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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Debate territorial

A LO MEJOR es que va a ser siempre así; que lo sucedido durante el mes de agosto con la célebre "cuestión territorial" es lo que va a seguir ocurriendo en el futuro: unos dicen unas cosas, otros las corrigen, aquél las matiza, el otro añade, el de más allá resta. Parece que el resultado se llama hablar, debatir, desatar las lenguas. Así han surgido, sin un aparente plan preestablecido, cuestiones como el derecho de veto de ciertas, tal vez de todas las comunidades autónomas en el previsto Senado; el uso de las diversas lenguas en las dos Cámaras, o sólo en el Senado, o quizá en unas comisiones, o tal vez al principio en unas comisiones y luego, ya se verá, en los plenos; la institucionalización, o mejor sólo la puesta en marcha, a ver qué pasa, de la Conferencia de Presidentes, que puede ser de naturaleza horizontal o posiblemente horizontal y vertical, o unas veces horizontal y otras vertical, significando con una u otra denominación que asista o no el presidente del Gobierno; en fin, aunque no lo menos importante: la nueva denominación de unas comunidades -tres quizá, o cuatro, y hasta cinco- como nacionales, o simplemente naciones, dejando a las demás que se avíen como puedan.

La verdad, no estábamos acostumbrados a debates tan plurales y enriquecedores. O mejor, el acento en la disciplina de los partidos y en el carisma presidencial en tiempos de Felipe González, como en los de José María Aznar, nos había malacostumbrado: antes de iniciar el debate ya se sabía cuál iba a ser el resultado, lo que dijera el presidente, y punto, como en Galicia. Pero ahora, con un presidente que -según fuentes dignas de crédito- no quiere entrar en los debates como elefante en cacharrería, cada cual se siente, por vez primera desde los tiempos de Adolfo Suárez, completamente libre de decir lo que bien le parezca, incluso aunque lo que le parezca entrañe algún disparate. Por ejemplo, se ha oído decir al presidente de la Generalitat, y por dos veces, que Galicia "obtuvo su estatuto en 1939", y que los aragoneses y valencianos bien pueden aspirar a ser nacionalidad porque formaron parte del territorio de la Corona de Aragón, y que Andalucía tal vez lo consiga, ser nacionalidad, si tiene apetencia -apetencia- de ello. O sea, que para ser nación basta con haber formado parte de la Corona de Aragón o, en su defecto, despertar el apetito.

¿Puede de un debate concebido en estos términos salir algo, lo que sea, pero algo? La respuesta, aunque mentira parezca, es que sí, que puede. Por supuesto, habrá, como promete Maragall, una gran confusión sobre todas esas materias. Es inevitable. Pero luego, cuando todos acabemos de estar confusos, las cosas se irán ordenando. Pasa así también en la naturaleza: del caos primordial surgió el orden que durante miles de años ha hecho creer a la humanidad que una inteligencia superior, infinita, velaba por el curso normal de los astros y las estrellas. Un tiempo de relajación de la disciplina y difuminación del carisma era preciso para que cada cual volviera a pensar, y sobre todo hablar, por sí mismo. No se podrá decir que no estamos aprovechando la circunstancia a fondo, todos tranquilos por lo demás, porque el presidente no pierde ni va a perder nunca la calma, aunque lluevan chuzos.

Quedan unas semanas todavía, no exactamente de vacación, pero sí de debate, según el nuevo estilo o manera de vivir la política: un debate fragmentario, una cosa hoy, otra mañana, un mentís hoy, un matiz mañana. Pero no es difícil aventurar que se producirá pronto una fatiga, también muy posmoderna, y que ésa será la coyuntura sobre la que saltará el hombre de la sonrisa para introducir el orden o, mejor, para hacer de tal manera que el orden surja por sí mismo de la riqueza acumulada en meses de debate. Habremos debatido tanto, sobre tantas cosas, durante tanto tiempo, que al séptimo día vendrá cierto reposo con garantía de durar, con sus más y sus menos, otros veinticinco años, que es al fin y al cabo lo que se desea, según confesión de los que, siendo Estado, o reclamando esa condición, pretenden al mismo tiempo mantener una relación bilateral con el Estado. Y si esto es posible, si se puede ser un todo singular y a la vez parte de otro todo plural, ¿por qué no va a ser posible que, reconocida la singularidad de todas y cada una de las partes, permanezca el todo, al menos durante otro cuarto de siglo?

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero

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