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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El adiós a un testigo

Un tocayo de este gran hombre que ha muerto -el tocayo es el escritor Ota Filip- escribió en su novela Café Slavia con belleza inusitada sobre el absurdo de los encuentros en la historia y los disparates que genera el ser humano cuando cree que la está cambiando. Ota Sik, que ha fallecido en Suiza, en su casa de Sankt Gallen, a los 84 años de edad, no novelaba, pero es uno de los pocos economistas de la historia cuya vida sería novelable sin cesar. Otra vez, tantas en tiempo reciente, es ley de vida, nos abandona uno de los grandes testigos de la historia centroeuropea del siglo XX.

Es, sin duda, uno de los afortunados que llegó a edad patriarcal y no fue víctima de la vorágine que los europeos -nosotros tan pacifistas, sensibles y elegantes- tuvimos a bien realizar entre 1914 y 1989. Y un poco más allá por nuestras periferias balcánicas, por ejemplo, hasta hoy. Sik tenía todas las probabilidades de no pasar de la cuarentena dada la osadía que desplegaba con la proclamación de sus ideas de hombre libre. Reconforta que haya muerto viejo y con el reconocimiento a su audacia.

Porque cuando todos los cuadros comunistas reptaban en corrección política, fue Ota Sik quien declaró a los todopoderosos estalinistas en el Pacto de Varsovia pero en Checoslovaquia en particular -y lo dijo como alguien que creía en el socialismo entonces-, que su política económica era un disparate y una basura intelectual que sólo podía arrastrar a la miseria y a la apatía a esos pueblos, y en especial a sus queridos checos, que llevaban un siglo con los ingleses siendo vanguardia industrial y de desarrollo social.

Sik tuvo el santo coraje de decírselo nada menos que al omnipotente presidente estalinista Antonin Novotny, un mediocre aparatchik que sólo sabía sobrevivir neutralizando con terror el desprecio que una sociedad culta como la checoslovaca tenía hacia él. Hablamos de 1957 y, sólo poco antes, los restos de las víctimas de uno de los más abyectos juicios farsa del postestalinismo habían sido mezclados con el hormigón de la autovía entre Praga y su aeropuerto. Slansky aún estaba en la mente -en las pesadillas- de todos los checoslovacos cuando Sik tuvo el coraje de hablar. Después tuvo su gran oportunidad -falsa- cuando Alexandr Dubcek hace germinar la Primavera de Praga. Fue viceprimer ministro y ministro de Economía e intentó acabar con todo el disparate colectivista que hundía a su país, una de las naciones más desarrolladas e industrializadas de Europa, en una caricatura de las miserias de la estepa siberiana.

Como todo el mundo sabe, en agosto de 1968 se acabó el sueño y Ota Sik sólo fue afortunado -que no fue poco- en el sentido de que los acontecimientos le pillaron en aquellas infortunadas fechas lejos de Praga. Mientras clamaba contra la invasión su compañero de Gobierno, el inolvidable caballero de la justicia y la libertad que fue el por entonces ministro de Asuntos Exteriores Jiri Hayek -y uno de los adalides de Charta 77 con el después presidente tan inverosímil como maravilloso en su humanidad que fue Václav Havel-, Ota Sik, aún socialista, casi titoísta, calificación que había costado la cabeza a sus colegas Laszlo Rajk en Hungría y a Slansky en Praga, siguió pregonando a favor de una Checoslovaquia libre en lo político y en lo económico, sin las miserias que los ideólogos de lo fracasado siguen defendiendo. Se nos ha vuelto a morir un testigo. Y además un testigo honrado.

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