La sonrisa de Pinochet
Han tenido que transcurrir 41 años para que a Pinochet le levanten la impunidad. Que éste sea un mundo do los pinochos puedan permanecer impunes durante tantos lustros da que pensar, ¿no es cierto? En las noticias he visto los rostros de los luchadores y luchadoras de siempre, rostros llorosos y emocionados. Muchos han invertido una vida en su incruenta pero tenaz búsqueda de justicia. Renunciaron a todo. ¿Quieren que me alegre porque el viejo pérfido puede tal vez-quizás-a lo mejor ser juzgado e, improbablemente, castigado? Paso. Que paren el mundo,
que me tiro.
Si yo pudiera huir ahora, me iría unos días antes a Beirut a pasar mis vacaciones, pues en el puerto de dicha ciudad ofrece La Fura dels Baus su espectáculo Naumaquia1, basado en la Tetralogía Anfibia creada por Rafael Argullol. El barco insignia Naumon, completamente pacífico, ondea su insignia de solidaridad en las aguas antaño pirateadas por la sangre, dentro del festival Beiteddine que organiza la estupenda señora de Jumblatt. Pues sí, me gustaría verlo, sentada en el suelo y confundida entre el público, creyendo por unos momentos en el milagro de la paz mundial. Embajada de esta orilla del Mediterráneo en aquella mucho más torturada. A pocos kilómetros, hay gente que todavía mata o muere en torno a una mezquita, bajo una ocupación, por un inalcanzable mar de petróleo.
Tiene el verdugo tantos iguales, tantos aventajados discípulos, tantos criminales en uno u otro lado, con la ley en la mano, en los ejércitos, en los templos
Para creer en la paz, en la paz humana (la zoófila es otra cosa), durante algo más que unos simples momentos, hay que ser Gandhi. O, mejor dicho, su nieto. Estoy embedded en mi asombro, lo reconozco, desde que he descubierto que el Mahatma Gandhi tiene un nieto. Verán, pertenezco al tipo de persona que va al cine y cree lo que le cuentan. Yo fui a ver Gandhi hace años y me creí lo de la castidad: todo aquello de tejer la rueca, y no me toques con las tetas que llevo sandalias. Además, conocí a Richard Attenborough, el director, y a Ben Kingsley, el actor (a quien todavía los USA no habían contratado para que hiciera de Karzai, el presidente de Afganistán, con sus Increíbles Abrigos Tres Cuartos y sus túnicas a lo Sibyla), y estaba convencida de que Gandhi no hubo más que uno, aquel que consiguió la independencia para su país (que se habría logrado también por medios violentos, no nos engañemos), así como que le pegara unos cuantos tiros el fanático destinado, como Judas, a desmentir con los más crudos hechos la fe de Gandhi en los hombres.
Y ahora descubro que su nieto recorre los Territorios Ocupados predicando la No Violencia a los palestinos (alguien debería decirle que lo mejor para que un tanque te aplaste es sentarte delante y hacer zen). Tiene bemoles, la cosa. No me refiero al hecho de que quiera convencer al pueblo ocupado, cuando lo lógico sería que le diera unos cursillos al pueblo ocupante, empezando por Ariel y siguiendo por Calgonit. ¡Lo que me enerva es la falta de palabra del Benefactor de la Humanidad! No se hizo casto por un afán superior de perfección, ¡sino porque ya lo había probado y estaba hasta las narices! En efecto, busco en Google y la biografía del santo varón explica que se multiplicó siendo muy jovencito. De ahí que haya un nieto, y que ése y su esposa hayan puesto un negocio con el apellido legendario, una especie de centro multiusos para el pacifismo (podrán ver por las noticias que tanto él como su abuelo llevan un carrerón apabullante), con su correspondiente página en la Red. Gandhi nieto ha participado en una marcha contra el Desvergonzado Muro y ha dicho que ve cerca el fin de los sufrimientos palestinos. Pues qué bien.
No es de extrañar que, por dentro de su enorme caparazón de crustáceo indiferente y cruel, Pinochet se sonría de todos nosotros. Ya es tarde, ya es tarde. Y tiene el verdugo tantos iguales, tantos aventajados discípulos, tantos criminales en uno u otro lado, con la ley en la mano, en los ejércitos, en los templos.
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