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Columna
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Inaugurando el curso político

En estos primeros días de septiembre, cuando muchos ciudadanos se reincorporan a sus ocupaciones habituales una vez acabadas las vacaciones que han alterado sus costumbres durante algunas semanas, el conjunto de la vida social parece también recuperar las señas de identidad que le dan forma a lo largo de la mayor parte del año. No sólo se trata de la vuelta al trabajo -para aquellos que vacacionaron en agosto-, sino del reinicio de las actividades en el ámbito educativo -el llamado curso escolar-, del comienzo de la Liga, con toda la parafernalia que la acompaña -el curso futbolístico-, y hasta de lo que viene denominándose como inauguración del curso político, una curiosa forma de llamar al comienzo las comparecencias y declaraciones públicas que -generalmente para descalificar y, sólo de tarde en tarde, para proponer algo en positivo- nos acompañarán irremediablemente hasta que llegue el próximo verano.

Lo de la inauguración del curso político se ha convertido durante los últimos años en una referencia obligada de las crónicas periodísticas, que se ve adornada con diferentes ritos y símbolos según los usos y costumbres de cada cual. Por ejemplo, hasta su salida del Gobierno, tuvimos que sufrir durante bastantes años las mismas imágenes de Aznar acudiendo al monasterio de Silos a escuchar canto gregoriano con semblante grave y, posteriormente, jugando distendidamente al dominó con los parroquianos de Quintanilla de Onésimo. En su narcisismo, el hombre se creía muy original, y algunos medios de comunicación le seguían el juego dándole carrete y asociando estas intrascendentes actividades con una supuesta inauguración del curso político.

Otros se lo montan de manera más sobria, de acuerdo con las costumbres del país. Es el caso del Gobierno vasco, cuyo ritual consiste en celebrar sesión inaugural en el Palacio de Miramar, en Donostia, cambiando por un día las frías paredes de la su sede en Gasteiz por las hermosas vistas al mar de lo que fue durante algún tiempo sede veraniega de los Borbones. La llamada inauguración del curso político tiene, en este caso, un aire más institucional y menos personalista, aunque, tal vez por influencia del otrora real escenario, se incluya en ella el saludo a las autoridades donostiarras y guipuzcoanas por parte del lehendakari, tal como hace el Rey con las de las islas baleares en su actual palacio mallorquín.

Sin embargo, la mayoría de los actos inaugurales de esta época postvacacional están protagonizados por los partidos políticos. En estas ocasiones, cualquier sitio puede se bueno para el rito: un frontón, un batzoki o simplemente los salones de un hotel. Se trata de inauguraciones de curso de carácter marcadamente tribal, en los que el objetivo parece ser reunir a los fieles para engrasar la maquinaria, un tanto oxidada durante el verano, y tensar los músculos que hayan podido relajarse al sol. Ya se sabe que el aire de la montaña, o los aperitivos en la playa, tienden a distraer la mente con preocupaciones y vivencias cotidianas un tanto alejadas de lo que suelen ser los mensajes políticos al uso.

En general, todas estas inauguraciones suelen tener un denominador común: la atención que pretenden suscitar por parte de los medios de comunicación, pugnando por ocupar espacios desde el comienzo, independientemente de que haya o no algo nuevo que contar. Es como iniciar una carrera, que durará hasta el próximo verano, y en la que los contendientes tratan de encontrar la mejor posición en la línea de salida. Por ello, a veces basta con una simple comparecencia de prensa para decir: "ya estamos aquí de nuevo", adornando todo ello con unas cuantas frases que, bien analizadas, no son por lo general sino la continuación de las últimas que fueron pronunciadas antes del paréntesis veraniego.

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