_
_
_
_
Crónica:Atenas 2004 | ATLETISMO: PODIO EN LOS 20 KILÓMETROS MARCHA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una plata memorable

Paquillo, segundo tras el italiano Brugnetti, rinde homenaje a su entrenador fallecido, Manolo Alcalde

Carlos Arribas

Llegado el momento más importante de su vida, Paquillo Fernández se agachó, cruzó las piernas y se sentó sobre el tartán, a la sombra, en la curva del 100. Eran las nueve menos un minuto. Se sentó en el suelo y, tranquilo, las gafas de sol ya bien asentadas sobre su nariz, hizo unos ejercicios de relajación de piernas. A su alrededor, nerviosos, impacientes, los otros 47 participantes en la prueba de los 20 kilómetros marcha, la cita que inauguraba las competiciones en la pista del estadio Spiridon Luis, se movían sin parar, en círculos, de atrás adelante; se colocaban la gorra, se ajustaban las gafas... Los ardientes chinos, los callados rusos, los acelerados italianos, el feliz Molina, el preocupado ecuatoriano Jefferson Pérez, el altísimo australiano Deakes... Mientras tanto, Paquillo, con una botella de agua en la mano, esperaba sentado el sonido del silbato. Parecía el más tranquilo de todos y, sin embargo, muy pocos, si es que alguno, se disponían a participar en una final olímpica soportando la carga emocional que el atleta granadino de Guadix llevaba encima.

Mentalmente, se sentía más fuerte que nunca, que nadie. Su mundo era otro, inaccesible
Sin quitarse las gafas, levantó un puño en señal de alegría. Y envió un beso al cielo con la otra mano

Un crespón negro en la camiseta roja le delataba.

El día del entierro de su entrenador de toda la vida, Manuel Alcalde, aquel marchador de los tiempos de los pioneros, de Josep Marín, Jordi Llopart y compañía, aquel hombre que contagió a Paquillo con el veneno de la marcha, los técnicos de la federación, directores, presidentes..., le preguntaron a Paquillo, la gran esperanza olímpica, cómo, con quién, dónde..., se entrenaría los últimos cuatro meses antes de Atenas. Su respuesta no extrañó a nadie: "Seguiré aquí, en Guadix, y seguiré solo. Sé perfectamente lo que me mandaría hacer Manolo en cada momento, en cada situación". Y solo, siguiendo su instinto, la inspiración de su técnico desaparecido, Paquillo desgastó zapatillas en el pulido asfalto del altiplano de Guadix, en el áspero asfalto del cabo de Gata, en el desierto de Almería, junto a la playa de Aguadulce...

Quizás no fuera la decisión más acertada. Quizás Paquillo no llegó su cita con la gloria tan perfecto como habría deseado, con la misma velocidad, con el mismo cambio de ritmo... Quizás, físicamente, no era el mejor Paquillo posible. Quizás allí, por ello, no ganó la medalla de oro. Pero seguro que, mentalmente, se sentía más fuerte que nunca, que nadie. Seguro que por eso ganó la plata. Su mundo era otro, inaccesible.

Ocurrió en el minuto 50, recién rebasada la marca de los 12 kilómetros. Marín, el director técnico de marcha, se asustó de verdad. "Ya está todo perdido", pensó Marín, quien, con la ayuda de la viuda de Alcalde, Montse Pastor -de acá para allá con el coche, con el agua, con las sales...-, organizó el avituallamiento; "ya no hay nada que hacer. Paquillo, cuando se queda, se queda". Hablaba la experiencia. Marín conoce la marcha. Marín, hace 22 años, en el mismo estadio ateniense, había ganado un Campeonato de Europa. Marín conoce a Paquillo. Lo conocía. Conocía al antiguo Paquillo, al Paquillo que pinchaba y se hundía. Y ayer parecía, sí, que pinchaba.

Paquillo había marchado toda la competición en cabeza. Por su lado habían comenzado a tirar los impetuosos chinos. Por su lado habían pasado los mexicanos en tromba. A su lado habían permanecido el sólido italiano, el Ivano Brugnetti, que buscaba su primer título en la pista -hace casi tres años, en noviembre de 2001, se enteró de que era el ganador de los 50 kilómetros de los Mundiales de Sevilla 99: en un despacho le entregaron la medalla, de la que habían desposeído por dopaje al ruso Skurgyn-; el temible Jefferson Pérez -aunque se le veía sudar, el calor no le gustaba al campeón mundial de París 2003-, el regular Deakes, de tan feo pero tan efectivo marchar... Y Paquillo seguía al frente después de que sus propios tirones y los tremendos cambios de ritmo del italiano hubieran dejado en tres al grupo.

La prueba, que había comenzado no muy rápida, por encima de los cuatro minutos el kilómetro, como el cronómetro que cada 2.000 metros le pitaba en la muñeca informaba a Paquillo, se había acelerado. Ya iban a ritmo rápido, a tres cincuenta y poco el kilómetro, a casi 17 kilómetros por hora, y siempre con un pie en el suelo, sin doblar la rodilla, sin correr. El italiano todavía encontró reservas para acelerar más. Y Paquillo empezó a quedarse. "Pinchazo", temieron todos. Él también lo temió, ma non troppo. "Bueno, la verdad es que me acojoné un poco", confesó más tarde.

Pero Paquillo no pinchó. A su lado, detrás, olía la llegada de Jefferson Pérez, quien se había soltado antes. Por delante veía la sombra del italiano y la del australiano. Y él se colocó su máscara de dolor. Se acordó de Alcalde. Se prometió que no fallaría, que no podía fallarle ni fallarse en ese momento precisamente. Se recuperó.

En los últimos kilómetros, cuando Deakes, ya dos veces advertido, empezó a hacer la goma, cuando el oro ya era un asunto hispano-italiano, Paquillo intentó dos veces escaparse de Brugnetti, milanés del 76, un año mayor que el español. Pero su rival le aguantó los dos tirones. Y no sólo eso.

Pese a cargar también con dos advertencias, Brugnetti también tiró por su cuenta. Fue a las puertas del estadio, cuando Paquillo ya se había hecho ilusiones de oro. El italiano se le fue dos, cinco, diez metros... Se le fue. Paquillo, entonces, pensó que la plata tampoco estaba tan mal, que seguro que Alcalde le habría abrazado loco de alegría nada más cruzar la meta. Pero, detrás de la cinta, no estaba nadie aguardándole.

Paquillo, sin quitarse las gafas, levantó un puño en señal de alegría. Y envió un beso al cielo con la otra mano.

Paquillo Fernández, en la recta final en el estadio Spiridon Luis.
Paquillo Fernández, en la recta final en el estadio Spiridon Luis.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_