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CUENTOS DE VERANO
Columna
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Andalucía y Chernóbil

Mi pequeña Alina no hace más que hablar de ti. Desde que llegó, de vuelta de su verano en España, todo se le vuelven recuerdos y nostalgias de Mari Carmen, su "mamá andaluza". Tanto, que he llegado a sentir celos. Pero son unos celos maravillosos, porque se deben a los sentimientos más nobles que sé que ella alberga, en respuesta a los mismos con que tú, como otras personas de familias españolas, habéis acogido a los trescientos niños de mi país. (Trescientas víctimas genéticas de Chernóbil). Yo antes ni siquiera sabía dónde estaba Andalucía, y menos vuestro bello pueblecito, en el que Alina ha pasado esos treinta días inolvidables, llenos de juegos, de alegría, de alimentos no contaminados. Ya sabrás que ese mes en Galaroza equivalen a dos años de vida sana para mi hija, de calcio bien asimilado, de vitaminas frescas para reponer sus defensas naturales. Pero también de esplendor infantil, como si nada hubiera ocurrido en este desdichado rincón de Bielorrusia, y ella, Alina, hubiese ido a jugar con vuestros hijos, a dilapidar sus tardes de verano junto a una fuente de agua limpia, interminable -lo veo en las fotografías-; por el placer de conocer a otras gentes, y no necesariamente para descubrir que en cualquier lugar del mundo late el nervio profundo de la solidaridad. Es lástima que haya tenido que ocurrir lo que aquí ocurrió para poder comprobar eso. Eso que está por encima de las naciones, de las tribus, de los odios.

A lo mejor me voy a exceder en esta carta, pero te ruego que me perdones, porque es la única forma que tengo de corresponder. Y son unas cuantas ideas, que se me agolpan en la cabeza y que todos los habitantes del área contaminada de Chernóbil nos hemos propuesto difundir, a través de las familias de acogida, o por los medios que sea. Ya que hemos sido víctimas de un desarrollismo criminal -y desde luego muy mal gestionado por los residuos del "modelo soviético-, sentimos la obligación de alertaros. De deciros que en cualquier otro lugar del mundo donde haya centrales nucleares puede ocurrir lo mismo. Tras mucho analizar lo que aquí pasó, sabemos que ese escape radiactivo, que a nosotros nos alcanzó con un viento furioso llegado de un país que ni siquiera es el nuestro, puede desatarse por un cúmulo impredecible de factores, entre los cuales figura la inconsciencia humana, y no digamos el fanatismo. Por eso los seres libres y conscientes tenemos que recuperar el orden sencillo de las cosas. No os dejéis engañar, ahora que soplan otros vientos feroces, y que otras guerras, otras subidas del petróleo, harán que salgan de sus madrigueras los defensores de la energía nuclear. ¡No lo permitáis! ¡No los creáis! Son profetas del miedo capitalista, quintos jinetes del Apocalipsis. Habiendo tanto sol como hay -y en vuestra preciosa tierra más que en otras partes-, y tantos vientos no contaminados, trabajad por eso, trabajad incesantemente por que las casas se calienten con energía natural y produzcan en sus tejados voltios de sobra para otros usos. Por favor, sed valientes. Mirad a nuestros hijos. Hacedlo por ellos.

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