Ratonerías
A veces, lee uno noticias que parecen antagónicas a fuerza de ser misteriosamente complementarias. Por ejemplo: "Un solo gen convierte a un ratón promiscuo en monógamo". La verdad es que nunca me había parado a pensar con detenimiento en la vida sexual de los ratones, sin duda porque nadie puede hacer un seguimiento científico de todas las maravillas del mundo, pero les confieso que no me esperaba eso de los roedores: andar por ahí a la que salta, promiscuos y escurridizos, inseminando a lo loco a las ratonas. El gen que hace sentar la cabeza a los ratones no es otro que el receptor de la vasopresina, sea tal cosa lo que sea, y desconsuela pensar que, por culpa de la falta de ese gen, un ratón se convierta en un libertino, en el Casanova de la ratonería, de espalda a los valores familiares y a cualquier tipo de compromiso sentimental estable. Sólo si tienes la fortuna de ser un ratón de laboratorio puedes alimentar la esperanza de una regeneración drástica en ideología sexual, porque se ha demostrado que la inoculación de ese gen es mano de santo, y nunca mejor dicho: de ser un ratón pecador y calavera, te conviertes en un ratón ejemplar y virtuoso.
La otra noticia, la que en principio puede parecer antagónica con respecto a la del gen redentor, es la siguiente: "Una planta alucinógena mejora la calidad del esperma". Como lo oyen: la llamada khat, una planta que se cría en África y en Arabia, contiene al parecer un estimulante, la cathinona, que propicia la longevidad de los espermatozoides, lo que amplía su vida laboral, consistente en picotear óvulos. Lo cierto es que la mayoría de los espermatozoides acaba sus días en medio de una frustración que no lograría aliviar ni un cónclave de psicoanalistas freudianos, porque son muy pocos los espermatozoides que satisfacen su fantasía fecundadora: para que uno solo de ellos active el mecanismo portentoso de la perpetuación de la especie es necesaria una inmolación masiva de sus congéneres, porque lo cierto es que los espermatozoides caen como conejos. Llegado el momento de decir aquí estamos, todos los espermatozoides liberados de sus prisiones esféricas echan a correr como angulas de Aguinaga, pero sólo uno de ellos llega a la meta. Y no hay una segunda oportunidad para un espermatozoide. No hay vuelta atrás. Si eres espermatozoide y fracasas en tu misión, ahí te quedas, dando vueltas por un organismo extraño, hasta que te cansas de deambular y entregas la cuchara en lo mejor de la vida.
Puesto a buscarle la complementariedad a estas dos noticias inquietantes, me pregunto qué pasaría si a un ratón promiscuo le diesen un canuto de khat. Uf. No quedaría ni una ratona por fecundar en todo el barrio, incluida la novia de Mickey. Y el Ayuntamiento tendría que contratar al flautista de Hamelín para que llevase a cabo un control periódico de la plaga de roedores. Y el ratón, mientras tanto, colocado perdido, bajo los efectos alucinógenos del khat, viendo ratonas de colores y espirales pop art por todas partes, y no digamos si en la casa en que ratonea suena de repente Pink Floyd. Yo no sé, pero todo esto es un lío: el gen, el khat, la vasopresina, la cathinona... La verdad es que no pasa un día sin que uno se alegre de no haber nacido ratón.
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