Historia de una "mula"
El cine ha tratado tantas veces y tan superficialmente el tema de las drogas que lo ha trivializado y lo ha convertido en un pretexto comercial para producir películas "de acción", con muchos efectos especiales y la habitual glorificación de los héroes en la lucha mundial contra los narcóticos. Hay algunas excepciones a esa regla (recuerdo ahora dos ejemplos muy distintos: Contacto en Francia, hoy un clásico, y el más reciente, Tráfico). Pero no recuerdo haber visto nunca un filme como María llena de gracia, que acaba de estrenarse en Estados Unidos, tras haber sido premiado en el reciente Festival de Berlín; la principal razón es que adopta el punto de vista de la persona que está envuelta en el negocio de las drogas y que el típico antagonismo traficantes-policías aparece sólo de modo muy lateral. Su interés principal es hacer el retrato psicológico y moral de la persona culpable de ese delito, que además resulta ser una mujer, en realidad, una muchacha de 17 años. Ese estudio es a la vez íntimo y objetivo, pues no ignora el contexto sociológico en el que está insertado: la Colombia de nuestros días, desgarrada por el narcotráfico y la violencia armada, que son en verdad dos caras de un mismo fenómeno. Lo sorprendente es que el director y guionista no es un colombiano o siquiera un latinoamericano, sino un norteamericano llamado Joshua Marston, que debuta con este filme; la producción es también norteamericana, pero está hablada en español con un elenco básicamente colombiano. Curiosamente, el primer contacto de Marston con la historia que nos cuenta se produjo en Brooklyn, donde él vive y donde hay una numerosa población de exiliados e inmigrantes colombianos. Su interés creció cuando conoció a una mujer de ese origen que había sido usada como "mula" para introducir drogas en Nueva York, donde fue detenida y sufrió prisión.
A partir de ese testimonio, el director elaboró (en español) un guión basado en un drama que, siendo común al de muchos otros en diferentes partes del mundo, está tan profundamente arraigado en la Colombia de hoy que su filme puede verse, sobre todo al comienzo, casi como un documental porque revela un gran conocimiento y adhesión por los individuos y la realidad que nos presenta.
El título, que hace temer un melodrama bien intencionado, esconde una helada ironía: María, la protagonista (interpretada con notable convicción por Catalina Sandino Moreno), no está precisamente llena de gracia, sino -como es bien conocido en el negocio de la droga- de "pepas" o cápsulas de heroína, que ella acepta ingerir, llevar en su estómago y transportar a Estados Unidos.
La forma en la que se nos muestra y explica las razones precisas por las que lo hace es impecable por su sobriedad y equilibrio. El mundo en el que vive ha hecho de María una mujer cuya experiencia y madurez exceden largamente las de sus pocos años y cuya intensa -casi desafiante- mirada parece delatar una voluntad a toda prueba. Al comienzo del filme tenemos una imagen simbólica de eso: la vemos reunirse con su enamorado, aprovechando unos minutos libres de su modesto trabajo: el de quitarle las espinas a las rosas en un vivero de plantas; en un arranque, ella le propone trepar a la azotea de un edificio. Pese a la promesa de un encuentro erótico allá arriba, el muchacho no acepta el reto y se marcha. A solas, María disfruta la superioridad que le brinda su pequeño triunfo y contempla el idílico paisaje rural que la rodea.
La muchacha vive en un humilde pueblito no identificado, pero que tiene las cicatrices visibles y ocultas de un país en terrible crisis. En su pequeña vivienda se hacinan varias generaciones: la abuela, la madre, ella y su hermana, una madre soltera con un pequeño hijo; de hecho, todas esas personas dependen económicamente de ella. El trabajo es monótono y agotador; cuando un día no se siente bien y pide ir al baño, se produce un incidente como consecuencia del cual el jefe la despide. De inmediato nos enteramos de la razón de su malestar: le revela a su amigo que está embarazada y, tras una áspera discusión en la que ambos declaran que no hay amor entre ellos, María se marcha sola. Esta reseña quizá traicione algo el clima de la obra, que hábilmente evita caer en lo sentimental de situaciones similares, mil veces repetidas en el cine: el designio del director nos lleva a otro nivel, más trascendente.
Sin trabajo, sin ilusiones, sin oportunidades, María toma una difícil e inevitable decisión: irse a Bogotá a buscar algo mejor. Con la ayuda de un joven desconocido, llega a la ciudad y, muy pronto, encara otra decisión todavía más difícil: la de convertirse en una "mula", pues no hay otra opción a su alcance. Las escenas en las que vemos el penoso proceso de tragarse unas 40 "pepas" envueltas en plástico, mientras escuchamos al dealer decirle que, una vez finalizada esa operación, "no hay vuelta atrás" y que si falta una sola "pepa" en el punto de entrega, los miembros de su familia sufrirán las consecuencias, están presentadas con un rigor sin efectismos y casi frío, como si se tratase de un negocio cualquiera.
Tras el corto y tenso episodio del viaje aéreo, el filme da un giro completo y adquiere un ritmo semejante al de un thriller, aunque hay que subrayar que se ahorra los lugares comunes de ese género cinematográfico: no hay persecuciones de autos a alta velocidad, no hay un solo disparo, ni siquiera un puñetazo. Lo que tenemos ahora como trasfondo es otro estudio sociológico (el tema de la inmigración latina en Estados Unidos) y sobre todo la conversión de María en una persona de gran hondura y coraje, una sobreviviente en un medio desconocido, lleno de riesgos e interrogantes, que va enfrentando con enorme fuerza interior.
Esta parte ocurre en los barrios latinos de Queens, donde busca refugio y protección de los traficantes que la persiguen, pues ella ha huido sin entregar la droga para salvarse de la amenaza de perder la vida, igual que otra "mula" que venía en el mismo vuelo.
No revelaré los incidentes que llevan al sorpresivo final, en el que ella suma su destino al de otros miles de inmigrantes ilegales. El alto dramatismo de estas secuencias y la perspicaz mirada de Marston sobre el mundo precario y hostil en el que los individuos viven siempre pendientes de un hilo, confirman la comprensiva y coherente visión que el director tiene de ese ambiente. Sin embargo, creo que la escena más hermosa de todo el filme es la más plácida: aquella en la que María se somete a un examen médico y escucha, ampliados, los latidos del corazón de su futuro hijo; la sonrisa de felicidad -la única en toda la película- tiene que ver con su gesto final, que cambiará su vida por completo. No hay ni condena ni menos aprobación por el delito que se vio forzada a cometer; lo que el director nos hace ver, convincentemente, es la forma sutil en que lo privado y lo social, la voluntad personal y las circunstancias objetivas se entrecruzan en una trama inextricable en la que la inocencia ha desaparecido para siempre y todos somos más vulnerables, seamos víctimas casuales o culpables ocasionales, como el ambiguo significado del título parece señalar; es decir, esta historia de una "mula" nos muestra el mundo de hoy tal cual es, y la imagen es terriblemente dolorosa.
José Miguel Oviedo es profesor de Literatura en la Universidad de Pensilvania.
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