Juan Diego Flórez exhibe su poder Belcantista
El tenor peruano canta a Rossini, Donizetti, Bellini y Gluck en el Festival Internacional de Santander.
No cabe duda de que desde el punto de vista promocional, el Festival de Santander se ha apuntado un gran tanto con la presentación del cantante peruano Juan Diego Flórez (Lima, 1973). A partir de su debut en Pesaro, la ciudad natal de Rossini, en 1996, la nueva voz internacional ha recibido elogios sin cuento que lo convierten en un astro de la lírica, tanto en la ópera como en el recital y la grabación. Revistas y publicaciones de todo el mundo reproducen la imagen de este "caballero de fina estampa", como le denomina en el comentario del programa el crítico montañés Darío Fernández. Muchos entusiastas del belcantismo saludaron la aparición de Flórez como un auténtico acontecimiento y siguen su carrera con evidente pasión.
Belcantismo, ya se sabe, bello cantar; voces ligeras de peso y prontas hasta el virtuosismo en la andadura, pero también pura emoción montada primordialmente sobre los valores melódicos de la música. Por ello, Juan Diego Flórez hizo su programa a partir de Bellini, Rossini y Donizetti, pero también asumió la lírica popularista de su país en canciones muy características de Rosa Mercedes Ayarza de Morales y de Chabuca Granda, creadora precisamente de la titulada Fina estampa. Cantó también páginas del caballero Gluck, un reformador capaz de cantar con el más noble melodismo como es el caso del fragmento Qué haré yo sin Eurídice, de la ópera Orfeo.
Por lógica y tradición, el belcantismo encontró en el curso de su comprometida historia asistencias de menor importancia pero de tan feliz invención como la de Paolo Tosti y, entre nosotros, un cultivador hoy casi olvidado y ayer triunfante en los salones como fue el catalán Fermín María Álvarez, del que estamos seguros Flórez incorporará algún título.
No son virtud desdeñable en quien se enfrenta con los públicos la calidad de su imagen, el atractivo de su "estar en escena" o la misma simpatía en el gesto y las maneras, rasgos que posee Flórez como don natural; natural parece desde el primer momento su técnica y su estilo, por bien trabajados que estén y pese a que en algunas ocasiones amanere levemente el fraseo.
En cuanto a la materia vocal, ese raro y comunicativo sonido de la voz humana que puede superar el impacto de cualquier otro instrumento, me parece que no alcanza la categoría de sensacional pero sí permite unas posibilidades de tanta brillantez y efusión como las que viene despertando el tenor en todas sus actuaciones.
Ante una audiencia que ocupó casi al ciento por ciento las localidades de la sala Argenta del Palacio de Festivales, Flórez hizo de su recital santanderino un nuevo triunfo especialmente acusado en las páginas del repertorio que mejor le conviene y prolongado con diversas propinas hasta culminar, cual "pluma al viento", en Rigoletto o en Tosti.
Personalmente, recibí la mejor impresión en las versiones de Gluck, dicho sea como elogio de Flórez, pues quien domina la mejor música enaltece al mismo tiempo su saber y sus méritos.
Excelente en todos los casos la colaboración del pianista italoamericano Vincenzo Scalera, procedente del gran mundo de La Scala e identificado con tantas voces de oro. Bastaría recordar su trabajo junto a Montserrat Caballé, José Carreras, Carlo Bergonzi, Raina Kabaivanska, Katia Ricciarelli y Valentini Terrani en el mundo del canto. Y en el de la dirección aludiremos a los ya históricos Kleiber, Gavazzeni, Claudio Abbado o Riccardo Chailly.
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