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Columna
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Tres propuestas

En el Guggenheim de Bilbao se presentan conjuntamente obras de tres artistas internacionales, Gerhard Richter (Dresde, 1932), Lawrence Weiner (Nueva York, 1942) y Rachel Whiteread (Londres, 1963), procedentes del Guggenheim berlinés.

La instalación de los ocho paneles de vidrio esmaltado, cuyo autor es Gerhard Richter, se nos antoja excesivamente apretujada, con sólo 75 centímetros entre paneles. La respiración entre paneles está pidiendo un mayor distanciamiento para poder conseguir un mayor desahogo espacial. Tampoco parece demasiado optimizado mostrar las piezas sobre una superficie formada por un trapecio irregular, cuando lo apropiado sería hacerlo sobre una regularizada superficie rectangular. Esta puesta en escena no permite desplegar, como sería deseable, las múltiples imágenes producidas por los reflejos y sus relaciones con lo real, siempre en cambio permanente, ante quien se ponga frente a lo espejeante de cada obra.

La propuesta de Lawrence Weiner tiene como fundamento el letrismo. Se trata de arte conceptual, en la línea de Joseph Kosuth, Douglas Huebler y Robert Barry. Mas aclaremos que el letrismo de la poesía concreta y espacialista de principios de los años sesenta es anterior al arte conceptual. El material con el que trabaja Weiner es el lenguaje. Pone palabras sobre las paredes. Primero una idea y su antítesis; debajo, la coletilla "después de todo", común a todas las ideas, para rematar el texto con una frase ajena al enunciado inicial. En los remates hay un ligerísimo mimetismo hacia los haikús japoneses. La instalación original era en inglés y alemán, en tanto la de aquí es una traducción al español y al euskera. Lo que se dice con las palabras el autor aspira a que los espectadores hagan su construcción mental, creando así una particularizada obra nueva en su imaginación.

Dos obras son las que presenta Rachel Whiteread. Las dos son blancas como la greda y están construidas con tableros de madera. Una de ellas representa un laberíntico juego de escaleras o peldaños invertidos. Tanto los peldaños verticales como los horizontales se mueven dentro una palpable y, al parecer, frustrada imposibilidad. La otra pieza es más rica en sus propuestas. Se mueve entre lo arquitectural y lo escultórico. Se sirve de ciertos ornamentos constructivos, y elimina los que serían más evidentes. En tanto es frío y aséptico el exterior, para el interior queda lo velado, misterioso y secreto. También participa de la idea de figuras imposibles. En esta obra se evidencian afinidades con el monumento al Holocausto que está artista tiene emplazado en Viena. En las dos esculturas subyace el oficio tramoyístico como parte, nada despreciable, por cierto, del discurso tanto ético-social como estético de su autora.

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