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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La identidad desenfrenada

El último libro de Samuel Huntington ha aparecido rodeado de un aura de escándalo por su actitud frente a la inmigración hispana en Estados Unidos, principalmente mexicana. Pero sería una torpeza dejarlo a un lado debido a sus desplantes xenófobos o patrioteros porque, bien mirado, se trata de una obra de suma importancia. Hay aquí un Estados Unidos plausible o verosímil, no sólo por la enjundiosa investigación sino además por la riqueza de las referencias, la claridad expositiva y argumentativa, y el rigor apasionado con que Huntington sostiene sus discutibles opiniones. Pero si éstas no fueran razones suficientes para leerlo, merece la pena porque es más que un ensayo sobre la identidad estadounidense. A diferencia de España, donde los miembros de las universidades rara vez son consultados por los políticos, en Estados Unidos las políticas de Estado suelen ser primero enunciadas por los que allí se llaman "académicos" y más tarde adoptadas por alguna de las dos agrupaciones mayoritarias, demócratas o republicanos, o por sus lobbies internos dominantes. No estamos, pues, ante los devaneos de un profesor bostoniano un tanto recalcitrante sino ante un auténtico programa concebido como una sólida construcción ideológica que inspirará, en todo o en parte, las líneas de la administración que salga elegida en noviembre próximo.

¿QUIÉNES SOMOS?: Los desafíos de la identidad estadounidense

Samuel P. Huntington

Traducción de Albino

Santos Mosquera

Paidós. Barcelona, 2004

488 páginas. 28 euros

Como reza el título, la cuestión central es la identidad estadounidense y los "peligros" a los que está expuesta. Se supone que, cualesquiera que sean los caminos de la sociedad norteamericana en su futuro, responderán a un arraigado patrón identitario que Huntington no cree que sea ni indefinido, ni posmoderno, ni sincrético o plurinacional o multirracial sino pura y simplemente blanco, anglosajón y protestante. Uno de los aspectos sugestivos e inquietantes de este libro es que, para enfrentarse contra el pensamiento multiculturalista que describe a Estados Unidos como un mosaico compuesto e inestable, semejante a un conglomerado de minorías en constante rearticulación recíproca, Huntington no rechaza la retórica típica de la ideología identitaria sino que, por el contrario, la hace suya y la lleva hasta las últimas consecuencias. Emplea así las propias armas de su enemigo para derrotarlo.

En un esfuerzo de síntesis,

convoca todos los elementos que se suele traer a colación en este tipo de análisis: hace historia (desde la colonización de Nueva Inglaterra hasta el "desgaste" contemporáneo), estudia las luchas por la hegemonía tras la guerra civil, describe la constitución del "Credo Americano" (libertad, democracia, respeto de la ley y las instituciones y salvaguarda de los derechos del individuo), e incluso desarrolla una épica propia, cargada de soflama patriótica, en la que se siguen los pulsos de la evolución de la conciencia nacional norteamericana en cuatro o cinco momentos cruciales; los llama "Despertares", término de inequívoca resonancia fascista, y los relaciona unas veces con leyes significativas y otras con presidencias carismáticas: Lincoln, Wilson, Roosevelt, Kennedy, etcétera. Es una visión cosmogónica que permite ver a Estados Unidos levantándose como monumento al tesón de los blancos, anglosajones y protestantes, una epopeya que encuentra su punto de ruptura, de modo significativo, hacia 1965 con la sanción de la ley de los derechos civiles, y un poco más adelante, durante la Administración de Nixon. Con anterioridad a estas fechas, Huntington muestra cómo los "valores blancos, anglosajones y protestantes" sirvieron a su juicio como aglutinantes de la "identidad" estadounidense y fueron factores de deculturación e integración de los millones de inmigrantes en el melting pot descrito por Zangwill. Sostiene que esos valores incluso llegaron a penetrar en el tejido de las comunidades religiosas que convivían en el guiso de pueblos y creencias, amalgamándolas en torno a la ética puritana del trabajo que -afirma, y con razón- sostiene la prosperidad y el poderío económico del país. El estudio sobre la religiosidad de los norteamericanos es sorprendente porque de él se deduce que es un país cristiano, tanto o más observante de su religión que el Irán de los ayatolás.

Invocando a sus antepasados, miembros de una antigua familia de Boston, Huntington rechaza con firmeza que sea una "nación de inmigrantes". Estados Unidos, afirma -con deliciosa inconsciencia mítica- ha sido poblado por inmigrantes pero fue fundado, acrisolado y concebido por colonos. Patricios y plebeyos, señores y siervos, amos y esclavos, masa de inmigrantes y colonos fundadores: su elitismo es rancio, orteguiano, pero asimismo muy convincente. Su bestia negra son los multiculturalistas y los deconstructivistas que, hacia 1972, con Nixon, interpretaron el melting pot como una ensalada y representaron Estados Unidos como un agregado de pequeñas minorías monádicas insolidarias que se disponen sin jerarquías ni valores, en un gigantesco manto igualitario. Al hilo de estas ideas, piensa, Estados Unidos abrió sus puertas a los bárbaros: las dos últimas secciones del libro están dedicadas, pues, a describir con celo y minuciosidad estadística aplastante la "amenaza" que representan los mexicanos que, a razón de dos millones por año, se incorporan a la sociedad blanca, anglosajona y protestante, y que, acicateados por el multiculturalismo, se resisten a asumir los valores de la nación de adopción, conservando su lengua y sus tradiciones excéntricas. Ni que decir tiene que Huntington no se equivoca cuando afirma que la inmigración incontrolada, tarde o temprano planteará un grave problema a la sociedad norteamericana. Pero son los argumentos que acompañan sus cuidadosos estudios demográficos lo que pone los pelos de punta por no privarse de razones xenófobas y racistas. Recela de la masa de mexicanos, pero sus resquemores se extienden a la minoría musulmana tras el 11-S (página 407, passim), hace estudios cruzados donde se examina el nivel de religiosidad de los profesores universitarios según su origen étnico, racial y sus preferencias ideológicas al tiempo que sugiere que la nueva ideología de la identidad estadounidense es muy "distinta de los políticos populistas y los encapuchados del Klan del viejo sur" (página 357) -aunque sólo se distingue de ellos por el número de titulaciones universitarias de sus partidarios- y que ninguna nación, y Estados Unidos menos, puede prescindir de inventarse un enemigo para lograr la necesaria cohesión interna, es decir, lo mismo que argumentaban de los nazis con relación a la llamada Juden Frage. ¿Qué eran los judíos sino -como los hispanos en Estados Unidos- un pueblo que se resistía desde tiempo inmemorial a ser asimilado?

En el más puro estilo Harvard -blanco, anglosajón y protestante-, este libro sin embargo es todavía el discurso de una élite. ¿Cuántos norteamericanos piensan como Huntington? No lo sabemos, pero seguro que son muchísimos más que lo que nos quieren hacer creer Susan Sontag o Michael Moore. Por lo demás, el libro es un ejemplo soberbio de la estremecedora deriva de la ideología identitaria; casi conceptualmente idéntica, por cierto, a la que se reproduce incansablemente en cátedras, columnas de opinión, programas televisivos, discursos de políticos y programas de ministerios, en academias, leyes y púlpitos eclesiásticos, de toda la geografía española.

Inmigrantes mexicanos, en el consulado de su país en Fresno (California).
Inmigrantes mexicanos, en el consulado de su país en Fresno (California).AP

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