Puro fuego
Tres directores rusos han coincidido en San Sebastián durante la última semana. Bychkov venía de Salzburgo y tenía a sus órdenes una orquesta de la radio alemana. Gergiev estaba de paso hacia Lucerna y dejó para la historia musical de la ciudad un impresionante epílogo de Romeo y Julieta, de Prokofiev, y en particular un funeral de la heroína estremecedor. El tercer director, Vladimir Jurowski, viene con la Filarmónica de Londres, con programas prácticamente idénticos a los que presenta este verano en el Festival de Edimburgo. La dimensión cosmopolita de la Quincena en el terreno orquestal es evidente. De los tres, Jurowski ha sido, con mucha diferencia, el más interesante. Su concierto de anteayer fue de los que prestigian un festival y quedan largo tiempo en la memoria del aficionado.
Orquesta Filarmónica de Londres
Director: Vladimir Jurowski. Sibelius: La hija de Pohjola; Szimanovski: Concierto para violín y orquesta número 1; Chaikovski: Manfred, en si menor. Violín: Thomas Zehetmair. Auditorio Kursaal. San Sebastian, 2 de septiembre.
No era el programa del concierto precisamente convencional, es decir, que el éxito no se cimentaba por la vía fácil. Una primera parte con Sibelius y Szimanovski dejó ya las espadas en alto. Podía ser, en cualquier caso, el factor sorpresa lo que cimentaba las primeras impresiones favorables. La orquesta tocaba con ganas, pero sobre todo con equilibrio, con intensidad. Con La hija de Pohjola se empezaron a encender todas las alarmas de que podíamos estar ante un concierto memorable. Szimanovski no hizo más que revalidar la impresión pero los más escépticos podían todavía refugiarse en la excelente actuación del violinista Thomas Zehetmair. Lo que quedaba fuera de dudas es que Jurowski ya había dejado su tarjeta de visita de gran director y que la orquesta londinense era un mecanismo de relojería al servicio del maestro.
Manfred, de Chaikovski, está basado en un poema dramático de Lord Byron. No es una obra que se interprete en exceso, tal vez por su duración, tal vez por la popularidad y brillantez de las tres últimas sinfonías del compositor ruso. Con una versión como la de Jurowski y sus músicos londinenses adquiere una belleza deslumbrante. La intensidad dramática, el grado de pasión contenida que el director imprimió encontraron justa respuesta en una orquesta que se crecía a cada momento sección por sección. Los cuatro movimientos gozaron de una realización excelsa, cada uno con su personalidad. La emoción se apoderó de la sala. Un espectador lo comentó en voz alta. Ha sido el conciertazo de la Quincena, dijo convencido. A raíz del éxito delirante obtenido no es el único que pensaba de esa manera.
Babelia
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