Multitudinario espectáculo de agua en La Granja
Las ocho fuentes del real sitio congregan a miles de personas durante la cita anual en que pueden verse al completo irrigadas
Ocho fuentes monumentales de los jardines del palacio real de La Granja, en la falda noroccidental de la sierra de Guadarrama, cumplieron ayer el singular rito anual al ser consecutivamente irrigadas ante 15.000 personas que presenciaron, con admiración, el espectáculo del agua alzándose sobre las esculturales fontanas.
Los asistentes procedían de numerosos puntos de España, también del entorno de pueblos serranos donde veranean miles de madrileños, ya que únicamente en los días de san Fernando (30 de mayo), Santiago Apóstol (25 de julio), y en el de san Luis, patrón de La Granja, celebrado ayer, es posible asistir a este espectáculo. Su escenario es excepcional: así lo demuestran su ubicación sotomontana y su belleza, en un marco de transparente atmósfera aromado por miles de especies vegetales que ornamentan los jardines en medio de un ámbito palaciego barroco e ilustrado.
La Confederación Hidrográfica del Duero estudia separar el abastecimiento de La Granja y las fuentes
Este año se ha dado la particularidad de que el Mar, de seis metros de profundidad, que así se llama el gran estanque receptor del agua de arroyos y torrentes del que se nutre todo el sistema hídrico de las fuentes, está lleno por la lluvia caída.
Para numerosos visitantes resulta chocante que un espectáculo de tal belleza sólo pueda ser admirado en su plenitud tres veces al año. A partir del Jueves Santo y hasta finales de junio, únicamente cuatro de las fuentes pueden ser contempladas en funcionamiento durante los miércoles, sábados y domingos. Las causas de la limitación obedecen a que el sistema de fontanería de estos jardines carece de estructuras para el reciclado del agua y la mayor parte de la que recorre sus circuitos se pierde o no puede ser recuperada.
Existe, sin embargo, un plan de la Confederación Hidrográfica del Duero que discriminará el abastecimiento a la villa de La Granja del que surtirá a las fuentes. Así lo explica una portavoz de Patrimonio Nacional, institución que gestiona el Real Sitio. "Cuando el palacio fue proyectado, en el siglo XVIII, San Ildefonso no tenía apenas población, mientras que hoy cuenta con un elevado censo (5.180 habitantes), que se triplica en el estío con los veraneantes)", señala.
El espectáculo comenzó puntualmente a las 17.30 y se prolongó casi hasta dos horas después, que se completó un circuito a pie iniciado en la fuente denominada La carrera de caballos.
A medida que las fontanas iban siendo bañadas por el agua con grandes chorros que hacían rebosar sus cornucopias, tazones y estanques, brotaban exclamaciones de admiración de miles de visitantes. Seguían a pie a un empleado del palacio -de apellido Lobo y natural de Valsaín- provisto de una bandera de España que abría la comitiva y marcaba el comienzo de las consecutivas irrigaciones. La exaltación alcanzó principal intensidad cuando un chorro de agua se elevó a 47 metros de altura desde la fuente de la Fama. Antes, en la del Canastillo, los menos avisados quedaron empapados ya que, cuando parece que la irrigación ha desaparecido, súbitamente se reanuda y el viento la esparce generosamente sobre el público, que la recibe alborozado entre voces y risas.
El discurrir del agua cobra esplendor completo en las cascadas que jalonan, como eje central, este Real Sitio. Mandado edificar por Felipe V, primer monarca de la dinastía borbónica en España, es un paraje caracterizado por albergar abundante caza, madera y piedra, así como agua en proporciones realmente extraordinarias: al hallarse en la ribera del río Eresma y bajo la falda de la sierra de Guadarrama, recibe las aguas de los arroyos Peñalara, Morete, Carneros, Fuente, Chorranca, y las de un rastrillo y una cacera también procedentes de la cumbre de Peñalara. Esta riqueza hídrica fue determinante para lustrar el nuevo real sitio, donde la construcción de su palacio fue encomendada en 1720 al arquitecto madrileño Teodoro Ardemans, con unos jardines de traza francesa ideados por Renato Carlier, ejecutados por Etienne Boutelou y tachonados por fuentes monumentales con estatuaria mitológica labrada en plomo o piedra por escultores como Renato Fremien, Jean Thierry y Hubert Dumandré, pintada al bronce por Jean la Coste.
De entre los 15.000 visitantes, muchos jóvenes, algunos en bañador, aprovecharon para darse un chapuzón en las fuentes, pese a las amonestaciones con silbatos de guardas de Patrimonio Nacional y vigilantes de seguridad.
De austero retiro a mansión regia
El rey Felipe V, primer monarca de la dinastía Borbón, que reinó al comenzar el siglo XVIII, padecía accesos de melancolía. Decidido a abdicar en su primer vástago, Luis, fruto de su matrimonio con su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, quiso procurarse un retiro sosegado en el que combatir sus depresiones. Concibió edificar un aposento regio, aunque austero y de dimensiones limitadas, sobre un pabellón de caza ya existente en Valsaín, en la frontera segoviana con Madrid, que databa del reinado de Enrique III. Sin embargo, la muerte prematura de Luis I en 1724 impidió a Felipe consumar su abdicación. Volvió a reinar y lo que fuera pensado inicialmente como apartado retiro pasó a convertirse en suntuoso ámbito palaciego, desde el cual afirmó su poder dinástico naciente, puesto en cuestión por una guerra civil al frente de cuyo bando antagónico se hallaba el archiduque de Austria.
En el cambio sustancial de La Granja influyó sobremanera Isabel de Farnesio, segunda esposa del monarca, que impregnó con sus gustos italianizantes las maneras, usos y estancias de la Corte española. La construcción del primer pabellón regio fue encomendada al arquitecto barroco Teodoro Ardemans, sobre un bosque circundante de la ermita de San Ildefonso, perteneciente a los monjes del monasterio segoviano de El Parral. Los cortesanos y escenógrafos italianos Andrea Procaccini y Sempronio Subisati, traídos a España por Isabel, añadieron al pabellón dos alas que le confirieron el porte de una gran mansión. En cuanto a los jardines, satisficieron los infantiles recuerdos versallescos de Felipe y las fontanas de los de Corlone, en el ducado de Parma de los Farnesio.
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