Colegio
Compré el jueves el diario parisino Le Figaro y leí que, coincidiendo con la inauguración del curso escolar y el retorno al colegio después del verano, una televisión francesa estrena otro programa de encierro en grupo, nuevo experimento de promiscuidad ante las cámaras. Los protagonistas son ahora 24 niños y niñas entre los 14 y los 16 años, alumnos de un internado que reproduce las condiciones pedagógicas de los años 50. Durante cinco jornadas la televisión reconstruirá, con carácter documental e histórico, una vieja escuela, y los espectadores presenciarán la peripecia real-imaginaria de los colegiales del internado de Chavagnes.
Un lema tiene el internado: "Disciplina estricta y trabajo tenaz superan todas las dificultades". Suena bien y suena a verdad, y quizá los padres televidentes disfruten con la perspectiva de unos hijos disciplinados y trabajadores (los hijos disfrutarán con la idea de burlar trabajo y disciplina): es poco discutible que con los niños no se puede prescindir didácticamente de una cierta rigidez autoritaria perentoria. Aquí también hay nostalgia de la escuela antigua, aunque pocos fueran a la escuela en 1950 y 1960: el pasado se ve como un país de raras costumbres, pero mejores, reino todavía de la seriedad y la obediencia. Vestirán los internos del colegio televisivo francés batas de hechura carcelaria, comerán comida repugnante y sufrirán a maestros con regla-porra en la mano. Pasarán por el peluquero en el momento del ingreso y serán cruelmente desposeídos de sus teléfonos móviles.
El prestigio práctico que la coacción y la fuerza van recuperando en nuestros días coincide con el auge del hábito de meter la nariz morbosamente, policialmente e impúdicamente en todos los sitios, incluido el pasado. El ansia de honorabilidad y orden se transforma en un espectáculo sadomasoquista familiar: encierro e intimidación en una escuela televisiva. Yo fui al colegio en los 60, y hoy sería un delito la reproducción real de algunas de mis experiencias directas e indirectas (las víctimas de distintos centros intercambiábamos anécdotas) como alumno de una institución religiosa de Granada. Entonces, y todavía en los 70, la agresión física era muy natural, y, lejos de Granada, pero muy cerca, en una provincia limítrofe, había un internado no religioso que basaba todo su prestigio en el manejo suave de la tortura pedagógica.
Pero en la televisión francesa no copiarán exactamente el pasado: no habrá separación de sexos. El internado será mixto para favorecer contactos prohibidos, nocturnos, entre niños y niñas, con sus castigos consiguientes. La realidad se rectifica para complacer al público, pues la moral imperante valora mucho el saberse vender. Es estupendo ser brutos, entrometidos y venales. Y saltarse las normas en cuanto a uno le sea posible. Me figuro que el público reirá y aplaudirá cuando los pupilos derroten a maestros que, según la propaganda, resultarán un poco sádicos y neuróticos. En el fondo, quizá por ley natural, la mayoría compartimos el ideario de ser limpios y valientes, nunca tramposos ni torturadores.
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