Un barco a la naturaleza

Silencio, silencio!", es el primer reclamo del guía cuando los excursionistas se han acomodado en el interior del crucero ambiental dispuestos a navegar por los Arribes, ese profundo cañón excavado por el río Duero en el espacio que comparten Zamora y Portugal. La embarcación -especialmente equipada con motores insonorizados para no turbar el medio ecológico- forma parte del empeño de inmersión en la naturaleza; con los laterales y el techo acristalados permite contemplar el paisaje y las aves sin que éstas se sientan amenazadas.

Poco a poco, el cañón se abre a los exploradores; las abruptas paredes del acantilado pasan ante sus ojos: algunas superan los 250 metros casi en vertical. El monitor, Pablo Losada, explica las condiciones del entorno que han creado un microclima casi mediterráneo, lo que permite que aniden aquí buitres leonados, águilas reales, águilas perdiceras, vencejos, cormoranes, alimoches y cernícalos. Se trata de un proyecto de colaboración hispano-lusa que gestiona los recursos económicos generados por el turismo para el desarrollo y conservación de la zona.

"A la derecha, un nido de cigüeña negra". Una oportunidad casi única de ver a pocos metros estas aves. Más adelante sorprende una encina centenaria que ha logrado sobrevivir en un doblez de la roca. A continuación llega el momento del desembarco. Como en las mejores películas de piratas del Caribe, atracan en un pequeño embarcadero donde se recrea el hábitat de los pastores de la zona un siglo atrás. Hay una palloza y varios chiviteros, especie de pequeñas cabañas con una laja de piedra como puerta que se utilizaban para proteger a las crías de cabras del ataque de los lobos. El cigüeño, un instrumento que, como su nombre indica, semeja a una cigüeña, servía para sacar agua del pozo, y el cortizo, corteza de alcornoque con palos de enebros entrecruzados donde colgaban el panal de abejas para producir miel.

Continúa el recorrido por los Arribes: la peña del Oso. Por una cumbre sorprende el sobrevuelo de un águila real, y un poco más adelante, el de un alimoche. Tras un recodo aparece el paso de los Contrabandistas, que antaño bajaban las empinadas peñas con café, arroz y hasta máquinas de cocer. A lo lejos se vislumbra la ermita de São João, una especie de mirador sobre el Duero que atesora los restos de un castro celta; el santuario rupestre de San Mamede, y Torregamones, con los restos del fuerte del Pencelo y un poblado de chiviteros.

Es el momento del regreso. Se disipa la atmósfera de misterio y la sensación de ser un furtivo que acecha. A partir de un punto, el trayecto ya no comporta riesgo para las especies del lugar y los excursionistas suben a cubierta, cámara en mano, para inmortalizar el paseo, mientras los niños asumen la conducción de la embarcación. Uno echa mano al timón, el otro se apodera de los prismáticos, aquél coloca las gorras.

Terminada la travesía, aún espera en tierra una última sorpresa. Duque, un búho real amaestrado, realiza demostraciones del vuelo de las rapaces nocturnas, mientras se puede degustar un vaso de oporto.