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A PIE DE PÁGINA

La muerte de un sueño no es menos triste que la muerte

Aquí donde trabajo (y mi madre: ¿desde cuándo escribir es un trabajo?) aquí donde trabajo, es decir, ahí fuera, junto al portal del lugar donde trabajo, las palomas se pasan la vida haciendo caca sobre el coche. El señor de la tienda contigua de comestibles advierte que los excrementos de las palomas estropean la pintura

(El ácido, señor, el ácido)

de modo que ahí voy yo, con agua y un trapito, a frotar concienzudamente esa especie de tiza blanca, aprobado por un tío con una botella de cerveza en la mano, que bebe a morro en la puerta de la tienda. Me gusta este lugar de pequeños comercios, esta especie de aldea, encajada en el centro de Lisboa, que por la noche se llena de travestis despampanantes mostrando el culo a pretendientes tímidos, me gusta la tienda de lámparas, la tienda de electrodomésticos, la tienda de los chinos, llena de inutilidades delicadas, los varios hostaluchos para alojarse con el tiempo medido, la peluquería de la esquina, con fotografías descoloridas, con rizos y flequillos, en la que nunca vi entrar a nadie. Lo único que no me gusta son las palomas, pero me consuelo imaginando qué sería del automóvil si los elefantes volasen. Al lado del portón el muro del hospital, viejo, oscuro, cubierto de musgo. Viudas perfumadas, en la cafetería a cien metros de aquí, lidiando con los pasteles de nata. El quiosco de revistas, con artículos sobre culebrones y presentadoras de televisión, supongo que hijas de las viudas de los pasteles, y la empleada del quiosco sentada en un banquito de cocina en medio de esos disparates coloridos. Pequeños restaurantes con el televisor puesto en el canal del partido de fútbol, el camarero dibujando ochos en la mesa con la fregona, la cocinera mulata, con cofia, abanicándose por el calor con el periódico y en el periódico, a todo lo largo, EL SOLTERÓN MÁS CODICIADO SE CONFIESA. Cortinas de ganchillo, gatos de escayola, lugares exiguos, sombríos, donde el solterón más codiciado sin duda no vive, toldos que las palomas salpican también, a falta de mi automóvil cerca

Tenía razón, madre, desde cuándo escribir es un trabajo, debería dibujar casas y árboles en el bloc

(El ácido, señor, el ácido)

los estantes polvorientos de la casa de empeños y sus despojos de naufragio, cadenas de oro, budas, litografías piadosas, una persona con gafas y sexo indefinido en la oscuridad del mostrador, especie de lechuza gris intentando habituarse al día. Pues en estos alrededores me paso las tardes, estrujándome la mollera

(¿Desde cuándo escribir es un trabajo?)

frente a hojitas de bloc, una persona mayor, qué estupidez, haciendo redacciones de niño, tenía razón, madre, desde cuándo escribir es un trabajo, debería dibujar casas y árboles en el margen del papel, no es trabajo, claro, de trabajo nada, debería dibujar casas y árboles en el margen del papel, de trabajo nada, un pasatiempo, una cosa de chicos, escribir cualquier persona escribe, madre, dónde está la dificultad, basta con ver la cantidad de cartas que andan por ahí, informes, telegramas, postales, listas de supermercado, cualquier persona escribe, debería tener una profesión como es debido, una tarea que se notara, una ocupación que inspirase respeto, en una oficina, por ejemplo, donde las palomas no me ensuciasen el coche, yo con traje, corbata, peinado, normal, con una secretaria que me llevase cafés, recibiendo

-Por favor, señores, por favor

la administración de otra compañía de seguros, yo expeditivo, decidido, vigoroso, yo con tacos de golf, yo en barco, yo con reloj de pulsera de oro, yo con un chófer que limpiase la caca de las palomas por mí, yo con una amante productora de modas, yo con una revista de negocios en la cama, desde cuándo escribir es un trabajo, realmente, blocs que no valen un comino, estilográficas que es mejor tirar a la basura, vaqueros, mi madre suspirando, disgustada

-Artistas

resignándose

-Por lo menos no bebe, vaya con los artistas, vaya personas inútiles, de qué sirve lo que hacen, sólo después de muertos los reconocen, ni reloj usa, barcos sólo de papel, no le importa nada, hace libros, de trabajo nada, hasta sorprende que no coma la sopa de los pobres, una sueña tantas cosas para un hijo y, de repente, páginas escritas, estuvo estudiando medicina, acabó la carrera Dios sabe cómo y con la manía de las redacciones no ejerce, la muerte de un sueño no es menos triste que la muerte, le dimos una profesión para vivir, médico, y no la practica, no quiere saber nada, no le interesa, usted, madre, que asimiló enseguida su desdicha cuando, al ir a verme en el examen de admisión al instituto, me pilló instalado al revés en el pupitre, mirando el techo, siempre fue tan raro este hijo mío, con dos, tres años se quedaba en el balcón varias horas seguidas, mirando, daba la impresión de que el mundo entero no era para él más que un balcón, si quieren encontrarlo es aquel de allá, con una botellita de agua y un paño, quitándole la caca de las palomas al coche e interrumpiéndose, de vez en cuando, para mirar, olvidado de la botellita, del paño, del automóvil, el techo del cielo, como si siguiese instalado al revés en el pupitre que no hay, del todo indiferente (imagine qué vergüenza) a una carrera como es debido.

Traducción de Mario Merlino.

FERNANDO VICENTE

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