob Littner, ex ciudadano de Múnich, conocido comerciante especializado en filatelia, poco después de que su tienda de la Karlsplatz fuera asaltada y destrozada por hordas de arios enfurecidos que gritaban consignas nacionalistas: "¡Alemania para los alemanes! ¡Expulsad a los judíos!".

Los Littner eran de origen polaco pero pronto se establecieron en la capital bávara, y Jakob sólo hablaba alemán con fuerte acento muniqués. Jamás imaginó que pudiera vivir, pensar o sentir de forma distinta a como lo hacían sus conciudadanos ni que, a causa de sus orígenes, el Estado que antaño lo acogiera con tanta afabilidad fuera a humillarlo despojándolo de sus bienes y hasta de su dignidad humana. ¡Cosas semejantes sólo ocurrían en la época de los romanos o, como mucho, en tiempos de la Inquisición española, pero no en el civilizado siglo XX! Las leyes raciales, promulgadas por Hitler en 1933, demostraron lo contrario: había vuelto la barbarie.

ANOTACIONES DE JAKOB LITTNER DESDE UN AGUJERO EN LA TIERRA

Wolfgang Koeppen

Traducción de Lidia Álvarez Grifoll

Alba. Barcelona, 2004

152 páginas. 13,50 euros

Más información
Koeppen, el mistificador

Littner tuvo que abandonar Alemania. Se refugió en Praga sin otro capital que diez marcos alemanes -la única cantidad que los nazis permitían llevarse del país a los judíos-. Pero el comerciante era listo y burló a la Gestapo pasando en su maleta sellos antiguos cuya venta le proporcionó algún dinero. Mas enseguida Hitler ocupó Checoslovaquia y los judíos allí refugiados huyeron hacia el Este. Littner pasó a Polonia, donde era un extranjero. En Cracovia quiso reanudar sus negocios, pero Alemania ocupó Polonia y de inmediato las leyes raciales entraron allí con especial virulencia. Huyendo de pueblo en pueblo, Littner terminó por hallar acogida en la pequeña ciudad de Zbaraz, en la Galitzia oriental, otro nido de judíos. Pronto estuvieron allí los alemanes, en marcha hacia Rusia. Polonia y Ucrania enteras, asentamiento tradicional de millones de judíos, iban a convertirse en campo de pruebas para la aniquilación de la "raza maldita". Hitler quería una Europa "limpia de judíos", así que la "desjudaización" de las regiones conquistadas era uno de sus objetivos primordiales. Una inmensa máquina asesina engrasó sus ejes. Se crearon campos de exterminio y comandos especiales sólo para la "liquidación" de judíos. Europa central se transformó en un inmenso matadero de familias judías enteras, exterminadas como ganado.

Las Anotaciones, escritas en for

ma de diario, narran con sobria crudeza el sufrimiento cotidiano en Zbaraz, donde los carniceros de las SS y sus esbirros ucranianos se encargaron de hacer la vida imposible a los más de cinco mil vecinos judíos de la hasta entonces floreciente comunidad. Littner fue testigo de crímenes brutales, sufrió pillajes y humillaciones, y por las noches se estremecía de terror frente a las redadas en que se cazaba a las víctimas para el Moloch nacionalsocialista. Fue un calvario que duró varios meses hasta que, finalmente, logró huir del gueto de Zbaraz junto a su compañera de penas, la polaca Janina (su futura esposa), justo antes de que, el 8 de junio de 1943, los escasos supervivientes judíos -hombres, mujeres y niños- fueran conducidos al bosque en el que tuvieron que cavar sus propias tumbas antes de ser asesinados.

Gracias al dinero que regularmente le enviaba la valiente Christa, antigua socia aria de Littner, el judío y Janina pudieron comprar un escondite en la hacienda de un noble polaco venido a menos; éste les cedió un agujero inmundo en lo más profundo de un sótano. Allí recluidos, como cavernícolas, saqueados por el noble hasta el final -Littner tuvo que arrancarse él mismo su puente de oro para pagarle-, permanecieron varios meses hasta la llegada de los soldados soviéticos.

Cuando Littner dejó el agujero quiso contar al mundo todo aquel sufrimiento. Pero no fue él quien escribió este libro impresionante, ahora por primera vez en castellano -en una traducción correcta, pero que podía haber hilado más fino-, sino un escritor alemán desconocido: Wolfgang Koeppen (1906-1986). Éste dotó al manuscrito original que Littner redactó torpemente al regresar a Múnich de un estilo propio y de una sorprendente tensión dramática. Koeppen transformó al judío Littner en personaje literario, más real acaso y más perdurable que el hombre de carne y hueso; en un nuevo Job, esa figura arquetípica de los inocentes de todos los tiempos, razas y credos.

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