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Sanus, obispo emérito

En agosto tuvimos que descansar quienes aborrecemos el descanso, aunque por razones otras que las de Voltaire. Se me quedó, entre los recortes recientes, un artículo de Rafael Sanus, obispo emérito de Valencia (La rosa y la cruz, EL PAÍS, 26 de julio de 2004).

Conocí al obispo Sanus en el colegio salesiano en el que ambos estudiábamos. Él era un chico de amable talante y con inquietudes metafísicas; yo, más arisco y agresivo que amable pero con las mismas inquietudes: la existencia del más allá, el sentido de la vida... Sanus se fue acercando a Dios y yo distanciándome de toda esperanza en otra vida. Años más tarde, ya adulto, comprendía la importancia del entorno social. Los maestros habían visto en mí a un futuro enemigo de la cristiandad. "Con el tiempo serás el caudillo de Satanás", me había dicho, con obvia exageración, el maestro y sacerdote Juan Corbella, de quien supongo que Sanus se acuerda tanto como yo, aunque quizás no tan bien. Yo sólo dudaba dolorosamente, porque tanta misa y tanto rezo con el estómago vacío, no es régimen propicio para el desarrollo de la fe; sobre todo cuando mis maestros y muchos de mis condiscípulos, entre ellos Sanus, no pasaban hambre. Un día en el recreo y en un aparte, habiéndome acusado don Juan de volteriano le contesté resentido que él había desayunado y yo no. Se puso muy lívido y muy trémulo, se llevó a la boca una pastillita blanca. Tiempo después supe que era cardíaco. Todavía hoy me arrepiento de mi justa indignación.

A Sanus no le he vuelto a ver, pero sé de él. Dimitió o le dimitieron hace dos o tres años, porque sus opiniones no se avienen siempre con la jerarquía eclesiástica. Hay en sus ideas más erasmismo puesto al día del que puede digerir un buen sector del alto clero. Quiere el obispo Sanus "... una Iglesia que renuncie a todos los privilegios y que se apoye fundamentalmente en el Evangelio". El individuo y la Biblia, decía Lutero; y aunque Erasmo no llegó a propugnar tal grado de interiorización de la fe y del sentimiento religioso, no le fue muy a la zaga y de ahí la suerte que corrió el erasmismo en España. A cada institución, lo que es intrínseco a esa institución, entiendo que dice Sanus. "... la iglesia debe someterse a las leyes laborales de nuestro país, que nos obligan a todos. Creo sinceramente que el estatuto de los profesores no puede quedar sometido a la precariedad actual, pendiente cada año de la voluntad del obispo". Al Estado le corresponde esa función. Como la catequesis y el adoctrinamiento son parcelas propias de la parroquia y la familia. A la Iglesia, Sanus le atribuye la enseñanza de la religión como cultura, aunque tal como entiende nuestro obispo emérito el hecho religioso.

Pero Sanus convierte en realidad hechos que, sin estar abonados por estudios sociológicos de honda envergadura, él aúpa, impulsado por un deseo ferviente y legítimo. Nada más peligroso para la inteligencia que no ponerle puertas al campo de la fe. ¿No es preferible la verdad dolorosa que la aceptación apresurada de nuestro objeto del deseo, por noble que éste sea? (Eso creo yo, racionalista a ultranza). Escribe Sanus: "Pero, ¿es la sociedad española tan laica como parecen pensar Rodríguez Zapatero y otros dirigentes de grupos de izquierdas?". Sanus se refugia en "la terquedad de las encuestas", impresionado -dice- por el hecho de que desde hace más de veinte años, declaran lo mismo: "El 90% se confiesan católicos", aunque los practicantes no lleguen a la tercera parte. Podría haber añadido que el mayor bocado de este tercio son también devotos de una televisión que se pasa por el forro todos y cada uno de los mandamientos; que es procaz, obscena y, en suma, antirreligiosa y pagana.

Sin embargo, Sanus tiene una réplica. Proclama la persistencia de una fe elemental: eso es lo que quiere decir ese 90% de las encuestas. ¿Fe elemental, pero ni siquiera vivísima, como sí lo es en los pueblos tribales? ¿Mil ideas no acaban con una creencia? El cambio social es lento al principio, se remansa, retrocede, vuelve a avanzar, toma impulso, y llegados a Internet, a la biotecnología y a todo el aparato creador y destructor de creencias -según convenga al sistema económico y a sus medios de comunicación-, el resultado es funesto para unos, gozoso para otros. ¿Puede persistir la esperanza en un más allá? Sí, pero eso no tiene nada que ver con la fe en un credo concreto, sino que es parte consustancial de la condición humana. El ser humano es el único animal con conciencia de su muerte y le aterra.

Yo pienso, afectuosamente, que Sanus confunde un valor con lo que ya es sólo su cáscara. Cuando de un valor, por fuerte, todopoderoso y consolador que haya sido sólo queda el cascarón, éste todavía puede producir automatismos, como decir sí en lugar de no en una encuesta. Este automatismo se extiende a bodas, bautizos, comuniones, etc., (Sanus le da valor a estos factores), impulsado, además, por una sociedad consumista que no dejará escapar una sola oportunidad económica, que a su vez genera sus propios mimetismos, tales como el seguidismo popular de bodas, bautizos y comuniones de los famosos. Automatismos, mimetismos, mecanicismos que ni siquiera alcanzan el rango de fe elemental. Es costumbrismo sin sustrato, pero con dinero de por medio.

Hay más, decir un sí en una encuesta que a nada compromete, es con harta frecuencia reflejo de una añoranza melancólica de algo que fue y ya no es, de un paraíso irreversiblemente perdido. Como los amores muertos, que son irrecuperables y que no querríamos recuperar por más que el objeto de nuestro amor fuera un ser bello de cuerpo y de alma. Queda el destello de la hojarasca; a veces, pero sólo a veces, un ateo de siempre pone sí en la casilla en pequeño homenaje póstumo, a su extinta madre, que siempre fue creyente. Un grupo más numeroso pone el sí por un temor vago a una inmortalidad adversa, sentimiento ampliamente inculcado por el clero. ("¿Y si lo del infierno resultara ser verdad?"). En fin, múltiples motivaciones que las encuestas se saltan.

El artículo del obispo Sanus da para mucho más y es valioso. Pero el espacio me ha obligado a ceñirme a la espina dorsal de ese escrito. Para bien o para mal es más que dudosa la existencia de nueve de cada diez españoles portadores, más allá de la carcasa, de un sentimiento religioso que justifique la acción política. Hay muchos ateos sin mácula a quienes repugna el aborto.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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