Brenan y Walden
Gerald Brenan leyó Walden cuando acababa de cumplir los diecisiete años y, según cuenta en su autobiografía, Una vida propia, "hizo más para reorientar mi vida hacia nuevos cauces que ningún libro encontrado desde entonces". Eran momentos en que el futuro autor de El laberinto español luchaba a brazo partido contra muchos obstáculos, entre ellos un colegio privado cuya brutalidad le destrozaba y un padre militar extremadamente puntilloso, mandón, falto de imaginación y neurótico, con una sola y machacona aspiración para su hijo: que hiciera carrera como él en el Ejército Británico. Gerald estaba decidido a no seguir para nada el programa paternal. Pero, ¿cómo escaparse? En el libro de Thoreau -el 150 centenario de cuya publicación se celebra estos días- encontró lo que buscaba: un potente canto a la autorealización como meta suprema de la vida, el amor apasionado a la Naturaleza hasta en sus expresiones más modestas y, lo más importante, indicaciones concretas sobre cómo acabar con la rutina y las expectativas familiares, incluso sin dinero. Todo un manual de "autoayuda", en definitiva.
El "ya no puedo más" había llegado para Henry David Thoreau en 1845, cuando tenía 28 años. Estaba asqueado de la moral protestante del trabajo duro y sin remisión, de la acumulación de bienes como máxima finalidad humana. Quería comprobar si era capaz de vivir en el campo durante unos años, acompañado sólo de sus libros y de la Madre Naturaleza. Por ello se construyó una cabaña a orillas de Walden Pond -más charco que laguna, rodeado de bosque- cerca de su lugar natal de Concord, en Massachussets, y puso en marcha su proyecto. El resultado es uno de los libros de aventuras más originales jamás escritos, todo dentro de un ámbito muy pequeño. Y lo más llamativo, finalmente, es que Thoreau llega a la convicción de que el único viaje que de verdad vale la pena es el que se emprende a las regiones desconocidas que tenemos dentro de nosotros mismos. Hay que ser "un Colón para los nuevos continentes y mundos" que allí nos esperan -¿no lo proclaman así los sueños?-, "abriendo nuevos canales, no de comercio sino de pensamiento".
Aunque Brenan hizo carne de su carne la filosofía de la liberación personal preconizada por Thoreau, nunca habría podido pasar dos años en una cabaña al lado de un estanque situado cerca de la casa de sus padres. Había en él una sed casi innata de viajes largos y, cuando vino el momento de la huída de la familia, en 1913, a los diecinueve años, se encaminó hacia Oriente. Es fascinante constatar en la biografía suya escrita por su amigo Jonathan Gathorne-Hardy (Gerald Brenan, El castillo interior, Ed. El Aleph) que el joven rebelde pasó la mayor parte de su última noche en casa escribiendo una carta a su madre con la cual, después de arremeter contra su padre, expresar su desprecio por la vida convencional y la hipocresía de ambos y declarar su odio al Ejército, incluía un ejemplar de Walden. Para que no pudiera haber dudas, muchas de las frases clave de la "Conclusión" del mismo iban subrayadas. Tan crucial puede resultar la influencia de un libro en el momento oportuno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.