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Bocca defiende el repertorio moderno

Las representaciones en el Patio Central del Cuartel del Conde Duque de Madrid de Julio Bocca y su Ballet Argentino han permitido al público de la capital acercarse a un repertorio del siglo XX tan poco frecuente como importante. El programa del Ballet Argentino, que estará en cartel hasta mañana, es una elocuente demostración de cómo hacer una buena velada de ballet que guste sin caer en los tópicos ni en los mismos fragmentos de siempre. Ni cisnes ni princesas, ni flores ni coronas, parafraseando a Béjart. Con obras de Ailey, Limón, Wainrot y Candela, con una plantilla donde todos tienen la envergadura y la responsabilidad de verdaderos solistas (el nivel del conjunto aparece esta vez notablemente mejorado), la intención de mostrar el repertorio del siglo XX se consigue y triunfa. La recepción de los más de 1.400 espectadores del recinto lo atestigua. Sin fuegos de artificio, cambiando de registro cada vez, los bonaerenses han dado una gratificante función de buena danza, de viaje desde los años cincuenta hasta fin de siglo.

La Chaconne (1942) de José Limón es una de esas joyas de los solos coreográficos que se han mantenido en una cierta hibernación. Para hacerla bien, hace falta tener lo que tiene Bocca: instinto, madurez, musicalidad y un sexto sentido que tiene que ver con el pálpito, la respiración que debe aportar el bailarín en los acentos y en los cambios de ritmo sin perder elegancia, dominando el espacio. Viendo a Julio Bocca inmediatamente se piensa en Nureyev, que en otro solo hace ahora 25 años, también acompañado por una suite para violonchelo de Bach, y creada para él por Francine Lancelot, daba una lección atemporal de gran danza. Lo que ha fallado en este caso (y es un mal menor) es el violinista, que se atreve con la Partita 2 en mi menor, quien no logra adentrarse con limpieza en la escritura ni mantener el estilo.

Testigo

Otra joya de la noche fue el Orfeo, también de Limón, interpretado en su versión íntegra soberbiamente por Hernán Piquín, segunda figura del conjunto y en quien el propio Julio Bocca deposita el testigo de algunos importantes papeles. Es Piquín un joven bailarín de gran calidad y prestancia. A su buena técnica (demostrada con soltura en carácter, giros y saltos) une las dotes de una figura de proporciones casi perfectas; su arquitectura corporal ha verificado una especie de repliegue, de concentración, lo que hace que sus líneas y el dibujo físico final de su trabajo sean de extrema delicadeza.

Su Orfeo es potente y bien hecho, de gran complejidad, pues Limón acudió a una citación de elementos relativos a la escultura clásica (el attitude de Blasis inspirado en Bernini, por ejemplo) ligados a materia expresiva moderna que el bailarín resuelve. También su papel solista en algunas partes de The river fue espléndido.

Las otras dos obras cumplieron, sobre todo la Wainrot sobre la música de Mertens, hoy un clásico, con gran solvencia en los movimientos de grupo.

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