Revivir la tragedia fuera de casa
Un armador alemán invita a víctimas del 11-M a visitar Hamburgo
Cuando Clara, la presidenta de la Asociación de las Víctimas del 11-M, tras relatar los instantes que quebraron su vida, comienza a ahogarse en sus propias palabras, pregunta: "¿Qué más puedo decir?", como si ninguna palabra sirviera para reflejar sus sentimientos. El armador de barcos Peter Kraemer la abraza. No está sola en su naufragio. Kraemer había estado escuchándola conmovido, con gotas de sudor en su frente y los ojos humedecidos. Poco después, el hombre canoso que mide una cabeza más que el resto del grupo reunido en el hotel Intercontinental, en uno de los barrios más elegantes de Hamburgo, salta de la silla para liberarla de la prueba por la que tiene que pasar constantemente cuando viaja a otros países para contar su historia dolorosa.
"Soy a prueba de bombas", bromea un superviviente del 11-M que perdió la memoria en los atentados
Kraemer invitó a pasar un fin de semana en su ciudad natal a 28 familiares y víctimas de los atentados terroristas del 11-M, que causaron la muerte de 191 personas e hirieron a más de 1.400. En el programa que organizó la Sociedad para el Fomento de la Democracia y el Derecho Internacional, fundada por Kraemer en junio pasado, figuraron el espectáculo musical El rey león, una reunión con el obispo de la ciudad, paseos turísticos y un encuentro con el armador el pasado sábado.
Kraemer quiere expresar así su solidaridad con los afectados por las bombas de Madrid, una ciudad que él considera "su segunda casa" después de Hamburgo. Desde hace 20 años viaja frecuentemente a España. El poderoso constructor de cargueros y buques cisterna suele visitar, en algunos de sus viajes a Madrid, el Museo Reina Sofía para ver el Guernica de Pablo Picasso. "Me conmueve profundamente y por eso es uno de mis cuadros preferidos", sostiene Kraemer. Las grandes tragedias humanas le afectan. Cuando Argelia sufrió hace unos años un terremoto ningún alemán donó tanto dinero como él.
Durante la noche del 11 al 12 de marzo, Kraemer decidió que esta vez no quería ayudar con dinero. "Necesitamos más amistad, más respeto y cooperación. Tenemos que salir del aislamiento", reflexiona Kraemer, sentado en una silla en la sala del hotel que acoge a sus huéspedes de España. Su cuerpo se encoge a medida que va pasando la mañana, las pocas horas reservadas para hablar del 11-M.
"Peter es un hombre muy emotivo", dice una chica de Santa Eugenia a quien una de las bombas le arrancó la pierna izquierda porque dejó pasar el tren anterior para esperar a su amiga. Recuerda con alegría su estancia en Hamburgo. Afirma que este viaje les sirve "para conocer a gente estupenda", y continúa: "Si no hubiera sucedido el atentado, ¡toda la gente que nos hubiéramos perdido de conocer!". Otra chica, en cuyos ojos se adivinan las imágenes del horror revividas mientras los demás hablan, se sorprende de que el grupo incluso cante.
"Cinco minutos deciden sobre tu vida", constata Ángel, un hombre de mediana edad cuyo problema es que no recuerda nada ni siente nada, y bromea y añade: "Soy a prueba de bombas". La psicóloga le dijo que en cualquier momento puede aparecer el estrés postraumático. Ángel encontró su función en el grupo. Anima a los demás hasta que le toque a él.
Kraemer piensa que "ni la policía ni los militares solucionan los conflictos internacionales", y culpa a Aznar de lo ocurrido, "primero por unirse al grupo de voluntarios [de Bush]; segundo por su estupidez" en el manejo del asunto. Con rabia exclama que "Bush estropeó los países islamistas" y que es "responsable del antiamericanismo y el odio contra Occidente".
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