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Columna
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Las divisiones son mentira. O, al menos, sólo son verdad en los libros de matemáticas: fuera de ellos suelen ser injustas, parciales y arbitrarias; de manera que si para la ciencia dos entre dos será igual a uno toda la vida, para la realidad, depende de a quién se le pregunte, de dónde, cuándo o cómo. "El mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz", decía el poeta Fernando Villalón, y a ver quién le convencía de lo contrario a base de logaritmos, raíces cuadradas y polinomios. Y lo cierto es que a casi todos los demás nos ocurre algo parecido en septiembre, a los cinco segundos de abrir la puerta de casa y deshacer el equipaje del verano: la vida se divide en dos, las vacaciones y todo lo demás.

Es curioso que para tanta gente volver a una ciudad como Madrid sea regresar a la rutina. ¿Puede ser rutinario un sitio como éste, tan inacabable, tan desconocido cuanto más lo conoces? No lo es él mismo, pero sí por dentro de algunas personas que, cada año en mayor número, se sienten tan deprimidas por el hecho de tener que convertirse una vez más en ellas mismas que al final acaban en un hospital, enfermas de su propia vida. Todo un problema. A esas personas se las suele mirar con ojos llenos de sospechas. Dudan de ellas sus jefes, sus compañeros, sus vecinos, sus médicos y, en algunos casos, hasta su familia. Menudo caradura, pensarán; primero se tira un mes en la playa y ahora se va a pasar otro de baja por depresión, tan tranquilo en su casa mientras los demás hacen su trabajo en la oficina, o en la fábrica, o en la tienda. Y claro que habrá sinvergüenzas entre las filas de los angustiados, como las hay en todas partes, pero también es absurdo empeñarse en negar que el problema exista; y lo es más aún no hacerse las preguntas que podrían ser el principio de su solución e intentar poner los medios para que este asunto, que es la causa de un absentismo laboral cada vez más numeroso y más hiriente, se pudiera resolver o, al menos, se pudiera atenuar. ¿Qué es lo que tanto le asusta a tantos? ¿Qué tienen de malo sus existencias?

La ansiedad es inversamente proporcional al tiempo y la angustia de la mayoría se debe, sin duda, a ese desequilibrio: hay que hacer tantas cosas para sobrevivir que uno no tiene tiempo de hacer nada por su vida, y entre ese para y ese por se abre un abismo donde van a parar las horas, las semanas y los meses; y los relojes se transforman en un simple desagüe del tiempo; y las hojas de los calendarios duran más que los días que representan; y es que parece mentira, ya es jueves, ya es domingo, ya es octubre, ya están aquí las navidades; y las obligaciones devoran a los deseos y las cargas a los placeres, hasta que uno llega a darse cuenta de que para tener todo lo que necesita debe renunciar a gran parte de lo que siempre quiso. Vuelves y te encuentras Madrid llena de las grúas, las tuneladoras y los martillos neumáticos de antes de irte. Los edificios en construcción siguen en construcción. Los carriles atascados, siguen atascados. A las personas enfadadas, no se les ha pasado el enfado. Sales a trabajar por primera vez y allí están los coches de la última vez. Bienvenido a otra vez todo esto. Y qué lento era todo en aquel lugar de nuestras vacaciones y qué exigente y rápido es ahora. Qué agotador. Qué áspero.

Yo creo que habría que preguntarse por todo eso y hacer algo para que la distancia entre el paraíso de las vacaciones y el infierno de la vuelta a casa fuera un poco más pequeña. Y ese algo no puede ser nada más que conseguir una ciudad más humana, menos opresiva. Una ciudad con más carriles para las bicicletas, más zonas verdes, más calles peatonales, menos ruidos de toda clase, menos carteles luminosos y el 10% de contaminación. Seguro que si de verdad hicieran todo eso los que dicen que lo van a hacer en sus campañas electorales y lo olvidan a la mañana siguiente de jurar sus cargos, un lugar como Madrid, tan hermoso y tan lleno de opciones, no sabría tan agrio a quienes han probado el aire dulce de la libertad condicional que suelen ser las vacaciones de muchas personas.

Esta época, la más rica del año en proyectos y buenas intenciones, debía ser el momento justo en que los ciudadanos llegásemos a nuestra ciudad y encontrásemos mil cambios positivos y mil razones nuevas para volver a empezar, otra vez por primera vez. No suele serlo, por desgracia. Pero nunca es tarde. A lo mejor con lo de las olimpiadas...

¿Quedamos para el año que viene?

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