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Columna
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Tatuaje

La semana que viene se celebra una nueva Convención de Tatuajes en Barcelona, dentro de las Cocheras de Sants. Por todas partes, en Rusia, en Alemania, en Gran Bretaña o en Canadá, se multiplican los contactos entre tatuados, artistas y clientes, gentes supuestamente raras y el personal del montón. Casi de repente, tatuarse ha dejado de ser una excentricidad, y más bien se echa en falta que los políticos o los curas, deseando comunicarse, sigan con la piel muda. El cuerpo limpio que en los tiempos de represión era un signo de lujo se ha convertido en un mal rollo. La piel exenta induce a desconfiar, porque el tatuaje es un anticipo de qué se es o de qué se va. Todas las tribus ágrafas de la historia han usado profusamente el lenguaje corporal y, en ellas, los aderezos y pinturas, la música y la danza, sustituyen a la escritura tal como ahora mismo en que nadie lee, y de lo que se lee es mejor no hablar.

Hace ocho años había un centenar de establecimientos nacionales donde tatuarse, pero ahora se han multiplicado por tres. Pronto habrá uno en cada esquina como, en otro tiempo, ocurría con las librerías y ahora ocurre con las franquicias de la dermocorporación. La importancia de lo visual explica esta gran demanda que a su vez se corresponde con el máximo anhelo de singularidad. En Bilbao, un establecimiento tattoo se anunciaba diciendo: "Personaliza tu cuerpo". No basta pues el bulto biológico que se obtiene al nacer: demasiado familiar, parental, histórico. El yo contemporáneo exige un aquí y ahora, la diferencia a estrenar, el narcisismo de la singularidad. ¿Para alejarse de la sociedad? Nada de eso. Para religarse con la sociedad mediante nuevos vínculos elegidos, libres, flexibles, fuera de las instituciones envejecidas y dentro de la inaugurada tribu y el tú a tú. El tattoo, en fin, lo dice todo. Vivir sin el tatuaje es pertenecer rutinariamente a una moral del pasado: cuerpos benditos o virginales, superficies en blanco, aroma familiar. Cuerpos demasiado ingenuos correspondientes a una época que la especie trata de superar cambiando su inocencia por el pecado de la tinta y el beato vacío por el cover total.

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