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Ciencia recreativa
Columna
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En plata

Javier Sampedro

Intente definir sentarse. No es fácil. Queda chusco. Los diccionarios lo resuelven con tambaleante dignidad: "Sentar, poner a una persona sobre un asiento, úsase como reflexivo". Añadamos que un asiento es un "mueble o lugar para sentarse", con lo que ya la tenemos. Pero ése es un problema fácil. Hay palabras mucho más difíciles de definir. Por ejemplo, yo. ¿Ahora qué decimos? Miren la que monta el diccionario: "Uno mismo en cuanto a su esencia de persona". Con su mecanismo, le ha faltado. Otra difícil es algo. El diccionario dice: "Indica acción, objeto o idea indeterminada", que es como decir que no indica nada. Según la lingüista Anna Wierzbicka, de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, en todas las lenguas humanas hay cerca de 60 palabras, como yo y algo, que son casi imposibles de definir formalmente, al menos sin caer en trampas circulares.

He aquí algunas más: alguien, gente, mismo, otro, muchos, malo, pequeño, pensar, saber, querer, sentir, ver, oír, decir, hacer, pasar (en el sentido de ocurrir), mover, tener, tocar, verdad, hay, vivo, muerto, no, tal vez, porque, si, ahora, después, aquí, lejos, dentro, como (en el sentido de parecido a) y así hasta 60, más o menos. Puede encontrarse una lista completa en Language Sciences (26:413), aunque sólo en inglés, malayo y laotiano.

Wierzbicka, en compañía de otros lingüistas, lleva 30 años acumulando evidencias de la universalidad de esas 60 palabras en las culturas humanas. Cree que son los átomos del lenguaje humano, y que forman una especie de tabla periódica de la que se deriva cualquier concepto pronunciable. Como ocurre con los elementos en la tabla periódica, estos átomos lingüísticos tienen diversas propiedades combinatorias, y esas valencias químicas encarnan la sustancia de lo que Chomsky llamó "gramática universal": la maquinaria cerebral innata que nos permite aprender a hablar.

La lingüista explica que, para definir los términos motivación, intencionalidad o voluntad es preciso acudir al verbo querer, uno de los elementos de la tabla periódica, pero ahí se acaba el viaje por el diccionario. La definición de querer ("tener la voluntad de hacer una cosa") nos devuelve al punto de partida. Si entendemos querer, piensa Wierzbicka, es porque ese verbo expresa un concepto básico de la psicología de los primates, un significado que ya existía en el cerebro antes de la invención evolutiva del lenguaje. Lo mismo vale para los 60 átomos, o al menos para muchos de ellos.

Wierzbicka considera a Leibniz y Pascal los padres remotos de su teoría. Leibniz escribió: "Si nada pudiera entenderse por sí mismo, nada podría entenderse. Sólo podemos decir que hemos entendido algo cuando lo hemos descompuesto en partes que pueden entenderse por sí mismas". Pero ¿cómo es posible que algo se entienda por sí mismo? Pascal tiene la respuesta: "Está claro que hay palabras que no pueden definirse. Y, si la naturaleza no nos hubiera dotado dando a todo el mundo la misma idea, todas nuestras expresiones serían oscuras. La naturaleza nos ha dado una comprensión de estas palabras mejor de la que nuestro arte puede dar a base de explicaciones".

El lenguaje atómico puede usarse para leer la mente de un mono. Las señales de alarma significan "Yo digo: algo malo puede pasar ahora". Los despliegues agresivos quieren decir: "Yo quiero hacer algo malo a alguien". Wierzbicka cree que esas frases expresan realmente las operaciones mentales del mono, aunque él no sepa ponerles palabras. El antropólogo Roy d'Andrade, de la Universidad de California en San Diego, opina que el sistema de Wierzbicka "ofrece un medio para anclar todos los conceptos complejos en el lenguaje ordinario, y para traducir los conceptos de un lenguaje a otro sin pérdida ni distorsión de significado".

Yo digo: algo bueno puede pasar aquí ahora.

LUIS F. SANZ

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